Verdaderamente magistral. La mejor película en el último año (de 2007, si nos atenemos a su año de producción), y toda una lección magistral de cine. Porque There Will Be Blood es cine en estado puro, desde el primer fotograma hasta el final, todo un despliegue de buen hacer en prácticamente todos lo sentidos: guión, montaje, fotografía, interpretaciones (magistrales), dirección (sublime)…Si a ello sumamos una historia con un enorme poder de atracción y narrada de forma espectacularmente perfecta y con una riqueza de matices increíble, tenemos una buenísima razón para no dejar de ver este filme que, a pesar de que recurre a temas bastante manidos por el séptimo arte como son la parábola del hombre hecho así mismo o el sueño americano como un arma de doble filo, atesora una originalidad a prueba de bombas.
De una manera simbólica y metafórica, se nos cuenta ese tema, también tantas veces narrado, que es la historia norteamericana forjada por sus más humildes protagonistas: los trabajadores de solo a sol de principios del siglo XX, los pioneros en tierras salvajes, los primeros emprendedores en un capitalismo naciente, y gentes similares dentro de un país literalmente en estado salvaje en los primeros años del siglo pasado. La metáfora, o mejor dicho, la canalización unitaria del relato, reside en la figura de Daniel Plainview, encarnado de una manera absolutamente alucinante por el gran Daniel Day Lewis en la mejor interpretación de su carrera, un humilde minero al que el hallazgo de petróleo en el desértico villorrio de Little Boston a finales del siglo XIX le convierte en un rico empresario gracias a la construcción de rudimentarios pozos petroleros en diferentes puntos de una comarca rica en oro negro. Plainview, en una Norteamérica joven e ingenua pero que ya sabia lo que quería, se convierte en una especie de dios de provincias, en un ídolo de una Norteamérica rural y profunda en donde sus habitantes buscan desesperadamente, bien salir de la miseria económica bien por medio del lucro que el petróleo representa, o bien salir de la miseria moral por medio del fanatismo religioso que el cristianismo exagerado y sectario de
Una magistral novela clásica de Upton Sinclair, Oil!, es el punto de partida del que se hace una espectacular adaptación que con economía de diálogos pero presentando una generosa cantidad de situaciones nos plasma perfectamente en imágenes la fábula histórico-metafísica que Sinclair trazó: una feroz denuncia a la deshumanización capitalista ilustrada en sus propios orígenes, a través del incomodo proceso de conversión de un trabajador humilde y abnegado en una especie de monstruo cruel, desalmado y sin ningún referente moral. Plainview, al que el negocio petrolífero de convierte en una maquina de destrucción de seres queridos y de relaciones humanas, empezando por su propio hijo y terminando con todo aquel que se interponga en su camino, es un personaje alucinante y que requería de una interpretación a al altura de las circunstancias. En ese sentido, Day -Lewis ofrece un recital interpretativo fuera de serie con (bastantes) momentos antológicos. Es inevitable pensar que hace 20-30 años este papel, complejo, desagradable e histriónico, hubiese sido un bombón para Jack Nicholson.
La película se reserva también un peculiar estudio sobre los orígenes de la maldad en el ser humano y sobre al falsedad y la hipocresía;
Una atmósfera de miseria de época perfectamente conseguida gracias a la espectacular fotografía de Rober Elswit realza un ambiente en general de pesadilla, mas simbólico que realista y en donde las elipsis narrativas y la concisidad de a ahistoria ayudan a que la película se siga sin perder ripio en ningún momento. Todo mimado hasta el más mínimo detalle, como corresponde a una película con vocación de obra maestra. La música de Jonny Greenwood, el guitarrista de Radiohead metido por primera vez en fregados de este tipo es, sin embargo, muy irregular. Son muchos los elementos antológicos y vibrantes de todo un peliculón, en especial un final sencillamente magistral. Bien por Paul Thomas Anderson, bien por Daniel Day-Lewis, y bien en general por el cine.
SWEENEY TODD
***
Últimamente Tim Burton, en lo que llevamos de década, se esta caracterizando por alternar películas excelentes (Big Fish,
Realmente, la película vuelve a ser un buen despliegue de buen hacer por parte del director, quien vuelve a demostrar su habilidad para crear escenografías imposibles y para dirigir actores. La fotografía, mejor en cada película, no deja de sorprender en ningún momento. Sin embargo, la historia de partida es simplona y previsible, con poco margen de sorpresa y a veces hasta aburrida. El hecho de que este filme sea además un musical añade mas peros a un conjunto demasiado irregular: hay canciones cada dos por tres y Burton no se encuentra muy cómodo dirigiendo actores reales (y no de animación) cantando. Eso si, no hay bailes y la música esta muy bien compenetrada con al acción y la narración, algo que se echa en falta en no pocas películas de este tipo. El principal pero de esta faceta del filme es que las canciones son corrientuchas o incluso malas, en ese sentido, pese a los esfuerzos del director y de los actores en sus logradas interpretaciones musicales, en ocasiones seguir la película resulta un suplicio. Por otra parte nada hay que objetar a un reparto que muestra sus habilidades interpretativas y canoras de manera eficaz, teniendo en cuenta además que la experiencia en esta última faceta no es muy grande: Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Timothy Spall, Sacha Baron Cohen y los jóvenes Jamie Campbell Bower y Jayne Wisener estan todos a la altura de las circunstancias. No es una mala película, pero su falta de originalidad y de una historia mas rica y menos cliché lastran el resultado final de manera evidente. La cuestión de si Tim Burton ya ha agotado definitivamente su discurso esta en el aire
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