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La alianza entre Paco Plaza y Carles Vermut prometía y
efectivamente, no ha decepcionado. Plaza, cada vez mejor realizador, ha vuelto
a dar en la diana en su regreso al género terrorífico tras su magistral Quien a hierro mata (2019), que sigue siendo
su mejor filme aunque esta inquietante La
Abuela le va a la zaga y se postula como su mejor trabajo en el cine de horror
superando a Verónica (2017). El maridaje
entre el universo críptico y metanarrativo de Carles Vermut (Magical Girl, Quien te cantará) -que ejerce aquí como guionista- y el concepto
del terror escorado a la verosimilitud de Paco Plaza funciona a las mil maravillas
ya que ambos comparten similar visión de la ficción fantástica con el elemento
sobrenatural magistralmente introducido en el realismo aunque se al final Plaza
el que impone su estilo y criterio en lo que respecta a la construcción de la
historia. Una historia dicho sea de paso con notable carga psicológica,
humanista y metafísica que nos dice claramente que lo más terrorífico pueden ser
ciertos aspectos inevitables de nuestra existencia, como puede ser el paso del
tiempo y en definitiva la vejez: en ese sentido el terror psicológico del que
hace bandera La Abuela no puede ser más
desasosegante ni angustioso. Tal vez estemos ante la mejor película del terror
de la historia del cine español.
Aquí no hay ni sustos ni truculencia fácil. El horror
que desprende este filme es puramente atmosférico y narrativo con un elemento
sobrenatural que se hace de rogar en su primera aparición (aunque se intuye) y
cuando lo hace llevamos ya una buena parte de metraje. La Abuela muestra sus cartas desde el principio con un inquietante
prólogo que se va clarificando conforme avanza el desarrollo de la historia pero
que no exime de llegar a un desenlace alucinante aunque puede que no resulte
muy sorprendente para los más avispados. Dos personajes llevan prácticamente el
peso de la película: Susana (Almudena Amor), una joven modelo a punto de
cumplir 25 años deseosa de dar el salto definitivo en su carrera, y su abuela
Pilar (la brasileña Vera Valdez, antigua modelo en los 50), quien sufre un
derrame cerebral que ocasiona que Susana tenga que volver de parís a Madrid
para hacerse cargo de ella en su nueva situación de dependencia. Ambas intérpretes
están excepcionales moviéndose prácticamente por un único espacio (la vivienda donde
viven) en donde no tardará en surgir un inquietante sesgo en su circunstancialmente
forzada situación. Susana, que ve alejarse poco a poco todo su futuro, parece
atrapada en el mundo de silencio de su abuela, una mujer a la que creía conocer
pero de la que no tardará en darse cuenta que no es -nunca ha sido- lo que
parecía.
Plaza y Vermut llenan el filme con no pocos elementos pista cargados de simbolismo en forma de elementos visuales aparentemente cotidianos (espejos arrancados, fotografías, puertas secretas, muñecas matrioskas, relojes parados) y consiguen que la narración alcance tonos pesallidescos con diferentes recursos que van desde la sugestión, la omisión, la ruptura drástica y la muestra de secuencias en el límite de lo onírico y lo real con elementos realmente turbadores. Polanski, Borges y Lynch son referencias claras en una película cuyo mensaje de que la vejez es algo de lo que muchos darían cualquier cosa por sortear es perturbador. Tampoco la huída de la muerte y la búsqueda de la eterna juventud habían estado tan inquietantemente tratadas en un filme y de ello tiene bastante causa el espléndido trabajo de sus dos intérpretes quienes han interiorizado que sus personajes han de compenetrarse a la perfección para mostrar una dialéctica que pone los pelos de punta. Es posible que algunos de los momentos finales de la película desentonen por su carácter más violento y previsible en el género del terror, pero casi todo en La Abuela es no solo ya cine de horror psicológico, sino cine de primera magnitud.
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