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Un impresionante ejercicio cinematográfico el que nos ofrece realizador gallego Rodrigo Cortés, un arriesgado experimento que se ha saldado con éxito y que además pone de manifiesto que cualquier director, sea de donde sea, si dispone de los medios adecuados (incluido un gran guión) puede firmar títulos que nada tienen que envidiar a la maquinaria hollywoodiense incluso en sus obras con pretensiones. Buried, una producción española rodada en Barcelona pero con apariencia de producción norteamericana (en realidad hay bastante participación yanki) y protagonizada por un canadiense afincado en EEUU, es una película alucinante, inquietante y sobrecogedora, pero enormemente brillante y sólida. Su premisa argumental no puede ser más angustiosa: Paul, un transportista norteamericano que se encuentra trabajando en Irak que despierta un día encerrado en una angosta caja de madera, completamente a oscuras. Sin saber como ha llegado allí (algo relacionado con su último recuerdo antes de quedar inconsciente: un ataque armado que sufrió su convoy) y con la única iluminación de un mechero y la ayuda de un teléfono móvil que alguien ha dejado en la caja, intentará poner sobrevivir y poner remedio a tal kafkiana situación. Lógicamente, la empresa será desesperada.
Sólo hay un actor presencial en este filme, Ryan Reynolds, quien hace un trabajo realmente soberbio, del resto de personajes solo oímos sus voces por el móvil del protagonista, en medio de su desesperada lucha por que le saquen de su sepulcro en vida. Prácticamente todo el peso argumental de la película reside en las conversaciones y llamadas de móvil de Paul, más oportunos e inteligentes detalles puntuales, todo ello salpicado por los momentos de “silencio” y lucha interna del protagonista, dispuesto por todos los medios a luchar por su vida. El único escenario del filme es la susodicha caja enterrada, en donde Paul lleva a cabo su particular cruzada de supervivencia que ni Rambo en la jungla de Camboya, esto es algo mucho mas serio. La soberbia interpretación de Ryan Reynolds transmite la angustia necesaria al espectador para sumergirse en esta imposible historia de angustia inenarrable en donde llegamos incluso a sentir las claustrofóbicas sensaciones del personaje. La verdad es que esta es una película muy difícil de rodar, con cuatro pequeñas paredes y el actor casi todo el tiempo tumbado, lo cual enriquece y valoriza el trabajo tras la cámara de cortés, quien se marca todo un tour de force cinematográfico al mismo nivel que Reynolds se ve obligado a dar un recital interpretativo. Una historia que pese a estar situada en escasos metros cuadrados pone de relieve los absurdos y muchas de las miserias la sociedad moderna: burocracia inservible, los intereses ocultos de las corporaciones, la inutilidad de cierta clase mandataria, el caos de la política internacional, la deshumanización de la sociedad occidental…y todo desde una caja. Sin duda un gran guión el de Chris Sparling, un joven guionista al que en EEUU todas las compañías rechazaron su guión y tuvo que vender su moto en Europa.
Esta claro que este filme no es un palto para todos los gustos: claustrofóbico, tenso, desasosegante. Pero merece la pena verlo. Puede que tampoco se trate de una obra maestra, pero películas como esta, de vez en cuando, nos recuerdan que cualquier recurso dentro del cine es posible.
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