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La
virtud de conseguir una filmografía deslumbrante, sugestiva y más que original
sin necesidad de ser tomada demasiado en
serio es algo muy difícil de conseguir y el director Wes Anderson lo lleva
haciendo desde hace 18 con títulos como Academia
Rushmore (1996), Los Tenebaums
(2001), Life Aquatic (2004) o su
última y magistral Moonrise Kingdom
(2012) y con esta El Gran Hotel Budapest
demuestra sencillamente ser un cineasta genial. Basada libremente en diferentes
obras del escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942), la película resulta una
inteligente deconstrucción y reinterpretación satírica tanto de la historia
europea durante el advenimiento de la II Guerra Mundial como de la
idiosincrasia cultural y social del continente durante el periodo de
entreguerras todo siguiendo según deseo de su director y guionista el estilo narrativo de Zweig y siempre bajo
la óptica irónica y burlona de Anderson, hoy por hoy el mejor exponente del
humor y la comedia inteligente en el cine. Porque esta película no es más que
un aparatoso y engolado divertimento, una historia anecdótica envuelta en un
rimbombante envoltorio tan exagerado como fascinante. Un ejercicio de poderío
visual en donde todos y cada uno de los fotogramas, toda la escenografía, la
iluminación, el atrezzo, el vestuario y el movimiento de los actores está
milimétricamente calculado hasta conseguir que todas las imágenes sean un tanto
caricaturescos frescos manieristas dentro de un delirio visual y conceptual más
propio del cómic y los dibujos animados, algo que por otra parte ya ensayó
Anderson (con otro tono) en Moonrise
Kingdom.
Con un interminable reparto de rostros conocidos en
donde se encuentran Ralph Fiennes, Jude Law, Tom Wilkinson, Tilda Swinton, F.
Murray Abraham, Harvey Keitel, Adrien Brody, Mathieu Almaric, Edward Norton,
Willem Dafoe, Saoirse Ronan, Bill Murray, Jeff Goldblum, Lea Seydoux, Owen
Wilson y Jason Schwartzman (muchos ya colaboradores habituales de Anderson) más
la revelación del joven debutante Tony Revolori El Gran Hotel Budapest nos ofrece un maravilloso espectáculo visual
de imaginería caricaturesca varia en donde hay sitio para lo vistoso aunque
para ello se utilice lo bizarro y esperpéntico. Una maleable e imprevisible
stravaganzza en forma de entrañable pero
mínima historia de crecimiento personal, fidelidad, lealtad, amor e intriga
atravesada por deliberadamente inconstantes e imprecisos ramalazos de aventura,
humor negro y fantasía histórica que convierten a esta historietilla en una
obra fascinante y disfrutable. Ambientada en el ficticio país centroeuropeo de
Zubrowka (allí germanófonos y francófonos conviven en un entorno con elementos
culturales, geográficos e históricos austriacos y suizos) en donde se levanta el
Hotel Budapest, el alma de la historia es la curiosa relación casi paternofilial
entre el primerizo e inocente botones adolescente de origen árabe Zero Mustapha
(Tony Revolori) –personaje hilo conductor de la historia- y su maestro el
presuntuoso, mujeriego pero noble gerente del hotel Monsieur Gustave (Ralph
Fiennes). Dentro de un delirante proceso de aprendizaje, la figura de antihéroe
de Gustave ejercerá una total influencia en la concepción vital del joven Zero,
en medio de un entorno extravagante, caótico y contradictorio típico previo a
un gran cambio histórico (a peor). No deja de admirarse ni un solo momento una
extraordinaria fotografía con una cuidada paleta de colores chillones y
matizados y una iconografía historiada y detallada que evoca a los comics
francobelgas de la llamada Línea Clara, en especial a los de Tintín cuya
impronta además se percibe en la caracterización de los personajes y en no
pocas situaciones y escenas (y aunque el director haya asegurado que no ha
leído nunca ningún cómic de Tintín). Un nuevo gran acierto de Wes Anderson, un
cineasta que no defrauda.