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La mezcla de crónica costumbrista con trasfondo
histórico (o al menos ambientado en épocas pasadas) y el drama es algo que
suele funcionar bien en el cine, pero este no ha sido el caso de esta esforzada
producción mexicana que pese a lo fallido de su propuesta viene a reivindicar
la progresión y modernización del cine azteca con realizadores que siguen la
estela González Iñarritu, Cuarón y compañía y huyendo de copiar el cine yanki y de anclarse en
modismos de la idiosincrasia mexicana en el séptimo arte, parecen abrazar los
cánones del cine europeo aunque eso si atravesados por parámetros estilísticos independientes
anglosajones. Hari Sama, un director desconocido fuera de México pero con
reconocida trayectoria en su país demuestra ser un realizador competente y un
narrador con recursos, pero este filme no consigue llegar a altas cotas en
ningún momento a causa de un mensaje poco claro y bastantes altibajos debidos
principalmente a unos personajes poco explotados. No obstante el principal pero
de esta película es su empeño en parecer un producto europeo aunque esto esté
justificado por su temática: el anhelo de cierto sector de la juventud mexicana
de mediados de los 80 por tener un estilo de vida similar al de Londres o
Berlin y la aspiración de convertir a México DF en un epicentro cultural
alternativo basado en las capitales europeas en la época. En ese sentido, sólo se
ha conseguido una cierta sensación de pastiche que parece beber con poca
fortuna de Danny Boyle o Dennis Villeneuve.
Con el siempre rico filón de las vivencias de la
adolescencia, Esto no es Berlin, nos
traslada al México DF de 1986, en donde un chaval estudiante de un colegio
privado, Carlos (Xabiani Ponce de León) trata de evadirse de la mediocre
realidad de su empobrecido país y de su tradicional familia primero por medio
de la rebeldía violenta y más tarde por medio de la vida nocturna que descubre
en una discoteca mal vista en la ciudad en donde toma contacto con la música
postpunk y new romantic de la época (la chica por la que bebe los vientos, Rita
(Ximena Romo) canta en un grupo), el sexo y las drogas en un ambiente muy
liberal poblado músicos y artistas que aspiran a ser transgresores dentro de un
país enormemente tradicional pero también de charlatanes, oportunistas y gente
de dudosa moral. Su mejor amigo, Gera (José Antonio Toledano), hermano de Rita,
el acompañará en esta nueva experiencia pero las consecuencias serán diferentes
para ambos. Jugando con la nostalgia ochentista y la denuncia histórica de un entorno
que por entonces estaba más preocupado en otras cosas que en alcanzar la
modernidad cultural- y en donde la droga como ocurrió en otras tantas partes
sacudió a una generación- la película transita insegura en su vertiente
dramática y no logra sacar partido de la complejidad de sus protagonistas,
quedando al final en un producto raspadamente aceptable pero sin relieve. Como
punto fuerte se puede mencionar su montaje dinámico muy adecuado para este tipo
de historia y la estupenda fotografía que realza la atmósfera de un muy bien
recreado ambiente de discos marginales ochenteras. Puede que Hari Sama nos
sorprenda en el futuro con un gran
filme, pero en esta ocasión no ha sido el caso.