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Últimamente
a Quentin Tarantino la salen muy bien las cosas. Lo suyo no es solo oficio, es
habilidad narrativa superlativa, un dominio del arte cinematográfico lo suficientemente
grande para hacer de una película un completo festival de audacias de todo tipo,
una sensacional dirección de actores y lo que tampoco debe olvidarse un
privilegiado don para dar con el equilibrio perfecto entre calidad y
comercialidad. A estas alturas y tras casi 30 años de carrera no vamos a descubrir
la grandeza de Tarantino, que una vez más ha vuelto a dar en la diana aunque
este filme no supere su glorioso díptico western (Django Desencadenado y Los
Odiosos Ocho), algo muy difícil, y ni tan siquiera llegue a los Niveles de Malditos Bastardos. La idea de revisar
los comienzos de lo que se llamo el Nuevo Hollywood- aquella época en los 70 en
la cual los directores volvieron a tomar el mando de sus obras con carácter autoral
y lanzó a gente como a Coppola, Scorsese, Hopper, Spielberg, Ashby y otros- en
aquel emblemático 1969, hace hoy 50 años, ha sido un acierto: el realizador de
Knoxville ha dado rienda suelta a toda su sapiencia cinematográfica y toda su
mitomanía pop- focalizada precisamente en los 60 y 70- para rendir un curioso
homenaje a todo el maremágnum que se podía concentrar en el Hollywood de
finales de los 60 y que desencadenó en un cambio en la década siguiente a la
hora de concebir la industria cinematográfica norteamericana que resultó tan
estimulante como efímero. Tarantino plasma con total acierto aquellos
disparatados mimbres: el auge y caída del movimiento hippy, el primer reinado
de la televisión, la irrupción de subgéneros cinematográficos underground, el
auge del cine serie B, la globalización en los gustos del público internacional,
la era dorada del Spagetti Western, el conservadurismo de la era Nixon y su cruzada
contra el progresismo…y con este telón de fondo se nos muestra una comedia
negra de personajes desesperados y al límite cuya historia transcurre en un
contexto histórico real como fue el trágico verano californiano de 1969 en
donde el hippy psicópata iluminado Charles Manson y sus seguidores (“The Family”)
perpetraron un horrible crimen que puso fin a muchos ideales de los 60. Con
personajes reales compartiendo pantalla con los protagonistas ficticios, la película
desde la tragicomedia y la crítica despiadada más que satirizar homenajea al
mundo del cine y su influencia en la gente marcándose una digresión sobre los
acontecimientos reales del tipo que presentaba en Malditos Bastardos y con un mensaje similar sobre el amor al cine.
Pero la película no quiere quedarse solo en eso y plantea una crónica histórico-costumbrista
en donde se hace una reflexión, tan cruel y burlesca como más o menos atinada
dentro de su ironía, sobre el fracaso personal, que aquí se expone como la
negación a asumir cambios.
Los
dos actores protagonistas, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, están excelentes como
dos extriunfadores convertidos en poco tiempo en perdedores y que tratan de
huir de un futuro nada halagüeño cada uno a su manera y sin aparentemente
contar con el otro aunque su vida profesional y personal haya estado unida
durante bastante tiempo. DiCaprio es Rick Dalton, ex estrella de la TV en blanco y negro cuya
carrera en la pequeña pantalla americana parece haber terminado y tiene que
dirigir su carrera al denostado circuito europeo, y Pitt es doble de acción, Clff
Booth, que teme que el declive profesional de Dalton le afecte a él, un hombre con
una cuenta corriente más bien modesta en contraposición a su compañero. Dalton,
bipolar y enloquecido, no parece dar pie con bolo en su nueva situación dentro
de un Hollywood que ya no es como él lo recordaba, y Booth parece cagarla también
en el momento más inoportuno: dos personajes patéticos en un entorno que para
ellos y para el resto de personajes de al industria del entretenimiento que
aparecen el filme parece volverse cada vez más surrealista, artificial y
absurdo. Porque Tarantino deja claro que su amor por el cine menos convencional
y de culto de cualquier época no está reñido con la crítica al contexto sociológico
en el que nació y todas sus circunstancias, positivas y negativas. En este
sentido, la disección que se hace de los últimos 60 en USA y sus concomitancias
que afectaron al mundo del espectáculo es sencillamente magistral. Es cierto
que como siempre Tarantino no se toma en serio nada y que su fijación por
mostrar lo más recóndito de la cultura pop lleva a veces al atragantamiento y
por que no, a la trampa para el espectador, pero ver como toda situación,
personaje, giro de trama o simplemente escenarios de fondo (todo sea real o imaginario)
es sencillamente deslumbrante, especialmente para el espectador cinéfilo.
Jamás
Tarantino ha estado tan acertado a la hora de mover y poner en escena
personajes, aunque la mayoría sean reales. Puede salir -y sale- algo
espectacular de una película donde aparecen Bruce Lee, Roman Polanski, las
componentes femeninas de The Mamas and The Papas, Steve McQeen, Connie Stevens o se cita a Sergio Corbucci y las
series de TV El Avispón Verde o FBI. Mención a parte merece el personaje de Sharon Tate,
interpretado por una inspirada y simpática Margot Robbie, que además de ser el
personaje femenino más importante aparece en el filme como el elemento
catalizador de la historia, como fue por desgracia fundamental su papel en la
vida real en el final del sueño de los 60 (curioso el trampantojo simbólico en la escena en que Tate-Robbie observa a la
verdadera Tate en la película La mansión
de los siete placeres), por no hablar del rol pivotal que ejerce Manson y
sus acólitos en la película: aunque el célebre asesino aparece solo brevemente
interpretado por Damon Herriman, sus seguidores aparecen todos cada uno s con
sus nombres y con mayor y menor protagonismo, siendo Squeaky Fromme (Dakota
Fanning) la que más protagonismo tiene. Son especialmente inspiradas las
escenas en el rancho Spahn, a medio camino entre el western crepuscular y el
cine de terror. Genial. Al Pacino, Bruce Dern, Timothy Oliphant, Emile Hirsch, Kurt
Russell, la joven y prometedora Margaret Qualley y Luke Perry en uno de sus últimos
papeles son algunos de los rostros más notables en el reparto coral de una película
que aunque no es perfecta resulta un nuevo
acierto tarantiniano en donde tampoco faltan sus habituales diálogos ingeniosos
ni su violencia desatada esta vez un tanto más comedida dentro de lo que cabe. Como
comedia funciona estupendamente (tiene escenas verdaderamente tronchantes) y
como homenaje al séptimo arte, pues está todo dicho. ¡Viva el cine!