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La tardanza de su estreno en las salas españolas no
debe hacer pasar por alto esta estupenda película que conjugando el drama con
la crónica histórica consigue llegar a cotas cinematográficas muy altas y sin
mucha parafernalia superflua y con un presupuesto ajustado. Son muchos los
filmes ambientados en los primeros años de Estados Unidos como país
independiente (a principios del siglo XIX) y es que todo lo relacionado con
pioneros, tramperos, comerciantes de pieles, nómadas, cazadores y nativos que
comenzaban a tratar con el “hombre blanco” siempre ha sido material dramático
de primer orden especialmente en el género de las aventuras y por supuesto como
western pero no es este el caso de la película que nos ocupa. En First Cow nos encontramos con una
hermosa historia de amistad entre dos pioneros que hacia 1820 unen sus destinos
de manera casual mientras cada uno busca el incipiente Sueño Americano en las
inexploradas tierras del oeste, algo para lo que tendrán que colaborar. Otis
Figowitz, apodado Cookie (John Magaro), un cocinero que viaja con unos
tramperos con los que no se siente identificado, aspira a ser un gran confitero
en cuanto llegue a San Francisco; por su parte King-Lu (Orion Lee), un chino
que huye de un homicidio involuntario y que no parece tener un objetivo claro
en su vida, decide ayudar a su nuevo amigo en sus aspiraciones usando un
sentido pragmático, aventuroso y un tanto osado del que su ingenuo amigo
carece. En el asentamiento de Oregon en donde se establecen, deciden ordeñar
clandestinamente a la única vaca del lugar propiedad de un rico terrateniente
inglés (Toby Jones) para obtener la leche con la que Cookie pueda elaborar unos
pasteles de su invención. Esta
acometida, que se tornará en exitosa para ambos, unirá a ambos hombres dejando
patente que las diferencias culturales no deben de ser impedimento para nada y
que la lucha conjunta por algo crea lazos casi imposibles de romper.
El buen
trabajo de los dos semidesconocidos actores protagonistas muestra con profusión
de matices la relación entre Cookie y King-Lu, más compleja de lo que parece y
en cierto modo basada en una dialéctica Don Quijote-Sancho Panza en donde los
límites entre las atribuciones de ambos inmortales personajes (el idealismo y
el pragmatismo, la gallardía y la inocencia) aparecen difuminados y a veces
intercambiables. Pese al ritmo un tanto mortecino del filme, su exhuberancia
narrativa no decae en ningún momento añadiendo que la utilización de instantes
anecdóticos aparentemente de relleno (a veces rozando la comedia) y el
excelente partido que se saca del hermoso paisaje natural de Oregon hacen de Fist Cow una interesante experiencia para
espectadores que desean ver algo más que un melodrama de época. Su excelente
ambientación y vestuario refuerzan el carácter antropológico-histórico del
filme, algo de lo que no es ajena la metáfora que se hace del nacimiento de la
consciencia intercultural norteamericana.
Un acierto si se desea ver una buena película en medio de una cartelera no muy
estimulante. Por cierto, dirige una mujer, Kelly Reichardt; últimamente el
género femenino va cobrando importancia dentro del cine.
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