*** y ½
A
medio camino entre el blockbuster comercial y cierta impronta autoral, el cine
del astuto pero últimamente algo irregular David Fincher (Seven, El Club de la Lucha, Zodiac, El Curioso Caso de Benjamín Button) casi siempre se ha destacado
por su habilidad para provocar la atención y los sentidos del espectador y de
lograr el aplauso de la crítica aunque a veces sea a costa de sutiles trampas y
concesiones maquiavélicas. Tras las no muy convincentes y oportunistas La
Red Social (2010) y el remake yanki de Millenium (2011) la credibilidad del
realizador comenzaba a ponerse seriamente en entredicho pero- de nuevo- un
inteligente golpe de efecto parece que logrará redimirle y restituirle en el
olimpo de los directores norteamericanos más personales de los últimos veinte
años. Gone Girl, adaptación de una novela Gillian Flynn, que además firma el
guión adaptado, es una película altamente atrayente gracias al empleo de
imágenes poderosas y a un guión más
efectivo que efectista al centrar la historia en la introspección
psicológica de sus dos personajes principales sin concesiones a los recursos
más manidos del thriller psicológico. Porque esta película es algo más que un
thriller, es un drama entre social, psicológico y humano con trasfondo de
historia negra que cumple y muy bien una función de multicrítica a diversos
aspectos de la sociedad actual y de las relaciones humanas contemporáneas: los
celos profesionales, la hipocresía de las masas, la alienación y manipulación
de la opinión pública por parte de los medios de comunicación, el alto nivel de
deterioro al que puede llevar una relación de pareja, el estrecho margen en el
que se pueden mover los sentimientos en una sociedad cada vez más
deshumanizada…y otros temas más.Las conclusiones a las que se llega no son muy optimistas, pero la manera
de contarlo puede inspirar al espectador no pocas claves que le hagan cavilar sobre
ciertos temas. Pero sin comerse la cabeza, es solo una película.
El
espíritu de Alfred Hitchcock sobrevuela engañosamente una historia en donde el
suspense pronto se queda en nada y en donde el enigma resuelto da paso a un
drama tan fascinante como intrincado en un guión lleno de recovecos que más que
pistas falsas utiliza tanto la inteligencia como los sentimientos del
espectador para ponerse en la piel de los dos protagonistas principales y sus
alucinantes circunstancias llevadas al más increíble de los límites en esta
historia en donde lo moral ocupa un lugar esencial. Por un lado se encuentra la
joven esposa desaparecida, Amy (Rosamund Pike, magistral) una escritora de
éxito con curioso trasfondo profesional, ambiciosa y con un extraño
comportamiento narcisista que se ha esfumado repentinamente del hogar en lo que
parece un caso poco claro, y por el otro a su marido Nick (Ben Affleck), inseguro
y superado por una crisis personal y profesional con una relación cada vez
parecía perturbarle más y que no se explica lo sucedido. Pronto la
investigación policial pertinente sacará a la luz una serie de revelaciones
sobre la vida matrimonial de la pareja y Nick comenzará a ser sospechoso de la
desaparición de Amy. El entrecruzamiento de dos historias, desde el punto de
vista de Nick y desde el punto de vista de Amy dibujará dos escenarios bien
distintos el uno del otro en donde uno de ellos parece querer devorar al otro e
imponerse como verdad absoluta en un interesante planteamiento narrativo
servido por la naturaleza peculiar de la historia. Un alucinante juego de
verdadero o falso y una desasosegante dialéctica entre el bien y el mal que
producen el más inquietante horror cotidiano ya que somos testigos de cómo se
puede hacer el mayor daño posible a otras personas solo con un mero ejercicio
de enaltecimiento del ego.
Así, jugando con el thriller y un intrincado estudio
psicosociológico, Perdida consigue
mantener en todo momento la atención del espectador proponiéndole situaciones
que fluctúan entre lo increíble y lo imperfecto (que es siempre lo más real y
creíble) que finalmente consiguen una película envolvente pero áspera que mucho
me temo que puede ser mal interpretada. Una estética entre documental y arty y
una fotografía opaca pero cuidada marca de la casa Fincher realzan formalmente
un filme de infinidad de matices que va subiendo enteros conforme avance el metraje
aunque los últimos minutos puedan parecer pedantes e impostados aunque eso sí
con su inquietante mensaje. Una buena oportunidad para que los amantes de las
películas que ofrecen algo más de la habitual aunque sin salirse mucho de lo
comercial de puedan pasar una deliciosa
tarde o noche.
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