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Juanma Bajo Ulloa a principios de los 90 era uno de
los directores españoles más prometedores con dos primeros filmes que
obtuvieron enorme reconocimiento por la crítica y hoy día son dos obras de
culto: Alas de Mariposa (1991) y La Madre Muerta (1993), pero tras un
filme muy diferente a los que había hecho hasta entonces y que resulto la película
española más taquillera hasta el momento, la un tanto histriónica comedia Airbag (1997) desencuentros con la
industria cinematográfica hicieron que su actividad se mermara y sus largometrajes se espaciaran cada vez más
en el tiempo dando la sensación de que el realizador vitoriano había sido un
gran bluff. Pero en 2020 su sexto largometraje de ficción en casi 30 años
devuelve aquellas grandes expectativas que como director intimista con cierto
punto poético oscuro y como excepcional narrador se forjó hace mucho tiempo atrás,
pudiéndose considerar su mejor trabajo hasta el momento. Un filme arriesgado y
con vocación casi experimental, sin ningún diálogo y con una puesta en escena
diferente que bebe del cine fantástico y del de terror sin adscribirse a esos géneros,
Baby es cine en estado puro que juega
con la metanarrativa de su guión y nos
acerca a escenarios de cuento de hadas siniestro jugando con lo inquietante, el
suspense, el surrealismo y sobre todo con el poder de las imágenes con una
excepcional fotografía, sin olvidar el papel fundamental que cumple la soberbia
banda sonora de Bingen Mendizabal y Koldo Uriarte. No ha conseguido el
gasteizarra una obra maestra absoluta a causa de no poco momentos cargantes y
un poco gratuitos pero su afán experimental a la hora de conseguir una gran película
se puede decir que ha sido más que exitoso.
Rodada en Vitoria-Gasteiz y otras localizaciones de Álava
con un no muy extenso reparto internacional, Bajo Ulloa captó durante varios
años algunas imágenes de la naturaleza, paisaje y animales que aparecen en este
filme a modo de piezas de collage bien insertadas la mayoría de las veces y
otras no tanto pero con un efecto final por lo general de enorme poder
sugestivo. Esta claro que era harto difícil el combinar las imágenes sin
personajes de supuesta intencionalidad simbólica con la importancia de actuación
de las actrices (todas mujeres) en un filme de estas características donde la
expresión corporal en diferentes acciones y situaciones es esencial y no pocas veces muchas
escenas esconden dobles sentidos y un equívoco trasfondo de los personajes. La
historia se plantea con una estructura muy simple (pero al mismo tiempo muy
confusa y laberíntica) donde tenemos a una joven toxicómana residente en Vitoria
(interpretada por la británica Rosie Day) que da a luz en su cochambroso piso y
pocos días después ante la imposibilidad de poder cuidar al bebé y ansiosa por
conseguir dinero para droga decide vender al niño. Las compradoras son tres
mujeres que aparentemente forman una familia compuesta por una abuela excéntrica
e inquietante (la norteamericana Harriet Ransom Harris), una hija de
comportamiento y aspecto extraño y desequilibrado (la hispanobritánica Natalia
Tena) y una nieta de unos 12 años con una curiosa tendencia a disfrazarse (la
española Mafalda Carbonell, pequeña gran actriz); no obstante pronto la
protagonista se arrepiente de su decisión y decide acudir al siniestro caserón familiar
donde viven las compradoras del bebé (al que han acostado en una cuna hecha con
ramas) para tratar de recuperarlo escondida entre las sombras de la residencia.
Es perceptible que aquí hay elementos de los cuentos de los hermanos Grimm en
cuanto la oscuridad de una historia en donde el mal se percibe entre tangible y
onírico-fantasioso y en donde el realismo apenas se disipa en un muestrario de
imágenes bizarras, vestuarios extravagantes y un surrealismo a veces fascinante
y otras pedante y gratuito. También es notable la presencia de elementos de Tim
Burton, el David Lynch más excesivo e incluso algún apunte buñueliano, fuentes
que Bajo Ulloa moldea con corrección aunque el personalismo y la originalidad tratan
de imponerse en todo momento.
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