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Una
excelente noticia: pese a la crisis, el cine español sigue adelante con
películas más que aceptables y buenas historias. Es cierto que en los últimos
años difícil es llegar a los niveles excelsos de Blancanieves pero los mejores directores españoles ponen su empeño
y su buen hacer para entregarnos películas tan encantadoras como Vivir es fácil con los ojos cerrados,
que sin llegar a ser ninguna obra maestra sabe como convencer a espectadores
exigentes y contentar al gran público. David Trueba, de ilustre familia
cineasta, parece decidido a enderezar una filmografía que ha resultado
irregular pese a sus prometedores inicios allá a mediados de los 90 y tras la
también más que convincente Madrid 1987
(2011) consigue con esta comedia dramática consolidar sus principales armas
cinematográficas: una buen pulso narrativo, magnífica dirección de actores y un
dominio de el elemento costumbrista cargado de total credibilidad, todas ellas
características que de un modo u otro comparte con su hermano y maestro
Fernando. Una interesante y emotiva parábola de la historia reciente de España,
concretamente del Franquismo en los años 60, que pone su foco en los
sentimientos de las personas en una época en la que la falta de libertad y la
represión a todos los niveles había creado un paisaje humano frustrado y
confuso que ya a finales de los 60 estaba dispuesto a no seguir cruzado de
brazos buscando la libertad como fuese posible. Aquí la libertad adquiere su
metáfora en la huida, la búsqueda de espacios abiertos, la ruptura con las
ataduras y la música de de los Beatles, esta última una vía de escapatoria
(como la música pop en general) que muchos españolitos descubrieron en aquellos
años.
Por
increíble que parezca, la película se basa en una historia real, la de un profe
de inglés de primaria manchego fan de los Beatles (y que enseñaba a sus alumnos
inglés con las canciones de al banda de Liverpool) que viajó a Almería a
finales de 1966 para conocer al mismísimo
John Lennon, que rodaba allí Como gané la
guerra de Richard Lester. En el filme, el apacible, ingenuo pero decidido y
de firmes convicciones Antonio (Javier Cámara, sensacional) viaja con dos
acompañantes casuales que simbolizan las miserias y esperanzas de la juventud
española del tardofranquismo: Belén (Natalia de Molina), una muchacha de 20
años soltera y embarazada que huye de la estricta residencia para madres
solteras donde se encontraba internada y
Juanjo (Francesc Colomer), un adolescente de 16 años que se ha escapado
de casa debido a las imposiciones de un padre autoritario arquetipo de la época
(Jorge Sanz). Los dos jóvenes sin rumbo fijo y el maestro idealista y
apasionado llegan a una Almería de provincias depauperada y miserable que es
fiel reflejo del infierno moral ibérico de una época para olvidar. Zafiedad,
incomprensión y odio al diferente representado por los lugareños que chocan con
los anhelos de felicidad (aunque sean en sentido mínimo dentro del difícil
contexto particular de cada uno) de los forasteros, solo comprendidos por el
tabernero catalán (Ramón Fontseré) un descontextualizado elemento que parece
haber encontrado a su manera la paz consigo mismo y con el entorno circundante.
Con ciertas curiosas reminiscencias western (no hay que olvidar que estamos en
Almería), un exquisita sensibilidad que no cae en ningún momento en al ñoñería,
y una buena combinación del intimismo, la anécdota y el costumbrismo la
película logra su propósito de trazar una modesta pero efectiva fábula
generacional sobre aquellos que comenzaron a luchar por el cambio desde la
ensoñación y el idealismo y en ese sentido los mismos Beatles (y John Lennon en
particular) actúan aquí como indirectos inspiradores ideológicos de los
personajes de este filme. Una cuidada ambientación de la época y sentidos
homenajes al cine y la música de entonces enaltecen una película pequeña pero
brillante con bastantes buenos momentos. Opción bastante recomendable