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Hecha desde la honestidad, la incomodad y también
desde la experimentación tenemos aquí una película singular cuya aproximación a
la vejez y la decadencia además de ser lógicamente respetuosa no se conforma en
caer en el drama convencional y sin dejar en ningún momento un realismo atroz
empela recursos metacinematográficos que pese a no ser muy novedosos (pantalla partida
con dos puntos tomas de cámara de un mismo plano desde distinto ángulo) tiene desde luego su sentido narrativo. Gaspar
Noe, cineasta francés provocador y con tendencia a no dejar a nadie indiferente
ha conseguido un filme crudo y conmovedor en donde un anciano matrimonio (Françoise
Lebrun como la esposa y el mítico director Dario Argento como el marido) el con serios problemas del corazón y ella con
alzhéimer viven sus problemas de salud como pueden dejando atrás un pasado de exitosos
profesionales liberales (el hombre cineasta y la mujer psiquiatra) y encarando
toda la miseria de su decadencia con la esforzada ayuda de un hijo cuarentón (Alex
Lutz) que cuenta con serios problemas que impiden una plena asistencia a sus
progenitores.
El nudo en la garganta es constante durante todo el transcurso del filme; ver desavenencias creíbles y cotidianas excelentemente escenificadas por la pareja protagonista la cual hace un excelente trabajo (hay que tener en cuenta además que Argento no es un actor profesional) resulta una experiencia conmovedora y triste pero necesaria para espectadores que pidan algo más a una película. La aspereza del filme pese a todo esta atenuada por su ternura y por su bien medido tono poético y metafórico desde un prisma tanto intelectual como cotidiano. El envejecimiento pocas veces ha estado tan bien retratado como en esta película, que pese a todo también supone un hermoso canto a la vida
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