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Los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne son dos cineastas belgas que han firmado en comandita una filmografía de gran calidad desde los años 80 tocando temas sociales e inmediatos pero al mismo tiempo narrando interesantes ya trayentes historias sin nada de panfletario ni demagógico. Dos de sus películas anteriores, Rosetta (1999) y El silencio de Lorna (2008), tuvieron muy buena acogida internacional y ahora vuelven a dar en el clavo que esta su nueva película, una película tan realista, creíble, árida y amarga como lo eran los dos filmes anteriores aunque en esta ocasión se deja un pequeño poso para la esperanza. Porque los Dardenne no son unos cineastas artificiosos y ni tan siquiera gustan de utilizar recursos narrativos intrincados, sino que son unos narradores, claros, concisos y sin ambages capaces de presentar personajes con un trasfondo muy simple y concreto pero con una enorme fuerza dramática gracias al humanismo con que los presenta, claramente reconocible peor su realismo y por al habilidad de estos directores en mostrar retazos naturalistas de la vida misma. Aunque en esta ocasión no han andado tan atinados como con El silencio de Lorna, lo cierto es que han hecho una pequeña y más que interesante película que desde luego da que pensar. Un Gran Premio del jurado en Cannes es el galardón que exhibe orgulloso esta película.
La infancia desprotegida es en lo que en esta ocasión fijan su mirada los hermanos directores, con un tono bastante crudo en el que el pequeño protagonista, Cyril, un crío de 12 años que ansía huir del centro de menores donde su padre -un hombre sin recursos - le ha internado contra su voluntad trata de encontrar su lugar en el mundo y de alcanzar una felicidad esquiva que para él representa una bicicleta que su padre le prometió y que tuvo que vender sin poder entregársela. La consecución de la bici irá pareja al ansia por salir del centro y por encontrar un referente adulto que su padre no le puede dar y que hallará en Samantha, una joven peluquera a la que conoce por casualidad. Pero con o sin bici, nada será fácil, y la propia inocencia del chaval le pondrá en más de un apuro. Una reflexión de la situación de desamparo en la que se encuentra la infancia cuando es malamente descontextualizada y extraída de su propio mundo y de una vida familiar aceptable que en esta película adquiere un tono agridulce. Un guión bien planteado y una parquedad descriptiva sobre los personajes muy oportuna refuerza el total realismo de la propuesta sin que la cosa resulte aburrida o desagradable de ver, al contrario. Unas buenas interpretaciones (especialmente del pequeño Thomas Doret) y puesta en escena sugerente y robusta culminan un filme que sin ser nada del otro jueves merece la pena verlo.
Pues si no es "nada del otro jueves", ¿para que desperdiciar mi valioso tiempo con ella, melón? Ay, señooor...
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