V
- Este es, sin duda. Un libro de más de 130 años de antigüedad. Una cubierta de cuero con incrustaciones de pan de oro. Cerca de 900 páginas. Ningún título en al cubierta ni en el lomo, ni en la contraportada, ni el nombre del autor siquiera. Las únicas letras que aparecen son las siglas GC en la parte inferior del lomo. El cerrojo es lo más fascinante, hay una rueda para cambiar los cuatro dígitos de la clave para poder abrirlo, pero me temo que hasta que vuelva a Inglaterra con él y no goce de más tiempo, no comenzaré a intentarlo. Estoy impaciente por saber el contenido del libro.
Marina y Carmichael se habían citado en la cafetería del hotel donde este se alojaba, a las cinco de la tarde. Ella se las había arreglado para que a la tarde uno de los dos dependientes que trabajaban en Rojo y Negro unas horas al día como apoyo estuviese atendiendo la librería aunque en teoría tuviese el día libre, siendo normalmente además la propia Marina la única persona que solía estar tras el mostrador por las tardes, a parte de su padre. La importancia del momento merecía alterar el orden habitual de las cosas.
- Sigo sin entender como es posible que en la librería nadie nos diésemos cuenta de que ese libro estaba escondido, por mucho que como usted dice, al ir moviendo y sacando los libros de las estanterías tal y como hizo ayer, este libro se descubriese.
Carmichael miró con aspecto incrédulo a Marina después de haber estado un buen rato con la mirada concentrada en aquel Covington Book que sostenía en sus manos como si se tratase de un tesoro recién descubierto. Ni tan siquiera cuando le hablaba la heredera de la librería de ocasión Rojo y Negro parecía haber mostrado atención.
- ¿No se había dado cuenta que en una parte de la pared tras la estantería había un ladrillo que se podía extraer? Cuando llegué a la librería estuve mirando durante un momento toda al estructura de la habitación, como usted comprobó, para ver si se veía a simple vista algún recoveco o lugar extraño donde se pudiese esconder algo, pero no ví nada. Estaba claro entonces, teniendo en cuenta que el local es muy pequeño y de un solo piso, que un objeto celosamente escondido tenía que estar o bien en algún almacén o en un habitáculo secreto. Por eso me entretuve durante un rato en ir sacando libros de al estantería y en fingir que los ojeaba, para ver si en la estantería, había algún agujero disimulado. No me dio tiempo a hallar el escondite que le he comentado en esa primera inspección, pero después de hablar con usted y cuando me disponía a marcharme por primera vez, tuve una corazonada cuando vi un pequeño hueco sin libros en la estantería, formado por mí al colocar de manera irregular los libros que había sacado. Palpé durante un momento esa parte de la pared y comprobé que se podía extraer un ladrillo y sin ninguna dificultad. Nada más sacarlo, cayó del agujero un libro, con la medida del hueco en vertical. Me dio tiempo a duras penas de poner el ladrillo en su sitio y fue cuando usted me llamó para preguntarme como llegó el libro a la librería. En un momento supe que aquel era el libro, pero no le dije nada. Dejé que lo descubriese usted misma.
Marina no sabía como en más de 50 años nadie había reparado en que había tras la estantería un “habitáculo secreto”, aunque pensó que eso no era tan raro ya que tras la estantería de los libros la pared era como si no existiese. En algunas reformas de local toda al pared fue pintada varias veces y al menos en dos ocasiones se cambió de estanterías pero aun así era perfectamente asumible que nadie se hubiese dado cuenta de eso. Sin duda, su abuelo fue bastante astuto, pero no entendía como su descendencia no sabía nada del libro, tal vez por el hecho de que al ser robado, le hubiese dado vergüenza el decir que ese libro estaba escondido, algo que si que habían hecho con sus sucesores los propietarios de otras librerías donde el libro permaneció oculto, aquel libro de supuestas bellezas que provocaba el síndrome de Stendhal al leerlo y contemplarlo, tal vez por ello su abuelo bautizó a su librería como la obra magna del escritor que dio nombre a aquel ciertamente romántico mal que él mismo una vez sufrió al visitar la Basílica de Santa Cruz en Florencia.
- Estoy dispuesto a comprarlo, ponga precio
- No se… ¿Qué le parece 3.000 euros? Si dice usted que es tan valioso… ¿Qué va a hacer con él?
Nicholas Carmichael mostraba satisfacción y no podía ocultar una leve sonrisa
- El ciclo del libro ha terminado, ya que vuelve a los que debían ser sus legítimos propietarios, y por lo tanto ya es hora de disfrutarlo y que al humanidad sepa de su existencia. El antepasado mío que se batió en duelo con Covington también murió en el duelo días después a causa de las heridas, es decir, que no solo se quedó sin el desagravio en forma de libro sino que además fue muerto por Sir Guy. El editor que halló el libro en el monasterio cisterciense era un amigo de mi antepasado. Mi familia, que era rica, se arruinó tras la muerte de mi ancestro y tuvo que emigrar a América durante unos años, hasta que mi bisabuelo llegó a Liverpool, la justicia se ha hará también Respecto al precio que me pide, me parece caro, pero creo que lo merece. Pero, ¿esta segura que quiere venderlo?
- Si, ¿Por qué?
Estaba ante une gran oportunidad. De Inglaterra y a través de un libro de cuya existencia una vez no creyó le había llegado la ocasión de ganar una enorme suma de dinero, algo que ella jamás pensó que conseguiría con ese negocio familiar, porque al fin y al cabo ¿a quien le gustaban ahora los libros? Ella siempre fue de la opinión de que tarde o temprano aquel negocio moriría y que esto ocurriría posiblemente estando ella al cargo.
- No es por ser una aguafiestas pero le recuerdo que este libro fue hurtado por su abuelo. Ya sabe que cuando se han tratado de hacer malos negocios con este libro, la persona implicada sufrió terribles consecuencias en forma de maldiciones. No me quiero ni imaginar que ocurriría en caso de robo, y me sorprende que ni usted, ni sus padres, ni sus abuelos hayan sufrido los males del libro. Puede que los sufran en un futuro.
Aquellas palabras no fueron pronunciadas en un tono amenazador, pero todo ese tema empezaba a preocupar a Marina, por descabellado que podía parecer
- ¿Y si me quedo con el libro y lo pongo en venta?
Carmichael oscureció su tono
- En realidad el hecho de haber dado con el libro implica que me pertenece ya, como todos los que una vez consiguieron encontrarlo, en teoría no me podría ir sin él. Pero entiendo que dado el desagradable antecedente de cómo llegó aquí el Libro de Covington, lo más justo sería que redimiese la falta de su abuelo de alguna manera. Este libro, además, no se puede poner de venta al público, su ciclo además solo terminará si cae en manos de su propietario legítimo, que hoy en día soy yo. Pero yo creo que no tengo porque comprarlo, ni usted tiene porque venderlo si puedo ayudarle
- ¿Ayudarme?
- Si, ayudarle a no caer en la maldición del libro. Yo tendría que renunciar a el para que pase a su propiedad, yo y mi familia y descendientes nos desentenderíamos de él durante un tiempo para luego volver a adquirirlo
- Me está diciendo que no la va a comprar, entonces. No se, pero esta historia de la maldición me parece increíble, pero…
- Le da mucho miedo
- Si, ¿y si fuese cierta?
- Yo creo que la única manera de librarse de ella es como le he dicho redimiendo el delito de su abuelo. No me lo debe vender, debe hacer lo que no hizo su abuelo y que de alguna manera provocó una gran irregularidad en el ciclo cuyas consecuencias están aún por conocer: pagar por él. Pagarme a mí, que soy su legítimo propietario. Una vez lo haya comprado, podrá esconderlo en la librería hasta que pasado un tiempo, yo o algún sucesor mío volvamos aquí a reclamarlo.
Era una oferta un tanto extraña, pero todo aquel asunto era ya de por si bastante inusual. Pensándolo bien, de todas maneras, ella podía después vender el libro al precio que quisiese, más grande incluso que el precio por el cual lo adquiriría, tal y como se lo hizo saber Carmichael. Podía ser un buen negocio el tener el libro escondido, sin decir nada a su familia y un día, Dios sabe cuando, algún Carmichael lo reclamase y ella lo tasase en una enorme cantidad de dinero.
- Vale, lo acepto, le compro el libro. ¿Cuánto vale?
VI
Cuatro Mil euros. Esa fue la cantidad que Marina pagó a Nicholas Carmichael por el Libro de Covington. A la mañana siguiente al encuentro en la cafetería del hotel, Marina le entregó el cheque al coleccionista británico. Era una locura lo que había hecho, y debía a toda costa mantenerlo oculto a sus padres y a todo hijo de vecino. Un negocio arriesgado, irracionalmente arriesgado porque se trataba de la compra de un libro verdaderamente enigmático y misterioso a un tío del que apenas conocía nada y que venía contándole una historia increíble, pero debía de ser cierta, aquel libro no solo existía sino que todo lo relacionado con su abuelo y la desconocida adquisición de aquel libro por parte de él parecía tener lógica. Efectivamente, en 1959 fue cuando se inauguró Rojo y Negro, año en el que supuestamente su abuelo consiguió el libro. Como otras personas que se hicieron con el Libro de Covington, fundó una librería de ocasión precisamente para custodiar el libro hasta la espera de un comprador. Puede que, como Carmichael decía, su abuelo bautizase a la librería Rojo y Negro al recordarle su experiencia al contemplarlo (por que sin duda lo abrió) a la vivida por Stendhal.
Lo más extraño para Marina era sin embargo el hecho de tener que esperar años y años a que alguien comprase el libro, al mismo Nicholas Carmichael cuando le diese la gana (el dijo que esperaría al menos diez años) o algún familiar de este. Pero para entonces habría ganado una enorme cantidad de dinero, ya que acordó con Carmichael que el precio de venta al menos duplicaría el valor por el cual la librara lo había comprado a Carmichael. Un negocio de compra y venta extraño y desconcertante, el de comprarlo a alguien que ni tan siquiera era el dueño (en el sentido estricto de la palabra) para luego revendérselo tiempo después. No quería ningún problema ni sufrir ningún destino trágico y la verdad es que ese libro antiguo, lujoso en su cubierta, voluminoso y con ese aspecto tan inquietante debido a una decoración en su portada y contraportada mas bien gótica (en lo que a las filigranas de la portada), le daba bastante mal rollo desde el principio y sobre todo con aquel cerrojo que a le recordaba a aquellos candados de los diarios íntimos de su infancia pero más a lo bestia. Carmichael le dijo que pensase bien cual podía ser al combinación de cuatro números, que podía ser la “razón más lógica”. Marina no quería guardarlo sin verlo antes, y tenía intención de mientras intentase en dar con la clave, guardaría el libro en su casa en la habitación. Después se encargaría de esconderlo. Carmichael le sugirió que lo dejase en el mismo agujero donde lo guardó su abuelo, pero a ella aquel escondrijo le parecía inconsistente y decidió que buscaría algo mejor dentro de la librería.
Poco después de recibir el cheque por la mañana, Nicholas Carmichael abandonó la ciudad. Marina, por su parte, estaba convencida de haber hecho lo correcto. Iba a ser a largo plazo una gran cosa el vender dentro de unos años aquel libro a un precio de artículo de lujo. Nos sabía cuanto podía tardar, pero la espera merecería la pena. Además, ella y los suyos se habían librado de una desgracia segura.
Por la tarde, la joven regresó a la librería. Trató de buscar el escondrijo secreto más o menos donde le dijo Carmichael, pero para su estupor no encontró nada. Miró bien durante dos o tres días en el establecimiento, pero no halló ningún compartimento con un ladrillo extraíble en ninguna parte del local. No sabía bien si Carmichael le había mentido; le mandó un email a los dos días de que este se marchase pero aquella dirección que el coleccionista le había dado ya no existía. Durante ese tiempo, Marina guardó el libro en su casa tratando de dar con la combinación para abrirlo. Había probado 1877 (el año en que se imprimió), 1881 (el año de la muerte de Covington) o 1847, cuando Guy Covington nació. También probó el año de nacimiento de su abuelo y el año actual. Había llegado a al conclusión de que un número de cuatro cifras se tenía que corresponder a un año. Por la noche del mismo día en el envió el mensaje a Carmichael (y comprobó que había dado de baja aquella dirección de correo electrónico) dio por fin con la clave. Era 1959, el año en que se fundó la librería y el Libro de Covington cayó en poder de su abuelo.
Al colocar la cifra en el panel la hebilla metálica se soltó y entonces fue cuando pudo abrir el libro. Eran casi las dos de la mañana y Marina había estado en vela tratando de dar con al combinación por tercer día consecutivo. Ahora ella misma iba a contemplar aquel libro maravilloso y legendario. Lo abrió y se encontró con dos hojas en blanco. Pasó las páginas y todas estaban en blanco, no estaba impreso. Marina palideció y sintió como se le acababa la respiración. No fue capaz de pensar durante varios segundos, y cuando al fin lo consiguió, solo pudo sentir una súbita sensación de terror y de haberse lanzado al vacío desde lo alto de un acantilado. Descubrió que la primera página si tenía algo escrito, era la única página impresa. Pero aquel texto estaba escrito por ordenador, en letra Arial, impreso en un folio y pegado a la hoja. Escrito en inglés, esto era lo que ponía
Querido amigo,
Si has conseguido leer esto es que has dado efectivamente con la calve: 1959, año en el cual este libro fue fabricado por mi abuelo George Carmichael, aunque habrás puesto ese número por otro motivo. Estas palabras las he escrito en Liverpool días antes de encontrarnos y no se en este momento si eres un hombre o una mujer, viejo o joven. En cualquier caso, habrás comprado este libro que como habrás comprobado no es el Libro de Covington si no un modelo de libro antiguo hecho por mi difunto abuelo, artesano encuadernador del norte de Inglaterra especializado en ediciones de lujo y copias de libros antiguos. Sir Guy Covington nunca existió, ni su libro tampoco. Tampoco hubo ninguna transacción de dicho libro a lo largo de más de cien años. Si te hubiese molestado en consultar y no hubieses sido tan ingenuo, ten a buen seguro que no estarías leyendo esto ahora. El que hayas comprado este libro significa que te has creído una historia sobre aventureros victorianos, libros de belleza sobrenatural que producían el síndrome de Stendhal y maldiciones provenientes de ese libro. Me sorprende que te hayas tragado también lo de la maldición y que haya sido eso lo que et haya impulsado a comprar este libro casi sin valor. No se lo que me habrás pagado, pero puede que haya sido una fortuna.
Te mereces no obstante una explicación de todo esto. En 1959, mi abuelo George, que se hizo popular en el área de Liverpool por sus portadas y cubiertas artísticas artesanales para ediciones de lujo y biblias, se veía forzado a cerrar de un momento a otro su taller ante la falta de clientes, ya que las biblias artísticas cada vez se pedían menos y otro tipo de portadas ya no se solicitaban a artesanos. Años antes había comenzado a hacer falsas portadas antiguas o copias de portadas de clásicos de la literatura que vendía cubriendo libros sin imprimir, como artículo de lujo, pero aquella parte del negocio también comenzó a languidecer. Yo aún no había nacido, pero él me contó que en 1959 se inventó la historia de un libro victoriano de factura única, escrito por un autor de su invención olvidado (ni el se acordaba que nombre le puso entonces) y aprovechó una serie de libros en blanco con cubierta de cuero y pan de oro que el había montado y fabricado para venderlos uno por uno por diversas partes de Inglaterra como unos libros antiguos obra de aquel autor. Su primer sistema fue meterlos en una caja de cuero a modo de sobrecubierta para que el cliente no los abriese y viese que estaban en blanco descubriéndose el fraude, pero eso no funcionó y no puedo vender nada. Con el temor de que muchos le podían denunciar, el abuelo George decidió continuar con su plan de fraude en otros países fuera del Reino Unido pero ideó un sistema para que no se descubriese pronto el engaño. Creó un cerrojo que se abriría con una clave, al estilo de una caja fuerte, y lo colocó en uno de sus libros.
A continuación, mi abuelo marchó a Francia, Alemania, Italia, España. Nadie se lo quiso comprar sospechando el engaño, pero en su España, el hombre que acababa de fundar la librería Rojo y Negro, a la cual mi abuelo se dirigió, mostró interés por el libro, pero de alguna manera averiguó la clave estando mi abuelo con el y entonces le denunció a las autoridades. Tras unos incidentes diplomáticos, fue deportado al Reino Unido. Se enfrentó con una grave pena y termino de arruinarse. Aquel libro del cerrojo, que llevaba en el lomo su firma de GC, como todos los que fabricaba, lo conservó hasta el final de sus días. El siempre maldijo a aquel librero y siempre deseó vengarse. Ya se que no tenía ningún motivo real para ello, puesto que había sido culpa suya, pero el era así. Yo siempre le tuve en estima y prometí honrar su memoria haciendo lo que él no consiguió
Tras la muerte del abuelo George, decidí pasar a la acción e investigué si la librería Rojo y Negro seguía existiendo. Comprobé que si, y desde hace dos años comencé a trazar mi plan. Comprobé que el fundador de la librería había muerto y me inventé la historia del Covington Book. No se que nombre dio mi abuelo a su escritor ficticio, pero seguro que sería alguno que empezase por GC, tal y como yo hice por motivos obvios. Después me puse en contacto con la librería y en el momento que escribo estas letras, aún estoy respuesta, aunque el hecho ya se ha consumado.
Supongo que no me habrá costado nada colocar el libro, que me he traído desde Inglaterra, en su librería. Me he inventado una historia sobre un agujero tapado en la pared que espero que funcione, si le he contado otra, es que no he visto posible que sea creíble en su librería. He mirado por internet todo su catálogo, toda la historia del establecimiento, sus características y también se que es pequeño, por lo que será lógico situar a mi libro allí, “oculto” en la pared. Lógicamente, ignoro como habré colocado el libro exactamente, pero me habré tomado mi tiempo en ver el local y las posibilidades que ofrece. Es muy posible que al final haya puesto el libro en la estantería, semidesconocido aunque lo suficientemente visible para ser descubierto por el propio propietario de la librería. Una falsa y apresurada retirada puede hacerme ganar tiempo para colocar el libro, que he llevado guardado en mi bolsa, y siempre que yo no sea visto. Esto es relativamente fácil, si me aseguro que quedo fuera del campo de visión de mi interlocutor o interlocutores. El libro, habrá quedado entonces “guardado” en la librería
Procura a partir de este momento de asegurarte que algo existe, aunque sea solo una leyenda o una ficción. Es normal que en internet no encuentres un personaje creado por un humilde profesor de secundaria de Liverpool y sobre el que además no ha contado nada a nadie salvo a ti. Ya solo por el hecho de no estar en internet, sería sospechoso, ¿no crees?
Siento haberte hecho este engaño, pero necesitaba hacerlo en memoria de mi abuelo. Los libros son una cosa realmente mágica, pero muchas veces pueden darnos disgustos.
Afectuosamente
Nicholas Carmichael
Liverpool, UK
FIN
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