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Cine dentro del cine. Y además una película verdaderamente intensa, emocionante y redonda. Esta claro que el cine español se ha dejado para final de año 2010 las mejores películas del mismo, aunque este nuevo film como directora de Icíar Bollaín se hay estrenado en 2011. Se puede decir sin duda que la realizadora y actriz madrileña, directora de Films como Flores de otro mundo (1999) o Te doy mis ojos (2003) ha firmado su mejor película, una superproducción rodada en Bolivia que en realidad son dos películas: la crónica de los primeros años de los españoles en el continente americano, por una parte, y la revuelta indígena contra la privatización del agua en Cochambamba (Bolivia) en 2000, por otra. Esto se combina en una misma historia contando el rodaje de un equipo español en Bolivia de una película sobre el primer tema en el año 2000, rodaje que coincide con el estallido del segundo acontecimiento. En definitiva, se establece un paralelismo entre ambas historias, la que los personajes del siglo XXI tratan de reproducir – la situación de salvaje explotación y esclavismo que vivían en el siglo XVI los indígenas y sus riquezas por parte de los colonizadores españoles y el papel de Bartolomé de las Casas como denunciante oficial de la injusticia- y la que ocurre repentinamente en el contexto real sin que el equipo de rodaje se lo espere – la violenta revuelta entre los empobrecidos indígenas del siglo XXI y el gobierno boliviano-, relatos ambos que desdibujando las fronteras entre la realidad y la ficción, entre el pasado y el presente, llegan concatenarse y entrecruzarse de manera alucinante.
El mérito de esta película es verdaderamente enorme ya que no es que se limite a mostrarnos en algunos momentos el rodaje de una película ficticia dentro ella misma, sino que se nos ofrecen secuencias ya rodadas (más o menos un 30% del metraje total de este filme) de la segunda película en cuestión, es decir, se nos muestra otro filme con personalidad y entidad propia en un ejercicio metacinematográfico francamente interesante. La película combina una labor actoral enorme (todos están de tralla) con un total ejercicio de virtuosismo cinematográfico bien en las secuencias de época (realismo total y excelente ambientación alejada de todo tópico glorioso sobre el descubrimiento de América) como en las contemporáneas, especialmente las que reproducen los violentos acontecimientos con la lucha sin cuartel por algo tan básico como el agua, elemento que se pretendía literalmente robar a los indígenas del siglo XXI por parte de poderosas compañías: multitud de extras, cámaras omnipresentes y un montaje casi perfecto. Es también digno de mencionar el esfuerzo por parte de algunos actores por el hecho de tener que interpretar dos papeles, en ese sentido destacan Karra Elejalde, que incorpora a una actor cínico y alcohólico que hace de Cristóbal Colón, Carlos Santos, que interpreta a un idealista y concienciado actor que da vida a Fray Bartolomé de las Casas (el verdadero protagonista sobre la película del descubrimiento) y que se siente plenamente identificado con su personaje, Raúl Arévalo, que se pone en la piel de un actor que interpreta a Antonio de Montesinos, otro de los dominicos que denunciaron el expolio de los españoles en el Nuevo Mundo, y sobre todo ese descubrimiento que es Juan Carlos Aduviri, actor aficionado indígena boliviano (esta es su primera película) que es el verdadero protagonista y motor de la historia y está inmenso, él y el resto de intérpretes indígenas (reales) que intervienen ene esta película y que a buen seguro habrán vivido en su propia carne las injusticias salvajes que esta película denuncia con acierto. Un inmenso Luis Tosar, como el productor, y un también acertado Gael García Bernal, como el voluntarioso y luchador director mexicano de la película, son los dos principales reclamos de la historia, dos personajes que sufren cierta evolución conforme al devenir de los acontecimientos.
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