***
En
2012 Ridley Scott se reencuentra con Alien, o mejor dicho, con su universo. Han
pasado 33 años desde que el director británico firmase con Alien el Octavo Pasajero (1979) un clásico inmortal tanto del cine
de ciencia ficción como del de terror, y 30 desde que dirigiese su último filme
de dicho género Blade Runner (1982),
un clásico de la ci-fi y del séptimo arte en general aún mayor que Alien; ambos filmes convirtieron a Scott
en un cineasta de referencia entre los aficionados al cine pero desde entonces
la prolífica carrera del director de Durham ha estado llena de altibajos no
respondiendo en su plenitud a las expectativas que a principios de los 80 se
generaron con él (aunque nunca ha dejado de ser un director alabado y
reconocido), pese a que ha logrado hacer filmes tan estimables como Thelma y Luise (1991) o Gladiator (2000) junto con otros
(muchos) pestiños impropios de su talento. El reencuentro de Ridley Scott con
Alien, el mítico extraterrestre serial-killer que inspiró tres secuelas sin la
participación de Scott, dos impresentables pseudoprecuelas crossover con la franquicia Predator
y toda una mitología y culto popular entre amantes del cine y lo fantástico
alrededor de su figura, era lógicamente algo que iba a poner los dientes largos
a muchos aficionados y desde la noticia del proyecto de Prometheus hasta su
estreno, la expectación ha sido máxima. Aunque planteada como una precuela de
la saga, al final en palabras de su director la cosa fue más allá y se ha hecho
una película que puede funcionar perfectamente como historia independiente bajo
una premisa inédita con respecto al mundo de Alien: la búsqueda y el encuentro
de la humanidad con sus creadores, una misteriosa raza alienígena que creó al
ser humano en la tierra con no se sabe que fin.
Este
planteamiento suena epopéyico y ambicioso hasta lo máximo, recordando mucho al
de todo un clásico de la ficción científica como era 2001 Una Odisea del Espacio (1968) de Stanley Kubrick, filme del
que toma bastantes elementos conceptuales y filosóficos, a veces casi tanto
como de la propia serie Alien, pero al final no es más que un mero McGuffin para
una película de ciencia ficción inteligente, disfrutable y trepidante, un
entretenimiento muy bien conseguido que pese a estar bastante por debajo de la
legendaria primera entrega hace justicia al legado del monstruo de cabeza
fálica y boca vaginal que tantos sustos ha provocado a los espectadores durante
más de 30 años, incluido todo su universo circundante: la Corporación Weyland,
los viajeros espaciales desaliñados, currelas y a veces sin glamour, los
androides listillos e inquietantes (y propensos a perder la cabeza), las naves
gigantescas, las hibernaciones de larga duración, los escenarios planetarios de
pesadilla, las tensiones entre los tripulantes de las naves… y la presencia de
entidades biológicas tendentes a un desagradable parasitismo. Todo esto se da cita una vez más en Prometheus, un filme que si obviamos su
un tanto ridícula pretenciosidad que al final se queda en agua de borrajas y
está fatalmente resuelta, resulta un buen trabajo dentro del género fantástico
y se puede decir que resulta “rollo Alien” a tope, además de ser un nuevo
pequeño acierto en la carrera de Ridley Scott, cuyos últimos filmes no han sido
muy buenos.
A
bordo de la nave Prometheus viaja una expedición de 17 profesionales de
diferentes campos hacia un planeta donde se encuentran los “ingenieros” la
especie de extraterrestres que supuestamente crearon a la humanidad- y que no
son otros que la raza del mítico “Space Jockey”, aquel gigantesco
extraterrestre petrificado de la nave que pedía auxilio en El Octavo Pasajero- pero una vez llegados a su destino las cosas
empiezan a torcerse. El reparto incluye a la sueca Noomi Rapace como la doctora
Shaw, la “teniente Ripley” de esta película, Charlize Tzeron como Vickers, la
delegada de la corporación patrona de la expedición en la nave, Logan
Marshall-Green como Halloway, idealista arqueólogo novio de Shaw, Idris Elba
como Janek, el capitán de la nave, Michael Fassbender como el androide David 8
y un irreconocible Guy Pearce como Mr. Weyland, el anciano e inquietante
promotor del proyecto. También son protagonistas los imponentes decorados
(reales, nada de ordenador) tanto de los planetas como de las naves y una
lograda atmósfera entre la pesadilla y lo terroríficamente perfecto merced a la
espectacular fotografía de Dariusz Wolski. Por si fuera poco, los fans de Alien
de toda la vida disfrutarán con unos decorados y diseños inspirados en la obra
del artista HR Giger, el creador original del monstruo y cuya impronta aparece
aquí con mayor notoriedad que en las tres secuelas. Es cierto no obstante que
la continua referenciación a cosas vistas en la primera entrega y posteriores
hace que esta no resulte una película demasiado original donde muchísimas
escenas parecen remixes y versiones reinterpretadas de momentos ya vistos,
además de adolecer de un guión a veces mejorable y con una resolución un tanto
floja. No apta para espectadores sensibles y con estómago débil, desde el punto
de vista del cine de terror la película cumple aunque a años luz del Alien
original por esa tendencia ya comentada al autoplagio y autohomenaje, aunque el
factor sorpresa trate de abrirse camino a trancas y barrancas con momentos muy
logrados que hacen recordar a la película inspiradora (como el
descubrimiento de la sala de control de
los “space jockeys”). Una película de
verano ideal para pasar un momento de fuertes sensaciones y recordar la leyenda
de un filme mítico que revolucionó el cine fantástico.