La realidad en
celuloide
Pocos directores de cine en España han generado tanta
admiración unánime por parte de crítica y público (algo además harto difícil)
con una filmografía tan relativamente breve como Montxo Armendariz. Su cine, todo
un prodigio de sorprendente conjunción de sobriedad, poesía, humanismo y
realismo verista es uno de los más personales del cine europeo en los últimos
30 años. Excelente narrador y sensible captador de imágenes casi documentales,
Montxo Armendariz ha demostrado dominar totalmente el arte cinematográfico sin
necesidad de aparatosidades técnicas ni de grandes presupuestos y tratado de
mantener sus señas de identidad con éxito a lo largo de un amplio periodo de
tiempo. Sus solo ocho largometrajes en treinta años son en su mayoría
excelentes filmes que han cosechados las alabanzas de la crítica internacional
e innumerables premios en todo el mundo. 30 años después de su opera prima, la
magistral y ya clásica Tasio (1984), Armendariz
sigue manteniendo su estatus de uno de los mejores directores de la historia
del cine español. 27 Horas (1986), Las Cartas de Alou (1990), Secretos del Corazón (1997) o Silencio Roto (2001) se cotizan como
algunas de las mejores películas ibéricas de la historia por derecho propio,
todas obra de un cineasta con vocación de antropólogo y humanista con una gran
pasión por contar historias con mayúsculas.
Juan Ramón Armendariz Barrios nació en Olleta, en la zona
vascoparlante de Navarra el 27 de enero de 1949. A los seis años de
edad se mudó con su familia a Pamplona, concretamente al barrio de Txantrea. Aunque
Montxo Armendariz fue un cineasta de vocación tardía su pasión por el cine
desde su infancia siempre fue enorme, siendo sus tardes y matinales de cine interminables:
sus géneros favoritos en sus años jóvenes eran el cine negro y la comedia. En
realidad, sus intereses profesionales en su adolescencia estaban orientados
a la electrónica y de hecho estudió Maestría en la rama de electrónica. Desde
principios de los setenta comenzó a trabajar en ese campo sin tener aún en
mente el dedicarse al cine, que era su principal pasión y afición. Durante los
últimos años del Franquismo, el joven Montxo se afilió en Pamplona al Movimiento
Comunista de Euskadi, tal era su afinidad política con el comunismo y con la
reivindicación de Navarra como parte integrante de Euskal Herria y participó en
diferentes actos antifranquistas. En la transición a la democracia, Armendariz
continuó su militancia política pero esta se fue atenuando paulatinamente en la
mediad que empezaba a centrarse en su actividad laboral docente como profesor
de electrónica en el Instituto Politécnico de Pamplona. Esta ocupación la
ejercería hasta 1982.
Primeras miradas a la
naturaleza (cortometrajes, 1979-1981)
El primer contacto relevante de Montxo Armendáriz con el mundo
del cine se produjo en 1977 cuando llegó a la Asociación de Cineastas Vascos en
Bilbao dispuesto a aprender el oficio de cineasta aún sin haber asistido a
ninguna escuela oficial de cine. Armendáriz estaba muy interesado en el
incipiente movimiento del cine vasco que se estaba dando en la segunda mitad de
los 70 al calor de las nuevas libertades que traía la transición para el Estado español y al resurgir del nacionalismo vasco una vez desaparecida la dictadura
de Franco. Aunque apenas se habían rodado unos pocos cortometrajes en aquella
época siguiendo las farragosas coordenadas conceptuales de los que debía ser el
nuevo cine vasco (con un carácter más metafísico-político que práctico
siguiendo las reivindicaciones propias del nacionalismo vasco) aquel debate
parecía guiar totalmente los anhelos y propósitos de varios cineastas de Euskadi
como uno de los principales teóricos de aquel movimiento, el guipuzcoano
Fernando Larrurquet, director junto con Nestor Basterretxea del documental Ama Lur (1968) un hito en la afirmación
de la cultura vasca en pleno régimen dictatorial español: precisamente fue
Larruquert uno de los primeros maestros y guías de Montxo Armendáriz en la
Asociación de Cineastas Vascos además de colaborados en sus primeros
cortometrajes. En la ACV Montxo también conoció al futuro director de
fotografía Javier Aguirresarobe. Nuestro cineasta comienza a rodar sus primeros
cortometrajes dentro de la corriente simbólica-reivindicativa nacionalista de
aquel intento de cine vasco como género cinematográfico que propugnaban varios
cineastas a finales de los 70 aunque en el caso de Armendariz con un
tono claramente izquierdista; el primero fue Barriegarrien Dantza (1979) (El
Baile de lo Gracioso, en euskera), de tinte simbolista político denunciando
la manipulación a la que se somete la población por parte del poder. Este
cortometraje fue muy comentado en los (aún reducidos) círculos de filmakers
vascos que deseaban crear una industria (además de un arte) cinematográfica
vasca y consiguió en el certamen Internacional de Cine Documental y
Cortometraje de Bilbao el Mikeldi de Plata (segundo premio) y el Primer Premio
del Cine Vasco antes de recibir el premio Especial de Calidad del Ministerio de
Cultura.
Ikusmena (Mirada) (1980) otro cortometraje
simbolista que denunciaba la falta de libertad que aún se vivía en la
transición española consigue de nuevo el Primer Premio del Cine Vasco en el
Festival de Bilbao aquel año. Sin embargo, Montxo Armendariz, que aún no se
dedicaba profesionalmente al cine, no había obtenido el reconocimiento merecido
en la escena española debido a lo arriesgado y poco convencional de su
propuesta y al comprometido carácter político de su escasa obra hasta el
momento. En 1981 dirigiría un capítulo de la serie de cortometrajes
documentales sobre temas vascos Ikuska,
bastante populares en Euskadi y Navarra a finales de los 70 y principios de los
80, sobre el norte de Navarra. Ese mismo año dirige un nuevo corto documental, el
titulado Nafarroako Izazkiñak/Carboneros
de Navarra que por fin consigue llamar unánimemente la atención de la
crítica a nivel estatal por su enorme calidad. Este mini documental bilingüe en
castellano y euskera producido por la Diputación Foral de Navarra recogía el
día a día de la actividad de los carboneros de la Sierra de Urbasa en Navarra,
un oficio en vías de desaparición pero que era practicado con devoción por sus
ejecutores, hombres que vivían en pleno monte en contacto con la naturaleza. El
tono antropológico documental del cortometraje con las imágenes al servicio de
esa intencionalidad tanto didáctica como poética entusiasmó a una parte
considerable de la crítica y además de recibir los premios de rigor del Cine
Vasco y el de Calidad Cinematográfica del Ministerio de Cultura puso al
director vasconavarro en boca de entendidos y críticos inquietos. Decir que
este documental de 35 minutos fue de algún modo la génesis del primer largometraje
de Montxo Armendariz, Tasio, ya que
en su rodaje conoció al carbonero cuya vida se narra en dicho filme, Anastasio Tasio Ochoa.
Tasio (1984), la leyenda del carbonero de
Urbasa
En 1982 Montxo Armendariz deja su labor como profesor de FP
de electrónica y decide dedicarse profesionalmente al cine animado por el éxito
de crítica de Carboneros de Navarra y con perspectiva de dirigir su primer
largometraje. El encuentro de Armendariz con Tasio Ochoa (1916-1989) en el
rodaje de Carboneros… había marcado
profundamente al realizador, hasta el punto de que deseaba que su ópera prima
en el largo de ficción fuese la biografía del singular personaje. Tal y como Armendariz afirmó en 2009 en el 25
aniversario del filme Tasio “Hay personas
acontecimientos o hechos que modifican el rumbo de nuestras vidas (…) En la mía
Tasio es uno de esos nombre ineludibles, determinantes. Primero como persona,
después como película” Tasio, que residía en la aldea de Zuñiga cerca de la
Sierra de Urbasa en el norte de Navarra, siguió contando con la amistad de
Armendariz una vez finalizado el rodaje y durante varias visitas del director
al carbonero este le contó anécdotas de su infancia que dejaron marcado a
Montxo, referentes a su capacidad de memorizar las palabras de otros niños sobre lo aprendido en la escuela (él apenas fue a ella) o a sus primeros
oficios como cazador furtivo de crías de pájaros para sustentar a su familia,
que él ocultaba a sus vecinos. El director se quedó impresionado por la
sabiduría de una persona que hizo del monte no solo su modo de vida sino su
ideología y su sustrato vital, en donde
el carbonero aseguraba que “podía encontrar todo” para vivir y trabajar solo
para él negándose a trabajar para los demás. Montxo Armendáriz había encontrado
por fin una historia para su primera película larga y pidió permiso a Tasio
para rodar un filme sobre su vida. El cineasta escribió el argumento y el guión
literario de la futura película en 1982 respetando al máximo los recuerdos vitales
que el carbonero le había ido narrando en distintas conversaciones. Javier Eder
se encargó de escribir los diálogos del filme siguiendo el argot y expresiones
en castellano de los habitantes de la
zona de la comarca de Estella-Lizarra de donde procedía Tasio Ochoa (zona no
esencialmente vascófona dentro de la parte norte de Navarra) y una vez
terminado el guión comenzó un infructuoso peregrinaje por varias productoras
que lo rechazaron por ser ruralista y poco interesante. ¿Podía tener una
película ambientada en escenarios naturales y remotamente rurales viabilidad
comercial? Parecía que no, y la gran ilusión de Montxo Armendariz por llevar a
la pantalla una historia tan peculiar, especial y personal se iba
desvaneciendo.
Tuvo que ser un productor con la sabiduría del gran Elías
Querejeta el que diese su apoyo a un proyecto tan arriesgado e inusual como Tasio. Con un enorme olfato y su
sapiencia en el mundo del séptimo arte apostó por un director novel de vocación
tardía con una historia que más allá de su evidente sentido antropológico
contenía un enorme interés dramático y humano: un relato de superación, amor,
amistad, lucha, dificultades que pese a su sencillez y su entorno localista
tenía un enorme potencial. Querejeta ya conocía el trabajo de Montxo Armendariz
en sus cortometrajes, y con un pequeño (y adecuado a las circunstancias)
presupuesto puso en marcha el rodaje del filme en los escenarios reales donde
aconteció la vida de Tasio Ochoa: Urbasa y la comarca de Estella, y más
concretamente en el pueblo de Baquedano. Para interpretar a Tasio, se escogió a
Patxi Bisquert un joven actor semiprofesional guipuzcoano (se dedicaba a
labores de caserío) que en los 70 había sido miembro de ETA pm y que había
debutado a los 28 años sin ninguna experiencia interpretativa previa en La Fuga de Segovia (1981) de Imanol
Uribe, basada en una fuga real de miembros de ETA polimilis en los 70 donde participó el propio Bisquert. El actor
requería no solo al perfil físico del personaje sino casi al profesional ya que
el mismo era entonces un baserritarra (labrador
y granjero vasco). Patxi Bisquert había intervenido en Akelarre (1983) de Pedro Olea, una de
las primeras producciones del cine producido en la Comunidad Autónoma del País
Vasco con respaldo económico del Gobierno Vasco, y se había ganado fama como
sex symbol del nuevo cine de Euskadi compitiendo con otro joven galán, el
vizcaíno Imanol Arias protagonista del primer gran éxito del nuevo cine vasco La Muerte de Mikel (1983) de Imanol
Uribe. El reparto lo completaron actores vascos semidesconocidos o
semiprofesionales como Amaia Lasa (Paulina, la mujer de Tasio) que había
intervenido en La Muerte de Mikel,
José María Asín (amigo de Tasio) o Paco Sagarzazu (guarda). El actor asturiano
Nacho Martínez (futuro protagonista de Matador
(1985) de Almodóvar) encarnó al hermano de Tasio, mientras que los jóvenes
Isidro José Solano y Garikoitz Mendugutxia dieron vida a Tasio de adolescente y
niño respectivamente.
Tasio se estrenó finalmente en octubre de 1984 y contra todo
pronóstico fue un éxito de crítica. Su estilo de docudrama sus hermosas
imágenes filmadas con profusión de verdes y rojizos naturales por el gran José
Luis Alcaine, la emocionante música de un primerizo Ángel Illarramendi y el
soberbio guión escrito finalmente por Montxo Armendariz y Marisa Ibarra
entusiasmaron no solo a la crítica sino también al público. Se alabó la
sensibilidad poética de una película tan sobria como emocionante y la pericia
del filme por captar las emociones y sentimientos humanos en su estado más puro
y creíble. También fue muy elogiado el trabajo actoral de un reparto
semiprofesional en donde la mayor parte de los papeles secundarios eran
interpretados por actores aficionados y gentes del pueblo de Baquedano. Patxi
Bisquert fue una auténtica revelación aunque el pasado del actor -que a partir
de ese momento se dedicaría profesionalmente a la interpretación- despertó
muchos recelos. La historia del carbonero, del hombre de monte que desde niño aprendió a vivir de la naturaleza para
sustentar a su familia primero fabricando carbón y más tarde también como
cazador furtivo sorteando prohibiciones legales y luchando por sacar adelante a
él y a los suyos para finalmente quedarse a vivir para siempre en el lugar
donde encontró la libertad (la montaña), también cautivó al público de todo el
Estado Español pese a los temores de que se tratase de una historia
excesivamente local. Un éxito de taquilla que acompañó al merecido
ensalzamiento por parte de la crítica. La imagen de Tasio adulto en la
carbonera fabricando lo que era el sustento de su vida con la música de Ángel
Illarramendi de fondo es sin duda una de las imágenes más inolvidables y
también populares del cine español. Tasio,
Un emotivo canto a la libertad individual que hoy por sigue siendo la obra
maestra de Montxo Arméndariz, quien logró un insólito triunfo con un filme
inusual y honesto.
27 Horas (1986), generación sin esperanza
Tras la recolección de premios de Tasio (Segundo Premio Festival de San Sebastián, Mejor Película
Festival de Chicago, Fotogramas de Plata mejor película española, premios en el
festival de Cartagena de Indias, premios varios para Patxi Bisquert ) y su
estreno internacional en países como Francia o Alemania, Montxo Armendariz vio aumentada
su reputación como autor tras haber filmado la que para muchos es una de las
mejores películas españolas de la historia. Lógicamente, todos los admiradores
de Tasio y la crítica esperaban con
impaciencia el nuevo filme del realizador navarro. Armendariz de nuevo dirigió
su mirada a la crónica de vida cotidiana pero esta vez partiendo de una
historia cien por cien ficticia aunque desde luego que tomado realistas apuntes
del natural de la situación social de la época. La juventud iba a ser el objeto
de su siguiente filme 27 Horas (1986),
concretamente la juventud vasca urbana en un entorno en donde el paro (que fue
especialmente virulento en Euskadi a mediados de los 80) y la falta de
perspectivas vitales había creado una generación desencantada que en muchos
casos recurría a la droga como vía de escape. Así con un tono más urbano en
contraste con el filme anterior pero con la misma intencionalidad
semidocumentalista, Montxo acometió su segundo largometraje, rodado mayormente
en Donostia-San Sebastián y con un muy pequeño presupuesto.
De nuevo con el respaldo de Elías Querejeta, quien colaboró
con Armendariz en el guión, 27 Horas
contaba la historia de un postadolescente donostiarra, Jon (Martxelo Rubio) y
sus circunstancias especialmente en los concerniente a la relación con su novia
Maite (una jovencísima y desconocida Maribel Verdú) y su amigo Patxi (Jon
Donosti) Jon, que pasa de sus estudios y
prefiere pequeños trabajos para costearse los bares, los futbolines y la droga,
trata de conseguir junto con Maite y Patxi en las 27 horas de su vida que
aparecen reflejadas en la historia una dosis de heroína, su única y principal
finalidad desde que se levanta una
mañana. Este McGuffin es el que mueve una historia de viñetas, anécdotas y
nihilismo vital en el que el protagonista sin olvidar su amargo objetivo
interactúa como si tal cosa con su entorno, todo con un estilo narrativo muy
concreto y de nuevo realista y cotidiano. La película fue en parte financiada por
la Consejería de Cultura del Gobierno Vasco dentro de su plan por lanzar el
filme producido en la Comunidad Autónoma de Euskadi y ello conllevaba el
estreno de copias dobladas al euskera. 27
Horas, al igual que Tasio, fue
estrenada mundialmente en el Festival de
Cine de San Sebastián en septiembre de 1986 con muy buenas valoraciones de la
crítica (que consideró unánimemente que pese a tratarse de una gran película no
llegaba a la altura excelsa de Tasio)
y a finales de dicho mes se estrenó comercialmente en toda España. Además los
tres actores antes mencionados en el reparto se encuentran André Falcon, Michel
Berasategui, Ramón Barea y un semidesconocido Antonio Banderas.
Más que una película sobre el consumo de drogas -tema muy
recurrente cuando se tocaba en el cine a la juventud española en los 80- 27 Horas
se trata de un filme sobre la vida diaria (en un día cualquiera) de un chaval
sin rumbo que mientras busca su dosis se encuentra con las diversas personas
que condicionan su vida y sus circunstancias a veces con buen resultado y otras no tanto caminando hacia un final que se antoja en todo momento dramático.
Cine de nuevo honesto y sin cortapisas con un estilo sobrio y eficaz pero
deslumbrante y sin el elemento claramente lírico de su anterior filme. La
película obtuvo la Concha de Plata al mejor director en el Zinemaldi
donostiarra, Mejor Película en el Festival de Montpellier y de nuevo excelentes
críticas: estaba claro que Montxo Armendariz era uno de los mejores directores
españoles del momento y tal vez de Europa además de consolidarse como un
maestro en el difícil arte de hacer grandes películas con presupuestos
minúsculos. En lo que respecta a la carrera comercial de 27 Horas, su éxito de taquilla fue discreto en comparación
al de Tasio, pero hoy en día se sigue
considerando un filme de culto con cierto valor sociológico al reflejar el lado
más sombrío y nihilista de un sector de la juventud vasca y española marcado
por el hastío y el consumo de drogas y sin ser esencialmente una película sobre
la temática de las drogodependencias. En el reparto, un buen puñado de desconocidos
actores y actrices, en su mayoría vascos, que cumplieron con creces aunque su
protagonista el guipuzcoano Martxelo Rubio solo consiguió mantener una modesta
carrera. Por el contrario, una Maribel Verdú de 15 años- que tuvo con esta
película su primer papel importante-
encandiló a público y crítica y forjó a partir de 27 Horas una
estratosférica trayectoria llegándose a convertir en una de las más cotizadas
actrices españolas. También este fue para un Antonio Banderas de 25 años- que
encarnaba a Rafa, el camello- uno de sus
primeros filmes.
Las Cartas de Alou (1990), retrato de la gente que llega
Tras 27 Horas,
Montxo Armendariz pasó un paréntesis de cuatro años sin películas. Sus
seguidores esperaban un nuevo filme pero este no terminaba de llegar. ¿Dificultades
para encontrar una historia interesante?, ¿falta de poyo económico? El caso es
que no fue hasta 1990 cuando se estrenó Las
Cartas de Alou un nuevo filme inmediato y verista en donde el director
navarro volvió a sacar a relucir su faceta de cronista de lo cotidiano que ya
había demostrado en 27 Horas pero esta vez con un carácter más humanista e
intimista y en cierto modo antropológico, conectando de ese modo con Tasio. Las Cartas de Alou contaba una historia para entonces insólita en
el cine como era el día a día de un inmigrante africano en España, años antes
de que el boom de la inmigración estallase en la península ibérica -aunque si
bien desde hacía tiempo la inmigración desde el África subsahariana había sido
algo habitual en España- De nuevo con Elías Querejeta de productor y con un
guión escrito en solitario por el propio Montxo, este fue el primer
largometraje del realizador vasconavarro rodado fuera de Euskal Herria y el que
hasta el momento contaba con el mayor número de actores no profesionales en
papeles significados. Mulie Jarju, un trabajador senegalés que llevaba poco
tiempo en España sin anterior experiencia interpretativa dio vida a su
compatriota Alou, un joven que llega a España clandestinamente y que trata de
integrarse en la sociedad española a trancas y barrancas sufriendo muchas veces
el rechazo, el racismo y la incomprensión. De Almería a Barcelona pasando por
Madrid y Levante, Alou no pierde la esperanza ejerciendo diversos empleos en
condiciones precarias- y algunos ilegales- mientras escribe a su familia contándoles
sus vicisitudes. Un buen puñado de
inmigrantes de diversas procedencias africanas debutaron en la interpretación
en un reparto en el que también se encontraba Eulalia Ramón (Ultimas tardes con Teresa, ¡Dispara!) como uno de los escasos
rostros profesionales conocidos.
En este filme, Armendariz penetró tal vez en los terrenos
sociales-de denuncia de directores como Ken Loach pero conservando siempre ese
especial tono intimista que caracteriza su cine. Estrenada de nuevo en el
Zinemaldia de Donostia-San Sebastián (los estrenos de Armendariz en este
festival iban siendo ya tradicionales) no pudo tener mejor acogida con una
Concha de Oro a la mejor película (el mayor premio que Montxo Armendariz había
conseguido con un filme hasta el momento) y el premio al mejor actor para Mulie
Jarju. Pese a que su primer premio en el Zinemaldi fue muy discutido, Las Cartas de Alou obtuvo muy buenas
críticas tras su estreno comercial en septiembre de 1990 y fue uno de los
primeros testimonios más o menos fidedignos (el guión estaba basado en
testimonios reales de inmigrantes) de la inmigración en España, un tema hasta
entonces que aún no tenía la importancia social que tendría en años posteriores.
Montxo Armendariz demostró con esta película que era capaz de hacer un cine
sociológico de gran solidez sin perder su especial habilidad para captar lo
cotidiano en un marco de exquisitas imágenes y un dominio total del lenguaje
cinematográfico. Las Cartas de Alou consiguió
ganar dos premios Goya, Mejor guión original para Armendariz y mejor fotografía
para Alfredo Mayo además del premio del Círculo de Escritores
Cinematográficos al mejor guión original
CONTINUARÁ