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Resulta
elogiable el esfuerzo de muchos directores españoles por tratar de ofrecer
películas realistas, creíbles e inmediatas con buenos guiones y planteamientos
sólidos sin caer en clichés y sin renunciar a las señas de identidad del cine
español, aunque los resultados sean a veces desiguales o incompletos. Sin ir
más lejos el último filme de Gracia Querejeta (El Último Viaje de Robert Rylands, Siete Mesas de Billar Francés) una cineasta interesante y muy bien
dotada pero que no ha logrado mantener una regularidad acorde con sus más que
prometedores inicios, entra dentro de estos esfuerzos por ofrecer un buen cine
entre el drama y lo cotidiano y sin perder en ningún momento un tono de gran
historia aunque a veces eso no se consiga. Es esta una película inteligente y
sólida sustentada- a veces excesivamente- por un reparto eficaz y en donde
destacan un buen puñado de jovencísimos actores. Una historia de amor familiar,
concretamente entre un abuelo, una madre y un hijo, en donde se ilustra muy
bien el poder de los lazos de sangre llevado hasta sus últimas consecuencias
ante una situación extrema. Así mismo, el conflicto intergeneracional a dos
bandas esta muy bien representado en la figura pivotal de un adolescente
problemático y rebelde que no se encuentra a gusto ni con una madre viuda
insegura y lastrada por la pérdida de su marido y por la insuficiencia de la
figura paternal de su padre, ni con un abuelo autoritario y descreído pero con
enorme aplomo y sentido de la justicia que busca redimir con su nieto sus
errores familiares.
Jon
(Arón Piper) un catorceañero donostiarra es enviado por su madre Margo (Maribel
Verdú) a un pueblo de Levante a vivir una temporada con su abuelo Max (Tito
Valverde), un militar retirado y divorciado, tras ser expulsado del instituto.
El chaval, desorientado pero con su propia visión de las situación, no tardará
en encontrarse con un terrible problema que pondrá en jaque a una familia en
proceso de descomposición. La película, pese avanzar firmemente en un guión
sólido y muy bien planteado escrito por la propia directora y Antonio Mercero
Jr., a veces no encuentra el tono y ello no es por un enorme trabajo
interpretativo ni por lo bien que está la parte juvenil del elenco (Arón Piper,
Boris Cucalón, Sfia Mohamed y Pau Poch) sino por la sensación de falta de
atrevimiento a llevar un planteamiento realmente interesante más allá. Jugando
con el cine policial y la intriga, el elemento dramático se ve reforzado pero
todo parece avanzar demasiado rápidamente y de manera muy esquemática, sobre
todo al final del filme y el resultado se resiente algo.
Con
todo, Quince años y un día, es un
filme recomendable aunque puede que no guste a todo el mundo y con su sabia
mezcla de sensibilidad y firmeza resultará sugerente a los padres/madres con
hijos adolescentes. Este además ha sido la primera cinta de Gracia Querejeta
sin los auspicios de su padre, el gran Elías Querejeta, recientemente
fallecido. Sirvan estas líneas también para rendir un merecido homenaje a esta
figura clave del cine español cuya impronta, por supuesto, también se deja ver
en esta película dirigida por su hija.
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