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El mito de la Llorona, la historia de fantasmas por antonomasia de Latinoamerica, sigue vigente en un mundo globalizado en donde se ha popularizado universalmente gracias a su amplia difusión por diferentes medios en el siglo XXI entre los que se encuentra el cine, el cual ha tocado este relato unas cuantas veces, la última en el filme norteamericano The Curse of La Llorona (2019) olvidable terror comercial al simplista uso actual). La historia del espíritu errante de la mujer que llora cada noche junto a ríos y estanques la muerte por ahogamiento de sus hijos provocado por ella misma es una leyenda de origen remoto e incierto y con variaciones según el país que en esta nueva revisitación firmada en Guatemala (con participación francesa) toma una forma insólita de alegoría política en una historia más bien de realismo mágico (o más bien fantasmagórico) genuinamente iberoamericano enmarcada en las consecuencias del genocidio guatemalteco de los 80. Estamos pues ante un filme denuncia ambientado en la época actual que bajo los ropajes de filme fantástico y terrorífico expresa su repulsa ante unos hechos execrables y la impunidad que hubo hacia sus responsables, que en este filme encuentran su agente vengador en la inquietante figura de la Llorona, transmutada aquí en una suerte de heroína panamericana que en su condición de mito latinoamericano e indigenista actúa imponiendo justicia contra la maldad de gobernantes corruptos y asesinos por desgracia muy abundantes en toda la historia de Latinoamérica. Una visión original y muy acertada que el joven cineasta guatemalteco Jayro Bustamante borda demostrando un enorme poder narrativo y una curiosa habilidad en la hibridación de géneros dispares.
Con más características de thriller que de relato terrorífico y con sugerentes insertos de drama psicológico además de los consabidos insertos de denuncia político social y de un crudo realismo, la historia se centra en los avatares de un ficticio viejo general y político de la década de los 80 en Guatemala, Enrique Monteverde (Julio Díaz), que tras ser juzgado 30 años después por genocidio de los indígenas y ser declarado culpable su pena es conmutada al estar gravemente enfermo ante la ira de la ciudadanía. El viejo militar asesino y su servicio, todos de origen indígena, comienzan a captar la presencia de algo extraño por las noches ante la incredulidad de la familia del general por su demencia senil. La llegada de una joven y misteriosa nueva criada aborigen, Alma (María Mercedes Coroy) vendrá acompañada de extraños fenómenos y situaciones inexplicables mientras la mansión de Monteverde y su familia está rodeada día y noche de una multitud enfurecida que se manifiesta contra su impunidad. Sin utilizar recursos fáciles del género terrorífico la película va in crescendo en su suspense al tiempo que contemplamos la vivencia agobiante de la familia Monteverde ante la desagradable situación y la explicación de situaciones pasadas que clarifican los acontecimientos actuales formando un perfecto puzzle que irremediablemente lleva a un alucinante desenlace final. Se perciben influencias literarias de diversa naturaleza como la del Pedro Páramo de Juan Rulfo o Otra Vuelta de Tuerca de Henry James dentro de un guión inteligente y con mensaje que se sigue con sumo interés. El cine latinoamericana sigue deparándonos encantadores sorpresas con países como Guatemala cuya filmografía a penas nos llega pero que demuestran tener mucho que decir.
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