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Benicio del Toro ha demostrado lo que muchos negaban:
que se puede hacer una obra maestra adscrita al género fantástico y siendo
susceptible además de gustar y fascinar a un público no seguidor del estilo y todo
combinando un componente autoral con elementos mainstream consiguiendo en
definitiva un filme más que delicioso. Un emotivo y extraño cuento de hadas que
bebe de diversas fuentes e influencias para ofrecer un mensaje de
reivindicación de lo raro y lo diferente repleto de poesía y con un meticuloso
y bien aprovechado uso de las imágenes consiguiendo un acabado plástico de
curiosa belleza. Y es que Benicio del Toro no solo ha hecho su mejor película
sino que ha conseguido un filme que está destinado a ser un clásico dentro del
género fantástico que aunque es cierto que no se sustenta en una premisa
original y que es más bien un inteligente pastiche-homenaje a diversos filmes y
relatos de fantasía no es menos cierto que precisamente por su habilísima y
trabajada hilbanación de referentes consigue ser un suntuoso homenaje a la
imaginación. Con ropas de melodrama y de historia de amor casi imposible y
ciertos elementos de thriller, resulta muy difícil no caerse rendido ante una
película que sabe jugar con la sugestión y las reglas tradicionales de los
cuentos para conseguir una historia con varios niveles de lectura capaz de
convencer a públicos bien diferentes.
Ambientada a principios de los años 50 en unos EEUU
idílicos en apariencia pero con el (absurdamente) inquietante fantasma de la
guerra fría de fondo, asistimos a la historia de amistad y amor entre Elisa (Sally
Hawkins) una joven muda por extrañas circunstancias que se ha criado como
huérfana y que trabaja como limpiadora en unos laboratorios del gobierno
americano en Baltimore y una criatura marina capturada por el gobierno (Doug
Jones, actor fetiche de del Toro abonado casi exclusivamente a las
caracterizaciones monstruosas), que las instituciones mantienen en secreto sin
saber que Elisa conoce su existencia. La mujer, una criatura inusual y peculiar
a causa de su defecto pero sensible al mismo tiempo que decidida, parece no
encajar en el mundo ni con la mayor parte de la gente, pero su amistad con el
ser, que desembocará en otra cosa, la llevará a un cambio en la percepción de
ella misma y de su capacidad de relación que llevará a alucinantes
acontecimientos al mismo tiempo que la monstruosa criatura no tardará en
mostrar una humanidad que sin llegar a ser completa (es incapaz de contener
ciertos instintos) será la suficiente para conseguir lo que Elisa no había
experimentado nunca: la felicidad. Giles (Richard Jenkis) un maduro vecino
gay que trabaja como ilustrador
publicitario y Zelda (Octavia Spencer) compañera de trabajo afroamericana de
Elisa sin pelos en la lengua serán los aliados de la joven en su protección de
la criatura de las maquinaciones de Strickland (Richard Jenkis) un militar
amoral pese a parecer un perfecto padre y esposo, al tiempo que el científico
coordinador del proyecto de la criatura, el
Dr. Hosstletter (Michael Stuhlbarg) parece tener un secreto que
terminará afectando al devenir de la historia.
El formalismo manierista, irreal e idealizado, propio
de un cuento fantasioso, está conseguido con elementos temáticos y estéticos de
los clásicos fantásticos de serie b de los 50, el Spielberg de E.T, el
refinamiento conceptual europeo caricaturesco de Jeunet y Caro, el frikismo
chic de Terry Gillian, la extravagancia romántica-fantástica de Tim Burton y un
claro homenaje al espíritu idealizado del sueño americano buscado en el
melodrama de Frank Capra y las ilustraciones de Norman Rockwell, aspectos estos
últimos que sirven para hacer una sátira-denuncia a la hipocresía de los EEUU
en los 60 presentando una imaginería americana superficial y de pega y en donde
la intolerancia y los prejuicios (sociales, raciales, sexuales) eran pan de
cada día en un país en realidad multicultural y multisocial. Emotividad y
poesía (bello final) para rematarlo todo en una experiencia narrativa y cinematográfica
de muchos kilates.