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La comodidad y el ansia por un éxito rápido y seguro
esta llevando a Walt Disney Pictures a una dinámica que puede resultar bastante
peligrosa en cuanto a la evolución creativa de la compañía. Su tendencia en los
últimos años de hacer adaptaciones en imagen real (o de animación realista como
en este caso) de su explotadísimo aunque inmortal catálogo de clásicos del cine
animado sólo muestra las ganas de llenarse el bolsillo de la Disney aunque, eso sí, en
su afán de mimar hasta el última detalle sus productos ofrezca finalmente películas
que aunque remakes son estupendos y notables trabajos cinematográficos. Este es
el caso de la adaptación a animación por ordenador del largometraje de animación
Disney de los 90 por excelencia, The Lion
King (1994), tal vez la mejor película de la productora en los últimos 30
años en un periodo en que la productora renació en cuanto a aceptación de la crítica
y del gran público de sus nuevos filmes de animación después de un periodo de
crisis en los 80: este nuevo Rey León, pese a ser un calco del clásico con mínimas
modificaciones, es por su sola una buena película que trata de mejorar no sólo
visualmente (algo muy fácil de conseguir utilizando la mejor tecnología de
animación en 3D, como hace estupendamente este filme) sino conceptualmente
dando cierto tono realista y más o menos adulto a la historia y a la imagen sin
dejar siendo una película principalmente dirigida a la infancia.
El director Jon Favreu repite con Disney tras la
interesante experiencia de El Libro de la Selva (2016) con la
circunstancia que en esta ocasión no hay ni un solo actor humano ni de carne y
hueso, todo el elenco son animales salvajes africano infográficos realizados
con una enorme meticulosidad y realismo. Aunque es muy relativo conocer donde
se sitúa exactamente el mérito del director en una película de este tipo, la
enorme complejidad de su elaboración que ha dado como resultado un espectáculo
visual que rinde pleitesía a la belleza de la Sabana africana, su paisaje y todos sus habitantes,
señala que ha habido un esfuerzo técnico francamente elogiable: en ese sentido
se puede decir que esta película marca un hito en cuanto el cine de animación
por el realismo de sus imágenes. Por lo demás, la historia conserva su épica, su
mensaje de superación personal y su (un tanto cargante) oda al transcurso de la
vida. La perfecta puesta en escena que parece combinar el documental de vida
salvaje con las historias con animales parlantes (que no antropomorfos),
obviando el hecho de que a veces resulta un poco estrambótico oír hablar a
leones, jabalíes, o hienas casi reales, resulta muy adecuada para la naturaleza
de la historia, un curioso y logrado pastiche de algunos esquemas de los dramas
de Shakespeare que sigue resultando sugerente y vibrante para el público de
todas las edades 25 años después. La historia de Simba, el hijo del rey león
Mufasa que después de abandonar la corte siendo un cachorro y engañado por su pérfido
tio Scar se entrega a una de despreocupaciones fuera del reino y después
regresa ya adulto para redimirse y honrar la memoria de su padre, sigue teniendo
atractivo y seguramente entusiasmará a una nueva generación de niños y niñas. Un
reparto de voces originales donde predominan actores afroamericanos (Donald
Glover, Afre Woddward, Chewitel Ejiofor, Beyoncé o James Earl Jones el único
que repite como Mufasa) añade otro nuevo toque al producto mientras que el
reencuentro con la partitura de Hans Zimmer (rearreglada para la ocasión) y las
canciones de Elton John y Tim Rice (aunque se incluye algún tema nuevo o añadido
en la versión de la obra musical) conecta con la nostalgia del filme original.
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