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Las Aventuras de Pinocho, escrito por Carlo Collodi en 1883 es para los italianos casi como el Quijote en España (con permiso de la Divina Comedia de Dante): una obra literaria que refleja la idiosincrasia de un país y un texto más o que menos conocido por sus conciudadanos. Esto, unido a la condición de esta novela infantil como una obra inmortal universal, siempre lleva a una revisión periódica en Italia de Pinocho y su historia aunque como es sabido no han sido precisamente pocas las producciones en cualquier país tanto cinematográficas como televisivas del relato. Matteo Garrone (Gomorra, Dogman), tal vez el mejor director italiano surgido en los últimos veinte años ha sido el responsable de este nuevo largometraje sobre el muñeco de madera viviente que aspira a convertirse en un niño de carne y hueso pero que para ello debe alcanzar la rectitud moral y comportarse con responsabilidad en pleno conflicto con lo que como buen niño debe hacer y lo que en realidad le apetece hacer. Cineasta versátil y con vocación internacional, Garrone vuelve al género fantástico tras Tale of Tales (2015) de nuevo con un tono ciertamente oscuro más acorde con la novela original y que al espectador no italiano le puede parecer sorprendente e incómodo por la influencia ejercida por adaptaciones decididamente dulcificadas como la legendaria de Disney de 1940. El resultado ha sido un excelente filme tal vez degustable más por el público adulto que por el infantil y que conserva y refleja de una manera magistral la singularidad de la obra original en su mezcla de cuento de hadas, realismo costumbrista, tratado de enseñanzas morales a la infancia y relato truculento. Una vistosa puesta en escena y una soberbia fotografía obra de Nicolaj Brüel dotan al filme de imágenes espectaculares sobre todo cuando se trata de ilustrar los momentos más fantasiosos de la historia con un halo pictórico de irrealidad e impresionismo con no menos apreciables estampas veristas de la Toscana de finales del XIX, pura influencia neorrealista italiana en este caso. Y es que con un presupuesto generoso en donde hay colaboración francesa y del mítico productor británico Jeremy Thomas unas interpretaciones más que de recibo y un guión adaptado esforzado, Matteo Garrone ha realizado un filme que poco tiene que envidiar a las producciones fantásticas hollywodienses.
El realizador tenía desde hace tiempo en mente volver a llevar a Pinocho a al gran pantalla y se nota que ha puesto mimo en el empeño, como también es perceptible la enorme influencia de la que hasta hace poco había sido la mejor (y más fiel) adaptación audiovisual sobre las andanzas del muñeco, la miniserie de principios de los 70 de la RAI dirigida por Luigi Comencini, una joya a reivindicar que al igual que esta versión apostaba por el realismo y el tono más oscuro de la obra original. No obstante este nuevo Pinocho también refleja la fantasía desbordada de muchos de sus pasajes con buenos efectos especiales y espectaculares maquillajes y caracterizaciones capaces de convertir a muchos actores en creíbles animales antropomorfos además de transformar a su joven intérprete protagonista, el descubrimiento Federico Ielapi en una marioneta de madera (aunque algunas de sus escenas se realizaron con “maquillaje” CGI). Ielapi está perfecto en su rol aunque para algunos espectadores su aspecto puede resultar grimoso, pero lo cierto que en esta historia llena de personajes entrañables - los villanos la Zorra y el Gato, el titiritero Comefuego, el Hada de Cabellos Azules que pasa de niña a mujer, el antipático Grillo Parlante (nada que ver con la versión de Disney), el hombrecillo de los burros, el travieso Mecha- el nutrido reparto echa el resto, destacando el ínclito Roberto Begnini como Geppetto. La algo olvidada superestrella transalpina vuelve al cine tras uso años de retiro otorgando el consabido carisma al anciano y mísero padre y creador del protagonista al que da vida con una acertada contención y sin sus habituales histrionismos: una redención también de la infumable adaptación de la historia que el mismo dirigió en 2002. Una película muy recomendable para el público de diferentes edades (aunque no aconsejable para niños muy pequeños) que devuelve en su máximo esplendor una historia que Matteo Garrone adapta muy fielmente y sin eludir sus aspectos más controvertidos o incluso hoy en día políticamente incorrectos en un trabajo cinematográfico que sin ser del todo perfecto es de primer nivel.
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