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Sin grandes alardes cinematográficos pero con una total
efectividad, este melodrama social francés cumple su propósito de conmover al
espectador con una historia de superación que si bien no es demasiado original logra
transmitir con nitidez su mensaje: la pasión por algo rompe cualquier barrera. Es
la música la base de la historia, que nos habla de la lucha del adolescente parisino
Mathieu (Jules Benchetrit) por salir de una condición de pobreza, marginalidad
y delincuencia por medio de su amor por tocar el piano. El chaval, un virtuoso
que mantiene en secreto su habilidad musical ante sus compañeros de correrías y
con la indiferencia de su apurada familia, encuentra su vacación gracias a la
insistencia de Pierre Geitner (Lambert Wilson), el director del Conservatorio
Nacional al que Mathieu llega como trabajador comunitario como pena a un robo.
Con la ayuda de Pierre y de una exigente profesora de piano inglesa (Kistin
Scott Thomas), el muchacho consigue encontrar su verdadera pasión y sensibilidad
pero por uno u otros motivos esto no será un camino de rosas.
La película está bien planteada y se sujeta en unas
buenas interpretaciones, pero en ocasiones cae en tópicos melodramáticos y de
historias de desarrollo personal que pueden mermar algo su credibilidad; pese a
todo el filme juega bien sus cartas y gracias a unos buenos momentos finales no
cae en lo predecible. Un acierto ha sido apostar por el entorno urbano como
marco principal en donde se desarrolla la película para dejar patente que len
cualquier contexto la belleza de la música puede desarrollar toda su
universalidad más allá de contextos sociales, culturales, o étnicos: unas
interesantes imágenes nocturnas parisinas acompañan a sugerentes momentos del
filme dejando esto patente. Una película modesta pero esforzada.
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