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Los moteros han dado excelsos momentos a la historia del cine; ejemplos más paradigmáticos: Salvaje (The Wild One, 1953), Los Ángeles del Infierno (The Wild Angels, 1966) y por supuesto Easy Rider (1969), todas ellas rodadas en la época dorada de los bikers norteamericanos, los 50-60-70. Se podría escribir mucho sobre el elemento contracultural de la cultura motera y su aportación al cine y en especial al cine independiente a partir de los 70 así como de sus paralelismos con el mundo del western y todo lo que a partir de allí se puede extraer desde la ficción, pero el caso es que el tema es tan potente que todavía podemos encontrarnos con filmes como este cuyo elemento de mayor interés es que se trata de una adaptación libre de diversas historias reales de moteros, un relato con protagonismo casi coral desarrollado entre 1965 y 1973 basado en un libro fotográfico-documental de Danny Lyon. Los Vandals, un club-banda del medio oeste, es el colectivo de cuero, jeans y ruedas en el que se centra la película, con el telón de fondo de la historia de Benny (Austin Butler), un joven biker, y su relación con Kathy (Jodie Comer), una chica que al enamorarse del taciturno pero idealista muchacho entra de lleno pero confusa y con contradicciones en el mundo de la banda. Junto a ellos pululan entre otros el líder de los Vandals, Johnny (Tom Hardy), un tipo despótico y violento que ejerce una gran influencia sobre Benny y otros easy riders bastante básicos y pendencieros como Brucie (Damon Herriman), Cal (Boyd Holbrook) o Zipco (Michael Shannon) siempre seguidos por la cámara y la grabadora de Danny Lyon (Mike Faist). Es esta una película más de personajes y viñetas que una historia lineal propiamente dicha (aunque existen los tres momentos de la narrativa) a medio camino entre el estilo documental-periodístico que pretende homenajear y el drama sentimental e histórico-social (si, la cultura motera aquí también sirve para ilustrar los cambios en la vida y la sociedad americana a finales de los 60 y principios de los 70) y en su conjunto resulta una cinta sugerente y poderosa con multiplicidad de momentos de todo tipo (violencia, comedia, relaciones humanas, maduración personal, romance, acción, western contemporáneo) sustentada en estupendas interpretaciones, una ambientación de chapó, escenas con o sin motos coreografiadas y medias hasta el más mínimo detalle y lo más estimulante para los cinéfilos: un espíritu de homenaje a los comienzos del cine del nuevo Hollywood de los 70, aquel que entre otras cosas se inició con películas como Easy Rider, la cual recibe su homenaje en este filme al igual que Salvaje.
El realizador Jeff Nichols (Loving) ha hecho un estupendo trabajo en donde las historias entrelazadas culminan en un climax tan desesperante como efectivo y en donde el mensaje de que la búsqueda de la libertad tuvo en su época sus contrapartidas es el que guía el sentido de la historia. Los personajes más importantes, Johnny, Benny y Kathy están muy bien presentados y su interrelación a tres bandas, cada uno con sus peculiaridades -la historia está prácticamente vista desde el punto de vista de Kathy, la insertada casi a al fuerza en el grupo- y que al final llega a desenlaces no esperados. Una de la películas de este verano
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