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Deja
una sensación un tanto extraña esta curiosa y fascinante película que parece
precisar de la entrega del espectador, algo que no tengo muy claro que en este
filme se consiga siempre (al menos en mi caso) pero que de modo alguno no debe
impedir admirar un trabajo diferente y muy elaborado pese a su aparente
sencillez. El realizador argentino Lisandro Alonso dirige con clase esta
coproducción entre Argentina, EEUU, Dinamarca, México, Holanda, Alemania,
Brasil y Francia rodada en el primer país casi íntegramente en los paisajes de la Patagonia. Una
puesta en escena minimalista y sobria y una parquedad de diálogos guían una
historia ambientada a finales del siglo XIX en plena conquista del desierto
inhóspito del sur de la
Patagonia (la
Tierra de fuego), lo más austral de una nueva incorporación a
la civilización occidental de la época y por entonces un territorio desconocido
y salvaje. Un ingeniero y militar danés, el capitán Dinesen -interpretado por
un Viggo Mortensen que da lustre, glamour y obviamente, prestigio a una modesta
producción internacional- parece enormemente perdido en el gélido paisaje
mientras cumple una misión con varios soldados argentinos en compañía de su
hija de 15 años Ingeborg (Viilbjork Malling Agger). La desaparición de esta,
presuntamente fugada con un soldado argentino, es lo único que consigue alterar
a Dinesen, hasta ese momento absorbido por la parsimonia y el extraño nihilismo
con el que parecen pasar los días en el paraje, en donde los personajes parecen
atrapados en una especie de universo paralelo en el cual no se espera que pase
mucho al menos hasta que lleguen al destino físico al cual se encaminan (que no
es precisamente la tierra mítica de
Jauja que hace referencia el título). La adolescente desaparecida en el
desierto parece funcionar como una metáfora del poder devastador del espacio y
del tiempo, inconmensurable cuando estos se encuentran en su estado más sublime
(una llanura extensa y aparentemente infinita en los confines de la tierra y un
tiempo que transcurre largamente pero casi sin uno darse cuenta). Así mismo, ciertos
guiños a El Corazón de las Tinieblas
de Joseph Conrad y su hijo cinematográfico Apocalipse
Now de Francis Ford Coppola (ese invisible coronel Zuluaga parece un
trasunto de Kurtz) nos recuerda también el poderoso influjo de la naturaleza en
el despertar de las pasiones más salvajes, algo a lo que no parecen evitar
algunos de los protagonistas de esta historia.
El
paisaje de la Patagonia,
captado de manera más realista, documental e inmediata que poética por el
director de fotografía Timo Salminen, cumple un papel fundamental en el devenir
de la narración en un filme en donde lo visual trata de ser un argumento clave.
Así, la película poco a poco va tornando de lo real a lo mágico tras una
sucesión de imágenes y situaciones cada una de ellas con su mensaje y su
aparente clave, pero a veces se presenta confusa y esquiva sobre todo cuando en
sus compases finales advertimos lo complejo del relato. El final, abierto a
diferentes interpretaciones, pese a que pueda resultar despistante para algunos
espectadores no debe obviar el logro de haber conseguido una coda sugerente e
inteligentemente ambigua. Con elementos del cine nórdico más sesudo y pausado
(la sombra de Bergman es evidente) y el realismo mágico latinoamericano y con
un mensaje filosófico tal vez pelín ambicioso y a veces pedante, Jauja es una película extraña pero que
merece la pena verse.
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