**
y ½
La
sensación que deja este ingenioso aunque algo irregular filme es de un empacho
de pretensiones bastante notable: tratar de hacer un filme de ficción sobre el
origen de la crisis económica actual desde su vertiente financiera y su
estallido en la década de 2000 es un ejercicio tan valiente como
cinematográficamente incierto y en ese sentido el resultado final ha sido más
bien discreto y farrragoso desde el punto de vista artístico. Adam Mckay, un
director de productos comerciales escorados al exceso y la comedia ha intentado
hacer una película entre irónica, divulgativa crítica y desmitificadora apoyado
por una elenco de conocidos intérpretes y un guión en donde el lenguaje y los
conceptos económicos lo copan casi todo sumiendo en el despiste a los
espectadores menos puestos sobre el tema y aunque se traten de explicar no
pocos de dichos elementos mediante ingeniosos trucos metacinematográficos y una
tendencia casi omnipresente a romper cuarta pared.
Pese
a que The Big Short funciona como
crónica dramatizada de acontecimientos históricos y su estilo entre documental,
videoclipero y, digámoslo, tarantininano, resulta efectivo sobre todo por su
tono irónico rayando con la comedia esperpéntica (aunque se describan hechos
totalmente dramáticos) lo árido de su temática y la profusión de tecnicismos
económicos no le confieren precisamente el estatus de filme ameno. Ryan Goslin,
Brad Pitt, Steve Carell y un tremendo Cristian Bale junto con intérpretes menos
conocidos se esfuerzan y mucho en mostrar las motivaciones, las taras, las
ambiciones y sobre todo la doble moral de unos personajes reales que en su afán
de lucro y codicia abocaron a la sociedad occidental a una crisis económica sin
precedentes. Está excelentemente plasmado todo el mundo bursátil y bancario,
pero la explicación (bastante compleja) de cómo los diferentes elementos se
combinaron para llegar a una situación aparece excesivamente detallada para un
filme de ficción. Una película necesaria pero excesiva.