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Siempre tiene un cierto riesgo la amalgama géneros en
el cine, tal vez por ello una película que ya desde sus primeros compases de
metraje se presenta como una mixtura de crónica histórica contemporánea, cine
social con elemento de denuncia, relato policial y pinceladas de acción hace
temer al espectador lo peor. Sin embargo, en el caso de Detroit, nuevo filme de la hábil Kathryn Bigelow se ha conseguido
una soberbia película que, efectivamente, con algunos recursos propios de la
violencia cine de acción- que la directora ha demostrado dominar en filmes
anteriores como En tierra hostil
dejando además una original impronta autoral - y pequeñas concesiones a la
intriga policial narra de un modo realista, descarnado y con escasa
comercialidad un oscuro hecho de la historia norteamericana de los últimos 50
años. El caso del Motel Algiers de Detroit, Michigan, que tuvo lugar en julio
de 1967 y en donde unos policías blancos ejecutaron a tres jóvenes negros
inocentes en una noche de malentendidos y odio racial en plena revuelta de la
población negra en esta ciudad, además de ser un excelente material
cinematográfico era una manera muy ilustrativa de tirar las orejas a un país en
donde la discriminación racial ha sido durante muchos años- y sigue siendo
ahora en no pocos casos- un quebradero de cabeza y aunque EEUU siempre haya
presumido de su apertura democrática. Lo cierto es que Detroit, que da su
propia (y posiblemente muy aproximada) interpretación sobre los trágicos hechos
que ocurrieron en las habitaciones de aquel motel es una película más efectiva que efectista y que demuestra además como en un contexto
espacio-temporal muy reducido se puede contar una historia tan apasionante como
realistamente sobrecogedora que atrapa y angustia al espectador desde el primer
momento.
Con la utilización de algunas imágenes de la época de
archivo- principalmente fragmentos de informativos y escenas reales de las
revueltas raciales de Detroit- la película está perfectamente ambientada en el
Detroit de finales de los 60 y no renuncia al habitual estilo semidocumental de
la directora que esta vez se ha esforzado no solo en trasladar magistralmente
la opresiva atmósfera de la tensión del momento histórico de altercados varios
sino en presentarnos el espíritu de la época
de una ciudad que fue un símbolo de esperanza, orgullo y libertad para
la población negra ya que allí se gestó el célebre sello discográfico Tamla
Motown, la primera compañía de cualquier sector hecha principalmente por y para
negros y que en este film cumple un papel significativo y tangencial además de
ser objeto indirectamente de homenaje. Con un estilo narrativo muy verista, un
ritmo que trata de oal tiempo real (un recurso muy acertado en una historia
como esta) y unas interpretaciones desgarradas por parte un grupo de muy
competente y en su mayoría jóvenes intérpretes, Detroit consigue ser un filme
tan cautivador como desasosegante que puede que incomode a los espectadores más
sensibles con su violencia a veces desatada. Y es que su elemento de denuncia,
en este caso de la brutalidad y corrupción policial en un caso que no quedó
resuelto como es debido, trata de imponerse en todo momento y un vehículo
efectivo para esto ha sido el mostrar los engranajes psicológicos del odio y de
la intolerancia en los personajes de los policías blancos. Y por el otro lado
un grupo de chavales afroamericanos idealistas y con ambiciones artísticas
algunos de ellos que se encontraron inesperadamente con un infierno que
nosotros revivimos por obra y gracia de la genialidad de su directora. Tal vez
la excesiva duración del filme con un epílogo judicial tosco y tedioso sea un
cierto lastre, pero lo cierto es que Detroit es una de las mejores películas de
lo que llevamos de año.