Muchos acontecimientos históricos, constatables en variopintas crónicas, en realidad pertenecen al universo de la leyenda y el mito. En muchas ocasiones han sido tomados como reales durante años y siglos, pero al final siempre la verdad histórica se termina averiguando. En ocasiones distorsionados interesadamente por los propios cronistas, en otras deformados por malentendidos o falta de información de estos narradores, o sencillamente adulterados con el paso del tiempo, introduciendo en ellos mitificaciones o licencias literarias para convertirlos en poderosos relatos, son muchos los acontecimientos supuestamente históricos que jamás ocurrieron, o al menos en los términos que muchas crónicas o el imaginario popular concibieron. Tal es el caso de un oscuro, romántico y un tanto cruel episodio de las Cruzadas: la Cruzada de los Niños.
Fue, o dicen que fue, en 1212. El relato- en realidad, una de sus dos versiones-, desde el punto de vista de un narrador historiador de épocas pasadas convencido de la veracidad del hecho, sería el siguiente (este relato es apócrifo):
Stephan de Cloves era un mozo francés de doce años que ayudaba a su padre, un humilde pastor de una villa cerca de Châteadun. Un día del mes de Junio del Mil Doscientos Doce, cuando, el pequeño Stephan conducía a su rebaño de ovejas por una solitaria calzada, se encontró con un famélico, sucio, y malherido cruzado, quien aproximándose tambaleante hacia el chiquillo, le rogó algún tipo de comida. Stephan comprendió que aquel era un guerrero que había regresado de Tierra Santa Dios sabe cómo, y accedió a entregarle un pedazo de pan que traía consigo. Stephan advirtió que el caballero tenía llagas en las palmas de ambas manos y también en los pies. El niño entonces se arrodilló y comenzó a orar ante el cruzado, y revelando este que era realmente Nuestro Señor Jesucristo, entregó a Stephan una carta que él debía entregar en persona al Rey Felipe en París. “Tú serás quien conduzca la próxima cruzada para convertir a los infieles, y el Rey te ayudará”. Dicho y hecho esto, el caballero desapareció.
Stephan comprendió que El Señor deseaba que por los fracasos de los hombres en Tierra Santa, fuesen ahora los inocentes quienes marchasen hacia Jerusalén, debido a la pureza de su alma. El pequeño se las ingenió para reunir a treinta mil niños y niñas de toda Francia peregrinando y predicando en diferentes lugares, exclamando que “los infieles serán por fin convertidos a la verdadera fe, y todos arrojarán sus armas y se postrarán temerosos e indefensos a nuestro paso, ante el poder divino de la inocencia” Muchos niños fueron pues los que se le unieron, mientras las familias les despedían desconsoladas entre lágrimas. El ejército de los niños puso camino a Saint- Denis, y se cuenta que en el trayecto Stephan obró muchos e increíbles milagros. Se dice que incluso las bestias seguían la descomunal comitiva de infantes: perros, pájaros, insectos, ranas. Tras entregar el mensaje de Cristo al Rey, la Cruzada de los Infantes se dirigió a Marsella, para desde allí partir hacia Tierra Santa. En el camino se cruzaron con malheridos y desarrapados soldados cruzados que regresaban arrastrando su fracaso y desdicha, sin saber que esa comitiva de niños en la cual ninguno superaba los doce años estaba dispuesta a triunfar donde ellos fracasaron, ya que Dios no podía esperar más tiempo y les había elegido a ellos.
Stephan comprendió que El Señor deseaba que por los fracasos de los hombres en Tierra Santa, fuesen ahora los inocentes quienes marchasen hacia Jerusalén, debido a la pureza de su alma. El pequeño se las ingenió para reunir a treinta mil niños y niñas de toda Francia peregrinando y predicando en diferentes lugares, exclamando que “los infieles serán por fin convertidos a la verdadera fe, y todos arrojarán sus armas y se postrarán temerosos e indefensos a nuestro paso, ante el poder divino de la inocencia” Muchos niños fueron pues los que se le unieron, mientras las familias les despedían desconsoladas entre lágrimas. El ejército de los niños puso camino a Saint- Denis, y se cuenta que en el trayecto Stephan obró muchos e increíbles milagros. Se dice que incluso las bestias seguían la descomunal comitiva de infantes: perros, pájaros, insectos, ranas. Tras entregar el mensaje de Cristo al Rey, la Cruzada de los Infantes se dirigió a Marsella, para desde allí partir hacia Tierra Santa. En el camino se cruzaron con malheridos y desarrapados soldados cruzados que regresaban arrastrando su fracaso y desdicha, sin saber que esa comitiva de niños en la cual ninguno superaba los doce años estaba dispuesta a triunfar donde ellos fracasaron, ya que Dios no podía esperar más tiempo y les había elegido a ellos.
En el camino a Marsella, el hambre empezó a desesperanzar a los niños, por lo que para evitar la muerte mientras debían de robar y sustraer bienes en el camino. Stephan de Cloves y los otros muchachos de la Cruzada que como él se encontraban a las puertas de la mocedad, yacían algunas noches con meretrices de los lugares por los que pasaban con el fin de aplacar su incipiente virilidad. Lo peor y más dramático fue sin embargo que en el trayecto muchos de los infantes fueron secuestrados por malhechores y jamás se volvió a saber cosa alguna de ellos. Otros muchos también fallecieron de cansancio e inanición.
Exhaustos por el hambre, débiles, abatidos y en número diezmado, la comitiva de los inocentes llegó a Marsella. Una vez en la costa, los niños se sintieron desconcertados ya que el Mediterráneo no se abrió ante ellos, tal y como esperaban. Sin rendirse, trataron de buscar un medio para surcar las aguas, mas no encontraron durante días ninguna embarcación que les llevase a Tierra Santa. Al cabo de un tiempo, dos mercaderes les ofrecieron viaje sin pago alguno en un total de siete de sus barcos. La Cruzada de los Niños embarcó y no se tuvo noticia posterior de que las naves hubiesen llegado a su destino, lo que originó gran cantidad de historias y habladurías de las cuales ninguna se corroboró. Hacia el año de mil novecientos treinta, empero, uno de los niños de la Cruzada, ya un hombre adulto, pudo regresar a Francia y relató que dos de las embarcaciones que partieron de Marsella naufragaron cerca de la costa de Cerdeña y todos los que allí se encontraban perecieron, mientras que las otras cinco naves llegaron a Argelia, en donde los niños y las niñas fueron apresados por los infieles y vendidos como esclavos en su mayor número, mientras que dieciocho fueron martirizados al no querer convertirse a la fe del Islam. De acuerdo con las palabras de aquel superviviente, los niños, en lo más crudo de su desesperación ante la situación gritaban “¿Para esto es por lo que hemos llevado la Cruz y nos hemos enrolado en el ejercito de Cristo?”.
¿Ocurrieron realmente estos acontecimientos? ¿Hubo una Cruzada de los Niños? La historiografía ha dado una respuesta clara: no hubo tal. Pero, ¿cómo pudo surgir este relato que hemos narrado, por otra parte tan trágico y tan poco épico que tampoco puede ser considerado como una bonita y ejemplarizante leyenda medieval cristiana? Como hemos dicho antes, aquí entraron en juego confusiones, errores de traducción, distorsión por el paso del tiempo, y sobre todo un sustrato idealizador cristiano mas escorado hacia el culto a los mártires que a la idealización de las misiones sagradas.
En realidad, las primeras fuentes escritas que reseñan la Cruzada de los Niños no aparecieron hasta cincuenta años después de que los acontecimientos tuviesen lugar, lo cual ya señala que gran parte del material que allí se narra cómo poco había podido sufrir varias alteraciones, fruto de la deformación oral del relato. La primera crónica que se conserva de la Cruzada de los niños es la de St. Medard de 1254, la única del siglo XIII en la que se cita el nombre de Stephan de Cloves. La primera más completa narración de los hechos se encuentra en una obra al parecer escrita entre 1235 y 1295 por dos autores diferentes, aunque se atribuye a Alberic de Troisfontaines. Existe también una versión alemana del evento, contemporánea a la de Alberic, que situaba el origen de la “Mini- Cruzada” en el país teutón, señalando también que el líder de la misma fue un chiquillo pobre de 12 años que recibió su misión por mandato divino. Posteriormente al siglo XIII, muchos autores tocarán el tema, siguiendo más o menos la visión idealizada de las fuentes de la segunda mitad del XIII.
En las crónicas históricas de la antigüedad, en realidad, casi nada se dice de la Cruzada de los Niños, incluso en las obras específicas sobre el tema de las Cruzadas. Son pocos los autores de entre los siglos XII y XVIII que narran dicho supuesto acontecimiento, lo que indica que bien pronto la ciencia histórica dudó de su veracidad. Lo que sí parece cierto es que una serie de hechos acaecidos en 1212 sirvieron de base a la leyenda de la Cruzada de los Niños. Se tiene certeza de que aquel año hubo dos movimientos de peregrinación de civiles hacia las cruzadas, pero ambos involucraban a gente de todas las edades. Uno fue en Francia y el otro en Alemania, ambos inspiraron sin duda la leyenda de la Cruzada de los Niños, ya que en los dos tomaron parte gente pobre quienes se desplazaron en grandes masas. El desplazamiento alemán movió a 7.000 personas quienes partieron desde Alemania hasta Génova a través de los Alpes pasando penurias y sufriendo bajas, y cuando se encontraron con el Mar Mediterráneo pusieron fin a la aventura regresando muchos a sus hogares, aunque parece ser que la mayoría partió hacia otras rutas (Marsella), posiblemente siendo apresados allí y vendidos como esclavos. El movimiento francés involucró según se dice a más de 30.000 personas (tal y como cuenta la crónica de la Cruzada de los Niños), aunque de todas las edades. Llegaron a Saint-Denis y el Rey Felipe II decretó el regreso del “ejército de los pobres” a sus hogares. Según recientes investigaciones, parece ser que un niño de 12 llamado Stephan de Cloves lideró la marcha, asegurando que debía de llevar una carta al Rey que Cristo en persona le había entregado. Se dice también que se vió Stephan obrar milagros, al igual que narra la crónica de La Cruzada de los Niños. No obstante, la existencia de Stephan de Cloves es más que dudosa debido a la ausencia de referencias a su persona en casi todas las crónicas sobre la Cruzada de los Niños del siglo XIII, a parte de la de St. Medard. Por otra parte, nada se dice en este hecho histórico de que la comitiva desease llegar a Jerusalén.
La explicación que siempre se ha dado a estos hechos, de los que nunca se ha encontrado más documentación que las fuentes citadas (no existe ninguna crónica sobre esto anterior a 1250, lo cual es esclarecedor), es que el concepto de una cruzada de niños surgió en la segunda mitad del siglo XIII como un malentendido sobre las citadas peregrinaciones de gentiles en 1212. Los cronistas de la segunda mitad del XIII, quienes no vivieron dichos acontecimientos, se documentaron de textos en latín en donde se describían las marchas de pobres y campesinos adultos; teniendo en cuenta que la palabra latina pueri a parte de significar “niños” también hace referencia en términos de latín coloquial a los campesinos o gente de estamento bajo (llamados “muchachos”), es muy probable que se emplease dicho termino para denominar a los participantes de las marchas, creyendo entonces los transcriptores que estos eran niños. La historia de unos niños y niñas que decidían hacer una cruzada por su cuenta y riesgo era algo que sonaba realmente bien: romántico y cristianamente piadoso al mismo tiempo. Varios autores desarrollarían y enriquecerían el relato con el paso del tiempo, insertando bastantes lugares comunes cristianos. El relato de Alberic, por otra parte, fue una fusión de dos acontecimientos contemporáneos que él definitivamente prefirió situar en Francia, aunque como hemos dicho antes, ya hubo autores que trasladaron el suceso a Alemania.
Durante el siglo XX historiadores medievalistas y otros intelectuales estudiaron la certeza o no de la legendaria Cruzada de los Niños, que ya se había convertido en un mito de la cultura occidental (novelas, obras de teatro, pinturas, óperas, sinfonías musicales, poemas) e incluso había quien no ponía en duda su veracidad, llegando la mayoría a la conclusión de que tal acontecimiento no podía ser cierto. Los historiadores que aseguraban la veracidad de dicha Cruzada aseguraban que un movimiento de ese tipo era totalmente factible en aquella época debido a que los niños eran las víctimas más necesitadas de los desastres de la guerra y de la pobreza, y que como tales un grupo numeroso pudo tomar conciencia de la situación y organizarse, inspirándose en la concepción cristiana de la inocencia: los niños se sintieron los elegidos por Dios para hacer triunfar la Cruzada. A partir de la década de los 60 del siglo XX, el estudio de todas las crónicas de las Cruzadas contemporáneas del tiempo donde se decía que tuvo lugar la Cruzada infantil reveló el hecho de que ninguna d ellas describía a los participantes de las marchas como niños y ni siquiera se llama a dichas peregrinaciones cruzadas, lo cual comenzó a clarificar definitivamente la veracidad del asunto.
Sea verdad o leyenda, la Cruzada de los Niños es una historia demasiado sugerente y poderosa para obviarla. La rebelión de las víctimas más desamparadas de las injusticias, la inocencia del idealismo, la lucha sin cuartel por un fin, y en definitiva, el intento de redimir por parte de los niños los errores y las imperfecciones de los adultos (nótese como los niños de la Cruzada estaban convencidos de que su sola inocencia y candor batiría y convertiría a los “infieles” frente a la fuerza buta y la destrucción de los mayores), es un material bien delicado desde el punto de vista épico y emocional. No importa que ya nadie se lo crea: Los mitos los son por algo, y además, nunca mueren.