sábado, marzo 08, 2014

MONTXO ARMENDARIZ, ARTESANO DE LA IMAGEN (I)





La realidad en celuloide

Pocos directores de cine en España han generado tanta admiración unánime por parte de crítica y público (algo además harto difícil) con una filmografía tan relativamente breve como Montxo Armendariz. Su cine, todo un prodigio de sorprendente conjunción de sobriedad, poesía, humanismo y realismo verista es uno de los más personales del cine europeo en los últimos 30 años. Excelente narrador y sensible captador de imágenes casi documentales, Montxo Armendariz ha demostrado dominar totalmente el arte cinematográfico sin necesidad de aparatosidades técnicas ni de grandes presupuestos y tratado de mantener sus señas de identidad con éxito a lo largo de un amplio periodo de tiempo. Sus solo ocho largometrajes en treinta años son en su mayoría excelentes filmes que han cosechados las alabanzas de la crítica internacional e innumerables premios en todo el mundo. 30 años después de su opera prima, la magistral y ya clásica Tasio (1984), Armendariz sigue manteniendo su estatus de uno de los mejores directores de la historia del cine español. 27 Horas (1986), Las Cartas de Alou (1990), Secretos del Corazón (1997) o Silencio Roto (2001) se cotizan como algunas de las mejores películas ibéricas de la historia por derecho propio, todas obra de un cineasta con vocación de antropólogo y humanista con una gran pasión por contar historias con mayúsculas.

Juan Ramón Armendariz Barrios nació en Olleta, en la zona vascoparlante de Navarra el 27 de enero de 1949. A los seis años de edad se mudó con su familia a Pamplona, concretamente al barrio de Txantrea. Aunque Montxo Armendariz fue un cineasta de vocación tardía su pasión por el cine desde su infancia siempre fue enorme, siendo sus tardes y matinales de cine interminables: sus géneros favoritos en sus años jóvenes eran el cine negro y la comedia. En realidad, sus intereses profesionales en su adolescencia estaban orientados a la electrónica y de hecho estudió Maestría en la rama de electrónica. Desde principios de los setenta comenzó a trabajar en ese campo sin tener aún en mente el dedicarse al cine, que era su principal pasión y afición. Durante los últimos años del Franquismo, el joven Montxo se afilió en Pamplona al Movimiento Comunista de Euskadi, tal era su afinidad política con el comunismo y con la reivindicación de Navarra como parte integrante de Euskal Herria y participó en diferentes actos antifranquistas. En la transición a la democracia, Armendariz continuó su militancia política pero esta se fue atenuando paulatinamente en la mediad que empezaba a centrarse en su actividad laboral docente como profesor de electrónica en el Instituto Politécnico de Pamplona. Esta ocupación la ejercería hasta 1982.


Primeras miradas a la naturaleza (cortometrajes, 1979-1981)

El primer contacto  relevante de Montxo Armendáriz con el mundo del cine se produjo en 1977 cuando llegó a la Asociación de Cineastas Vascos en Bilbao dispuesto a aprender el oficio de cineasta aún sin haber asistido a ninguna escuela oficial de cine. Armendáriz estaba muy interesado en el incipiente movimiento del cine vasco que se estaba dando en la segunda mitad de los 70 al calor de las nuevas libertades que traía la transición para el Estado español y al resurgir del nacionalismo vasco una vez desaparecida la dictadura de Franco. Aunque apenas se habían rodado unos pocos cortometrajes en aquella época siguiendo las farragosas coordenadas conceptuales de los que debía ser el nuevo cine vasco (con un carácter más metafísico-político que práctico siguiendo las reivindicaciones propias del nacionalismo vasco) aquel debate parecía guiar totalmente los anhelos y propósitos de varios cineastas de Euskadi como uno de los principales teóricos de aquel movimiento, el guipuzcoano Fernando Larrurquet, director junto con Nestor Basterretxea del documental Ama Lur (1968) un hito en la afirmación de la cultura vasca en pleno régimen dictatorial español: precisamente fue Larruquert uno de los primeros maestros y guías de Montxo Armendáriz en la Asociación de Cineastas Vascos además de colaborados en sus primeros cortometrajes. En la ACV Montxo también conoció al futuro director de fotografía Javier Aguirresarobe. Nuestro cineasta comienza a rodar sus primeros cortometrajes dentro de la corriente simbólica-reivindicativa nacionalista de aquel intento de cine vasco como género cinematográfico que propugnaban varios cineastas a finales de los 70 aunque en el caso de Armendariz con un tono claramente izquierdista; el primero fue Barriegarrien Dantza (1979) (El Baile de lo Gracioso, en euskera), de tinte simbolista político denunciando la manipulación a la que se somete la población por parte del poder. Este cortometraje fue muy comentado en los (aún reducidos) círculos de filmakers vascos que deseaban crear una industria (además de un arte) cinematográfica vasca y consiguió en el certamen Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao el Mikeldi de Plata (segundo premio) y el Primer Premio del Cine Vasco antes de recibir el premio Especial de Calidad del Ministerio de Cultura.

Ikusmena (Mirada) (1980) otro cortometraje simbolista que denunciaba la falta de libertad que aún se vivía en la transición española consigue de nuevo el Primer Premio del Cine Vasco en el Festival de Bilbao aquel año. Sin embargo, Montxo Armendariz, que aún no se dedicaba profesionalmente al cine, no había obtenido el reconocimiento merecido en la escena española debido a lo arriesgado y poco convencional de su propuesta y al comprometido carácter político de su escasa obra hasta el momento. En 1981 dirigiría un capítulo de la serie de cortometrajes documentales sobre temas vascos Ikuska, bastante populares en Euskadi y Navarra a finales de los 70 y principios de los 80, sobre el norte de Navarra. Ese mismo año dirige un nuevo corto documental, el titulado Nafarroako Izazkiñak/Carboneros de Navarra que por fin consigue llamar unánimemente la atención de la crítica a nivel estatal por su enorme calidad. Este mini documental bilingüe en castellano y euskera producido por la Diputación Foral de Navarra recogía el día a día de la actividad de los carboneros de la Sierra de Urbasa en Navarra, un oficio en vías de desaparición pero que era practicado con devoción por sus ejecutores, hombres que vivían en pleno monte en contacto con la naturaleza. El tono antropológico documental del cortometraje con las imágenes al servicio de esa intencionalidad tanto didáctica como poética entusiasmó a una parte considerable de la crítica y además de recibir los premios de rigor del Cine Vasco y el de Calidad Cinematográfica del Ministerio de Cultura puso al director vasconavarro en boca de entendidos y críticos inquietos. Decir que este documental de 35 minutos fue de algún modo la génesis del primer largometraje de Montxo Armendariz, Tasio, ya que en su rodaje conoció al carbonero cuya vida se narra en dicho filme, Anastasio Tasio Ochoa.         


Tasio (1984), la leyenda del carbonero de Urbasa

En 1982 Montxo Armendariz deja su labor como profesor de FP de electrónica y decide dedicarse profesionalmente al cine animado por el éxito de crítica de Carboneros de Navarra y con perspectiva de dirigir su primer largometraje. El encuentro de Armendariz con Tasio Ochoa (1916-1989) en el rodaje de Carboneros… había marcado profundamente al realizador, hasta el punto de que deseaba que su ópera prima en el largo de ficción fuese la biografía del singular personaje.  Tal y como Armendariz afirmó en 2009 en el 25 aniversario del filme Tasio  Hay personas acontecimientos o hechos que modifican el rumbo de nuestras vidas (…) En la mía Tasio es uno de esos nombre ineludibles, determinantes. Primero como persona, después como película” Tasio, que residía en la aldea de Zuñiga cerca de la Sierra de Urbasa en el norte de Navarra, siguió contando con la amistad de Armendariz una vez finalizado el rodaje y durante varias visitas del director al carbonero este le contó anécdotas de su infancia que dejaron marcado a Montxo, referentes a su capacidad de memorizar las palabras de otros niños sobre lo aprendido en la escuela (él apenas fue a ella) o a sus primeros oficios como cazador furtivo de crías de pájaros para sustentar a su familia, que él ocultaba a sus vecinos. El director se quedó impresionado por la sabiduría de una persona que hizo del monte no solo su modo de vida sino su ideología y su sustrato vital,  en donde el carbonero aseguraba que “podía encontrar todo” para vivir y trabajar solo para él negándose a trabajar para los demás. Montxo Armendáriz había encontrado por fin una historia para su primera película larga y pidió permiso a Tasio para rodar un filme sobre su vida. El cineasta escribió el argumento y el guión literario de la futura película en 1982 respetando al máximo los recuerdos vitales que el carbonero le había ido narrando en distintas conversaciones. Javier Eder se encargó de escribir los diálogos del filme siguiendo el argot y expresiones en  castellano de los habitantes de la zona de la comarca de Estella-Lizarra de donde procedía Tasio Ochoa (zona no esencialmente vascófona dentro de la parte norte de Navarra) y una vez terminado el guión comenzó un infructuoso peregrinaje por varias productoras que lo rechazaron por ser ruralista y poco interesante. ¿Podía tener una película ambientada en escenarios naturales y remotamente rurales viabilidad comercial? Parecía que no, y la gran ilusión de Montxo Armendariz por llevar a la pantalla una historia tan peculiar, especial y personal se iba desvaneciendo.      


Tuvo que ser un productor con la sabiduría del gran Elías Querejeta el que diese su apoyo a un proyecto tan arriesgado e inusual como Tasio. Con un enorme olfato y su sapiencia en el mundo del séptimo arte apostó por un director novel de vocación tardía con una historia que más allá de su evidente sentido antropológico contenía un enorme interés dramático y humano: un relato de superación, amor, amistad, lucha, dificultades que pese a su sencillez y su entorno localista tenía un enorme potencial. Querejeta ya conocía el trabajo de Montxo Armendariz en sus cortometrajes, y con un pequeño (y adecuado a las circunstancias) presupuesto puso en marcha el rodaje del filme en los escenarios reales donde aconteció la vida de Tasio Ochoa: Urbasa y la comarca de Estella, y más concretamente en el pueblo de Baquedano. Para interpretar a Tasio, se escogió a Patxi Bisquert un joven actor semiprofesional guipuzcoano (se dedicaba a labores de caserío) que en los 70 había sido miembro de ETA pm y que había debutado a los 28 años sin ninguna experiencia interpretativa previa en La Fuga de Segovia (1981) de Imanol Uribe, basada en una fuga real de miembros de ETA polimilis en los 70 donde participó el propio Bisquert. El actor requería no solo al perfil físico del personaje sino casi al profesional ya que el mismo era entonces un baserritarra (labrador  y granjero vasco). Patxi Bisquert había intervenido en Akelarre (1983) de Pedro Olea, una de las primeras producciones del cine producido en la Comunidad Autónoma del País Vasco con respaldo económico del Gobierno Vasco, y se había ganado fama como sex symbol del nuevo cine de Euskadi compitiendo con otro joven galán, el vizcaíno Imanol Arias protagonista del primer gran éxito del nuevo cine vasco La Muerte de Mikel (1983) de Imanol Uribe. El reparto lo completaron actores vascos semidesconocidos o semiprofesionales como Amaia Lasa (Paulina, la mujer de Tasio) que había intervenido en La Muerte de Mikel, José María Asín (amigo de Tasio) o Paco Sagarzazu (guarda). El actor asturiano Nacho Martínez (futuro protagonista de Matador (1985) de Almodóvar) encarnó al hermano de Tasio, mientras que los jóvenes Isidro José Solano y Garikoitz Mendugutxia dieron vida a Tasio de adolescente y niño respectivamente.     



Tasio se estrenó finalmente en octubre de 1984 y contra todo pronóstico fue un éxito de crítica. Su estilo de docudrama sus hermosas imágenes filmadas con profusión de verdes y rojizos naturales por el gran José Luis Alcaine, la emocionante música de un primerizo Ángel Illarramendi y el soberbio guión escrito finalmente por Montxo Armendariz y Marisa Ibarra entusiasmaron no solo a la crítica sino también al público. Se alabó la sensibilidad poética de una película tan sobria como emocionante y la pericia del filme por captar las emociones y sentimientos humanos en su estado más puro y creíble. También fue muy elogiado el trabajo actoral de un reparto semiprofesional en donde la mayor parte de los papeles secundarios eran interpretados por actores aficionados y gentes del pueblo de Baquedano. Patxi Bisquert fue una auténtica revelación aunque el pasado del actor -que a partir de ese momento se dedicaría profesionalmente a la interpretación- despertó muchos recelos. La historia del carbonero, del hombre de monte que  desde niño  aprendió a vivir de la naturaleza para sustentar a su familia primero fabricando carbón y más tarde también como cazador furtivo sorteando prohibiciones legales y luchando por sacar adelante a él y a los suyos para finalmente quedarse a vivir para siempre en el lugar donde encontró la libertad (la montaña), también cautivó al público de todo el Estado Español pese a los temores de que se tratase de una historia excesivamente local. Un éxito de taquilla que acompañó al merecido ensalzamiento por parte de la crítica. La imagen de Tasio adulto en la carbonera fabricando lo que era el sustento de su vida con la música de Ángel Illarramendi de fondo es sin duda una de las imágenes más inolvidables y también populares del cine español. Tasio, Un emotivo canto a la libertad individual que hoy por sigue siendo la obra maestra de Montxo Arméndariz, quien logró un insólito triunfo con un filme inusual y honesto.


27 Horas (1986), generación sin esperanza 

Tras la recolección de premios de Tasio (Segundo Premio Festival de San Sebastián, Mejor Película Festival de Chicago, Fotogramas de Plata mejor película española, premios en el festival de Cartagena de Indias, premios varios para Patxi Bisquert ) y su estreno internacional en países como Francia o Alemania, Montxo Armendariz vio aumentada su reputación como autor tras haber filmado la que para muchos es una de las mejores películas españolas de la historia. Lógicamente, todos los admiradores de Tasio y la crítica esperaban con impaciencia el nuevo filme del realizador navarro. Armendariz de nuevo dirigió su mirada a la crónica de vida cotidiana pero esta vez partiendo de una historia cien por cien ficticia aunque desde luego que tomado realistas apuntes del natural de la situación social de la época. La juventud iba a ser el objeto de su siguiente filme 27 Horas (1986), concretamente la juventud vasca urbana en un entorno en donde el paro (que fue especialmente virulento en Euskadi a mediados de los 80) y la falta de perspectivas vitales había creado una generación desencantada que en muchos casos recurría a la droga como vía de escape. Así con un tono más urbano en contraste con el filme anterior pero con la misma intencionalidad semidocumentalista, Montxo acometió su segundo largometraje, rodado mayormente en Donostia-San Sebastián y con un muy pequeño presupuesto.   
 


De nuevo con el respaldo de Elías Querejeta, quien colaboró con Armendariz en el guión, 27 Horas contaba la historia de un postadolescente donostiarra, Jon (Martxelo Rubio) y sus circunstancias especialmente en los concerniente a la relación con su novia Maite (una jovencísima y desconocida Maribel Verdú) y su amigo Patxi (Jon Donosti)  Jon, que pasa de sus estudios y prefiere pequeños trabajos para costearse los bares, los futbolines y la droga, trata de conseguir junto con Maite y Patxi en las 27 horas de su vida que aparecen reflejadas en la historia una dosis de heroína, su única y principal finalidad desde que se  levanta una mañana. Este McGuffin es el que mueve una historia de viñetas, anécdotas y nihilismo vital en el que el protagonista sin olvidar su amargo objetivo interactúa como si tal cosa con su entorno, todo con un estilo narrativo muy concreto y de nuevo realista y cotidiano. La película fue en parte financiada por la Consejería de Cultura del Gobierno Vasco dentro de su plan por lanzar el filme producido en la Comunidad Autónoma de Euskadi y ello conllevaba el estreno de copias dobladas al euskera. 27 Horas, al igual que Tasio, fue estrenada mundialmente  en el Festival de Cine de San Sebastián en septiembre de 1986 con muy buenas valoraciones de la crítica (que consideró unánimemente que pese a tratarse de una gran película no llegaba a la altura excelsa de Tasio) y a finales de dicho mes se estrenó comercialmente en toda España. Además los tres actores antes mencionados en el reparto se encuentran André Falcon, Michel Berasategui, Ramón Barea y un semidesconocido Antonio Banderas.


Más que una película sobre el consumo de drogas -tema muy recurrente cuando se tocaba en el cine a la juventud española en los 80-  27 Horas se trata de un filme sobre la vida diaria (en un día cualquiera) de un chaval sin rumbo que mientras busca su dosis se encuentra con las diversas personas que condicionan su vida y sus circunstancias a veces con buen resultado y otras no tanto caminando hacia un final que se antoja en todo momento dramático. Cine de nuevo honesto y sin cortapisas con un estilo sobrio y eficaz pero deslumbrante y sin el elemento claramente lírico de su anterior filme. La película obtuvo la Concha de Plata al mejor director en el Zinemaldi donostiarra, Mejor Película en el Festival de Montpellier y de nuevo excelentes críticas: estaba claro que Montxo Armendariz era uno de los mejores directores españoles del momento y tal vez de Europa además de consolidarse como un maestro en el difícil arte de hacer grandes películas con presupuestos minúsculos. En lo que respecta a la carrera comercial de 27 Horas, su  éxito de taquilla fue discreto en comparación al de Tasio, pero hoy en día se sigue considerando un filme de culto con cierto valor sociológico al reflejar el lado más sombrío y nihilista de un sector de la juventud vasca y española marcado por el hastío y el consumo de drogas y sin ser esencialmente una película sobre la temática de las drogodependencias. En el reparto, un buen puñado de desconocidos actores y actrices, en su mayoría vascos, que cumplieron con creces aunque su protagonista el guipuzcoano Martxelo Rubio solo consiguió mantener una modesta carrera. Por el contrario, una Maribel Verdú de 15 años- que tuvo con esta película su primer papel importante-  encandiló a público y crítica y forjó a partir de 27 Horas una estratosférica trayectoria llegándose a convertir en una de las más cotizadas actrices españolas. También este fue para un Antonio Banderas de 25 años- que encarnaba a Rafa, el camello-  uno de sus primeros filmes.    


Las Cartas de Alou (1990), retrato de la gente que llega

Tras 27 Horas, Montxo Armendariz pasó un paréntesis de cuatro años sin películas. Sus seguidores esperaban un nuevo filme pero este no terminaba de llegar. ¿Dificultades para encontrar una historia interesante?, ¿falta de poyo económico? El caso es que no fue hasta 1990 cuando se estrenó Las Cartas de Alou un nuevo filme inmediato y verista en donde el director navarro volvió a sacar a relucir su faceta de cronista de lo cotidiano que ya había demostrado en 27 Horas pero esta vez con un carácter más humanista e intimista y en cierto modo antropológico, conectando de ese modo con Tasio. Las Cartas de Alou contaba una historia para entonces insólita en el cine como era el día a día de un inmigrante africano en España, años antes de que el boom de la inmigración estallase en la península ibérica -aunque si bien desde hacía tiempo la inmigración desde el África subsahariana había sido algo habitual en España- De nuevo con Elías Querejeta de productor y con un guión escrito en solitario por el propio Montxo, este fue el primer largometraje del realizador vasconavarro rodado fuera de Euskal Herria y el que hasta el momento contaba con el mayor número de actores no profesionales en papeles significados. Mulie Jarju, un trabajador senegalés que llevaba poco tiempo en España sin anterior experiencia interpretativa dio vida a su compatriota Alou, un joven que llega a España clandestinamente y que trata de integrarse en la sociedad española a trancas y barrancas sufriendo muchas veces el rechazo, el racismo y la incomprensión. De Almería a Barcelona pasando por Madrid y Levante, Alou no pierde la esperanza ejerciendo diversos empleos en condiciones precarias- y algunos ilegales- mientras escribe a su familia contándoles sus vicisitudes.  Un buen puñado de inmigrantes de diversas procedencias africanas debutaron en la interpretación en un reparto en el que también se encontraba Eulalia Ramón (Ultimas tardes con Teresa, ¡Dispara!) como uno de los escasos rostros profesionales conocidos.


En este filme, Armendariz penetró tal vez en los terrenos sociales-de denuncia de directores como Ken Loach pero conservando siempre ese especial tono intimista que caracteriza su cine. Estrenada de nuevo en el Zinemaldia de Donostia-San Sebastián (los estrenos de Armendariz en este festival iban siendo ya tradicionales) no pudo tener mejor acogida con una Concha de Oro a la mejor película (el mayor premio que Montxo Armendariz había conseguido con un filme hasta el momento) y el premio al mejor actor para Mulie Jarju. Pese a que su primer premio en el Zinemaldi fue muy discutido, Las Cartas de Alou obtuvo muy buenas críticas tras su estreno comercial en septiembre de 1990 y fue uno de los primeros testimonios más o menos fidedignos (el guión estaba basado en testimonios reales de inmigrantes) de la inmigración en España, un tema hasta entonces que aún no tenía la importancia social que tendría en años posteriores. Montxo Armendariz demostró con esta película que era capaz de hacer un cine sociológico de gran solidez sin perder su especial habilidad para captar lo cotidiano en un marco de exquisitas imágenes y un dominio total del lenguaje cinematográfico. Las Cartas de Alou consiguió ganar dos premios Goya, Mejor guión original para Armendariz y mejor fotografía para Alfredo Mayo además del premio del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor guión original


CONTINUARÁ

lunes, marzo 03, 2014

El Aparatito Lumiere MONUMENTS MEN




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Empeñado en demostrar que es un director competente, George Clooney, que ya dejó un excelente sabor de boca con Buenas Noches y Buena Suerte (2005) y Los Idus de Marzo (2008),en esta ocasión no ha atinado con esta aventura bélica basada en hechos reales cuyo mensaje de que el arte tiene que sobrevivir frente al afán destructor del hombre si bien está muy bien expresado en esta mezcla de drama, comedia, thriller y cine bélico no consigue ser la rampa de lanzamiento que convierta a este en una buena película. Si en los dos filmes antes citados el Clooney director había triunfado con un cine crítico y con bien elaboradas y creíbles connotaciones sociopolíticas, esta incursión en un cine más del gusto de los grandes estudios de Hollywood en lo que es su primera producción de gran presupuesto es fallida: pese al interés de la historia y a un guión eficaz, carece de garra y de elementos que satisfagan a diferentes tipos de espectador, desde el que espera una convencional historia real de la II Guerra Mundial hasta el que espera un intenso drama humano con trasfondo histórico pasando por el que desea ver un emotivo y eficaz alegato a favor del arte como patrimonio e la humanidad. Y defraudar a diferentes tipos de público equivale cuanto menos a un claro fracaso.
 

Basada en una crónica histórica de Robert M. Edsel y Bret Witter, se nos narra una olvidada misión que resultó fundamental para al historia del arte: la protección por parte de un peculiar escuadrón formado por artistas, profesores universitarios, arquitectos y expertos en arte de las principales obras artísticas de Europa amenazadas por la apropiación indebida, el saqueo y el robo por parte de el régimen nazi alemán, en los compases finales de la II Guerra Mundial. El profesor y comandante Frank Stokes (George Clooney) encabeza los Monuments Men, dispuestos a sacrificar todo por conservar y recuperar obras de arte robadas por los nazis. Aunque el filme arranca bien y mantiene el interés hasta aproximadamente la mitad del metraje con elementos de espionaje e intriga (servidos principalmente por el personaje de la espía belga interpretada por Cate Blanchet), la poca pasión de su propuesta no consigue dar el relieve necesario a una historia que atesora buenos momentos y una correcta puesta en escena para un filme de estas características. El estelar elenco que interpreta a los Monuments Men pese a su esforzado trabajo no consigue transmitir la credibilidad suficiente en su intento de retratar a unos intelectuales y artistas metidos a militares por las circunstancias y tal vez sea por la presencia de veteranos comediantes ochenteros como Bill Murray o John Goodman, parece a veces una versión envejecida de El Pelotón Chiflado o los polis de Loca Academia. Por no hablar de un Matt Damon que pasa desapercibido. Clooney, pese a todo, muestra buen oficio de director y seguramente en el futuro nos sorprenda con una excelente película. Se espera con impaciencia su mejor versión.