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Sólo un director con oficio y extraordinario buen
hacer como François Ozon podría firmar una película de denuncia necesaria y que
cumple más que con creces con sus diferentes cometidos sin caer en el
sensacionalismo ni en clichés innecesarios que lastrarían la credibilidad de su
resultado final, porque principalmente la empresa de rodar este filme basado en
hechos reales y que acusa con nombres y apellidos a cargos de la iglesia católica
en Francia era ya algo arriesgado y que precisaba del máximo rigor especialmente
a la hora de narrar hechos y de mostrar el discurrir de unos acontecimientos cuya
resolución aún no ha llegado. Los casos de denuncias a partir de 2014 hacia los
abusos sexuales cometidos por parte de un sacerdote de Lyon, el padre Preynart
(interpretado en este filme por Bernard Verley) a varios niños durante los años 80 ha sido un tema que ha
sacudido a la opinión pública francesa en los últimos años y especialmente a la
ciudad de Lyon, una localidad más bien conservadora donde la jerarquía eclesial
tiene un amplio poder (de hecho, aunque Ozon rodó el filme en secreto ha habido
presiones para que no se llegase a estrenar), y básicamente lo que trata de
mostrar este filme, además de todo el afán de los damnificados -ahora adultos
en diferentes circunstancias vitales- por sacar a la luz todos los casos y que
se haga justicia sobre el pederasta, es la falta de colaboración del propio
clero en la resolución del caso y su tendencia a proteger a Preynart. Pero la
película no se pierde ni es sordideces ni en los vericuetos dramáticos previsibles
cada vez se tocan estos temas (ni tan siquiera los aspectos policiales y periodísticos,
que solo están tratados esquemáticamente) y en cambio ofrece una crónica
pormenorizada del esfuerzo de un grupo de personas por conseguir que se haga
justicia, con todas las imperfecciones, dificultades y contratiempos que un
propósito colectivo siempre experimenta a lo largo del tiempo. En ese sentido
la película apuesta por un verismo total ha costa de incluir todo tipo de
circunstancias de una crónica real: personajes que desaparecen de la trama porque
ya no tienen más que decir, situaciones inconclusas y preguntas que quedan en
el aire, pero nada se resiente gracias a una enorme solidez narrativa.
La película tiene un protagonismo a tres bandas
centrado en tres personajes que se turnan en su función de personaje central mientras
que alrededor suyo van surgiendo otros que también atesoran importancia. Alexandre
(Melvin Poupaud) un ejecutivo cuarentañero católico prácticante y padre de
feliz familia numerosa decide denunciar los abusos que el sacerdote Bernard
Preynart le infringió en su infancia durante campamentos de verano al enterarse
que sigue trabajando con niños al mismo tiempo que por primera vez cuanta a su
familia que sufrió abusos por parte del cura. Esa salida a la luz algo que él había
ocultado durante más de 30 años es compartido por François (Denis Menochet), quien
se entera casualmente de los movimientos de Alexandre y decide iniciar una asociación
de damnificados, y por Emmanuel (Swann Artaud) un joven al que los abusos de
Preynart le han afectado considerablemente desde entonces. Junto con otros afectados
como el médico Gilles (Éric Caravaca) y el apoyo de las familias de todos, los
tres hombres emprenderán una lucha titánica entorpecida por los intereses y la
hipocresía de la jerarquía eclesial lyonesa encabezada por el cardenal Barbarin
(François Marthournet) y varias dificultades personales y relacionales entre
los miembros del colectivo, todos ellos con problemas, percepciones y
matizaciones sobre las experiencias bastante dispares que la película muestra magníficamente.
Siguen haciendo falta películas así.
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