***
La
siempre cinematográficamente temible vitola de filme basado en una historia
real es algo que pese a todo siempre atrae al público y a la Academia de
Hollywood a la hora de repartir los Oscar, aunque al final y sobre todo en los
últimos tiempos las decepciones estén a la orden del día en filmes de este tipo:
en ese sentido Dallas Buyers Club, sin ser una película deficiente, puede
resultar una cinta incompleta e irregular para espectadores exigentes o que
sencillamente esperen un drama sólido y realista con todas las de la ley. La
verdad es que la historia verídica en que se basa este filme, resultaba golosa:
los últimos años de Ron Woodroof (1955-1992), un electricista y participante en
rodeos de Dallas afectado de SIDA que desesperado por paliar el sufrimiento de
su enfermedad y alargar su vida decidió investigar que fármacos ilegales o no
vendidos en EEUU podían ser los adecuados para tal fin previamente a introducirlos en su país de
manera masiva dedicándose a traficar con ellos entre seropositivos y enfermos
de SIDA en su peculiar (e ilegal) club de compradores, el Dallas Buryers Club. Una
película muy honesta y nada sensacionalista que sin que toque nada
esencialmente nuevo (la lucha de un teórico don nadie contra poderosas instancias- en este caso las
compañías farmacéuticas y el sistema legal estadounidense- es algo ya muy
recurrido) se gana al público gracias al enfoque estilizado y naturalista del
director quebequés Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y,
Café de Flore) quien no realiza un
mal debut en un filme cien por cien USA dejando su impronta de excelente
narrador aunque eso sí, bastante por debajo de sus mejores momentos canadienses
y europeos.
No
hay que obviar un hecho bastante evidente y es que este es un drama que para conseguir
intensidad y credibilidad se apoya fundamentalmente en el impecable trabajo de
sus actores, especialmente del Oscar al mejor actor 2012 Mathew McConayghey,
quien se mete en todos los poros de la piel de ese patán honrado y luchador que
fue Ron Woodroof, un cowboy de texas promiscuo, homófono, egocéntrico e
inicialmente desconsiderado que en el lento deterioro producido por su
enfermedad experimentó un cambio en su comportamiento que aunque en realidad
motivado por su propio bienestar no tardó en tornarse en un total altruismo y
sacrificio por los demás. Se nota que el actor se ha trabajado su papel,
incluyendo la pérdida de varios kilos y un aspecto físico deplorable obra en
parte de un también escarizado maquillaje.
Como también ha recibido su premio al mejor actor de reparto un recuperado Jared
Leto que se mete en al piel de Rayon, un travesti fiel colaborador de Ron y un
ser valiente y decidido. Las mejores notas de dramatismo las ponen estos dos
actores en determinadas secuencias que sin embargo resultan muy aisladas en
todo el conjunto. Y es que a esta película le sobran determinados momentos y al
final parece que se enreda de tal manera con la historia que da la impresión de
que se nos está contando lo mismo todo el rato haciendo que lo que podía ser
una gran película se quede en buena película sin más. Muy válida, eso sí, como
documento de la evolución de la industria farmacéutica y del mundo de la salud
frente al SIDA, Dallas Buyers Club posiblemente
no será muy recordada en el futuro, lo que no debe impedir apreciar un buen
puñado de cualidades.