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Fabricar
una obra maestra con diversos materiales muy heterogéneos entre sí y algunos de
difícil trabajo es un esfuerzo muy arduo y totalmente meritorio y esto es lo
que ha hecho uno de los mejores cineastas italianos vivos, Paolo Sorrentino: un
director que se doctora con su sexto filme, una película sorprendente,
diferente y que pese a parecer contener bastantes significados ocultos y
explícitos tiene un mensaje bien claro aunque eso sí con infinidad de matices.
Y ese mensaje no es otro de que todo se va en esta vida: las cosas, las
personas, los ideales, las convicciones, las relaciones, la riqueza, la belleza
y en definitiva todo lo amado y por mucho que uno viva todo esto con intensidad
e incluso convierta su vida en una fortaleza para defender todo aquello que
quiere y en lo que cree. Roma, la ciudad eterna, es la metáfora principal en
esta historia como una capital decadente con varios estratos históricos de
podredumbre física, moral, social y espiritual en donde el protagonista Jep
Gambardella interpretado magistralmente por el gran Toni Servillo, actor
fetiche de Sorrentino, trata de encarar su madurez en un entorno en donde todo
es ya un esperpento sin aparente posibilidad de solución, aunque siempre
quedará la voluntad propia tratar de ver las cosas de otra manera y encontrara
elementos de esperanza en lo más insospechado. A sus 65 años recién cumplidos,
Jep, un veterano periodista que en su
juventud escribió una única y exitosa novela, va viendo como todo aquello que
siempre estuvo en su vida y en lo que el creyó es ahora una patochada con la
que no sabe como actuar, un mundo de hedonismo barato, personas al límite de la
manera más ridícula, antiguos amores fallecidos cuyo apasionado recuerdo regresa inesperadamente, ricos decadentes, nobles venidos a menos, antiguos amigos
reconvertidos en su propia caricatura, maduros que quieren comportarse como
eternos jóvenes y todo con el testigo de una los vestigios de una antigua Roma
gloriosa de palacios renacentistas y restos de la época romana bien conservados
pero inevitablemente ajados.
Sorrentino
mira descaradamente al Fellini mas iconoclasta para componer este más que
sugerente y estimulante fresco de comedia-drama con marcadas connotaciones
poéticas y trufado de una extraña mezcla de caricatura y realismo mágico con un
desfile de personajes a cada cual más curioso y rico en elementos. Siguiendo la
estela del mítico creador de La Dolce Vita, Sorrentino no
duda en convertir a su peculiar antihéroe Jeb en un personaje que no desentona
en absoluto con muchos que interpreto Marcelo Mastroianni para Fellini y en ese
sentido el actor Toni Servillo se desenvuelve con enorme fuerza en ese registro
Mastroianniano de un maduro galán en un entorno afectado y maldito. Hecha con
sensibilidad y también con mala uva y repleta de imágenes espectaculares y
memorables así como de diálogos más que interesantes, La Grande Bellezza es una de las
más agradables sorpresas del año y una delicatessen para cinéfilos que no
defraudará a quienes quieran ver un espectáculo diferente y estimulante.
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