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Wayne Wang, director de How Kong afincado en EEUU que a mediados de los 90 sorprendió con Smoke y su secuela Blue in the face, vuelva a dar en la diana con un filme en el que vuelve a demostrar su versatilidad y sus múltiples registros cinematográficos, esta vez con un drama muy hermético, esquivo e intimista que resulta enormemente delicioso, pese a lo un tanto lento de su desarrollo.
Wang echa mano de su propia experiencia intercultural, como asiático residente en USA que es, y centra la película en la crónica de la comunidad china en el país norteamericano, de una manera tan metafísica, sosegada y reflexiva como la filosofía oriental. La relación entre un anciano chino ingeniero espacial (Henry O) que viaja a Nueva York, y su hija (Feihong Yu), residente en la ciudad desde tiempo atrás, sirve de pretexto para mostrar las miserias morales y sentimentales de China en los últimos 60 años y la consecuencia de una política que condicionó el desarrollo moral de muchos de sus habitantes. Unas relaciones familiares complicadas en donde la sombra de una educación desacertada no tardará en revelarse como al causante de la infelicidad de sus protagonistas. Wang es muy crítico con el país Chino en al medida que denuncia abiertamente haber conducido a sus habitantes a un vacío ético bastante considerable.
Rodada parte en parte en chino y parte en inglés, la película tiene su principal baza en el personaje del señor Shi, un jubilado criado en
Escenas antológicas (como la visita de los jóvenes mormones) y diálogos deslumbrantes (aunque sencillos) realzan este curioso y encantador drama con pinceladas de comedia que devuelve la confianza en el últimamente algo de capa caída cine independiente americano.