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Es una buena noticia que en fechas navideñas, dominadas cinematográficamente por la oferta infantil, se puedan ver películas como esta, el último trabajo del siempre sorprendente director norteamericano Spike Jonze (Como ser John Malkovich, Adaptation), una adaptación más o menos libre del libro infantil Donde viven los monstruos (1963), de Maurice Sendak. Efectivamente, se trata de un filme dirigido a los niños, pero perfectamente degustable por los adultos, quienes pueden captar mejor el mensaje de la película y emocionarse más intensamente con la peculiar belleza de esta encantadora película. No es que sea un filme poco comprensible para los críos, ya que todo lo que se cuenta esta perfectamente adaptado a su mentalidad, pero el mensaje esta más dirigido a los mayores, quienes de ese modo comprenderán mejor las ieas y la mentalidad infantiles y recordarán aquella época en la que ellos también fueron niños.
El libro en que se basa esta película era más una obra de ilustraciones con muy pococtexto (apenas diez frases) que se ha convertido en un clásico de la literatura infantil en inglés. En esta adaptación -en donde el propio autor del libro ejerce labores de productor junto con el inefable Tom Hanks- se ha “agrandado” la historia y sin tratar de perder un ápice de su espíritu, Spike Jonze y el coguionista Dave Eggers ofrecen una obra original que constituye un gran filme por derecho propio, mas allá de ser una rutinaria traslación a la pantalla de un cuento infantil. Por que eso es lo que se nos narra, un cuento sencillo, sorprendente y hermoso con pinceladas de crueldad inocente y de melancolía. Un niño llamado Max (Max Records), aquejado de bastantes problemas infantiles que podríamos catalogar de cierta gravedad para su edad (ausencia de figura paterna, deseo de más comunicación con su madre, sensación de marginación) y en definitiva, con deseo de mayor afecto, accede desde la mas cruda realidad de la vida real a una fabulosa isla habitada por siete enormes y monstruosas criaturas peludas de razonamientos y comportamiento aparentemente humanos con cierto tono infantil. Los monstruos nombran a Max su soberano y el accede a ayudar a reconstruir sus hogares, destruidos por ellos mismos, y a colaborar en la recuperación de su perdida felicidad. mientras disfruta participando de las un tanto brutas y desmedidas ganas de divertirse de las criaturas. El cruce y el juego de sentimientos entre Max y los monstruos es la espina dorsal del desarrollo de la película, enmarcada en un entorno idílico en donde la búsqueda de la felicidad y del amor es lo fundamental, tal y como es el deseo principal de los niños. Es pues una parábola sobre los deseos y sentimientos de la infancia, sobre las frustraciones de los niños y todo lo que se interpone en su camino y les impide se felices. Una bella fotografía arropa una minimalista (pero profunda al mismo tiempo) historia en donde cada diálogo, cada escena tienen su miga. La atmósfera de cuento, los juegos de fabulosos escenarios y una magnífica puesta en escena convierten a la película en un admirable espectáculo visual en donde las encantadoras criaturas se adueñan del corazón del espectador. La música del gran Carter Burwell (colaborador habitual de los hermanos Coen) y Karen O ayuda a magnificar el que ya es el film de estas navidades. Una película que merece la pena ver.
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