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Últimamente
el exigirle a Almodóvar una gran película es casi como pedir un deseo (por
parte sobre todo de sus seguidores) que vete a saber si se cumplirá o no y con
más posibilidades de que sea esto último. Su irregular filmografía en los
últimos años no obstante aún no ha disipado la posibilidad de que en un momento
de gracia vuelva a sorprender como ya lo hizo con Todo sobre mi Madre (1999) o Hable
con Ella (2002) filmes que llegaron tras un periodo de irregularidad que resurgió
tras ese último título, ya que este es un cineasta tan hábil e inteligente como
también anárquico. El caso es que el retorno a la comedia cien por cien del
cineasta manchego veinticinco años después de Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios (1988) ha resultado tan
light como poco sorprendente con una película en la que Almodóvar sencillamente
ha pretendido divertirse rodando, ofreciendo un trabajo cuya finalidad principal
es buscar la complicidad con el público con una simpática gamberrada que
pretende rescatar a aquel director iconoclasta y fetichista pop de los 80. Los
Amantes Pasajeros hace 30 años hubiese resultado una película interesante,
degustable y muy divertida, pero hoy día solo puede ser vista como una comedia
de poco alcance sujeta premeditadamente a los mas previsibles clichés
almodovarianos aunque entretenida y con buenos momentos aislados.
La
inserción en el guión y los diálogos de temas de candente actualidad española (corrupción,
escándalos financieros) y la pretendida variedad de tipologías de personajes
sin duda responden al intento de convertir a la tripulación y los pasajeros de
primera clase del accidentado vuelo hacia México del avión de la ficticia
compañía Península en una pequeña representación de la sociedad española de
hoy, pero esto se queda solo en la caricatura a trazo grueso. La película es
más interesante cuando se concibe como lo que es, una comedia coral en donde
los diferentes personajes van desgranado sus historias personales (de desigual
interés) en medio de un entorno caótico
y absurdo provocado por el miedo, en este caso a la muerte debido a anomalías
técnicas en el avión que obligan a un aterrizaje de emergencia incierto e
imprevisible en sus consecuencias. El director reivindica el sexo como
respuesta catárquica al miedo a lo incierto y como manifestación vital ante una
situación límite y lo hace mediante todo un muestrario de encuentros sexuales y
de resoluciones sentimentales que más o menos ilustran gran parte de las
obsesiones almodovarianas en dichas materias. Es decir, Almodóvar no ofrece
nada nuevo y se conforma con mostrarse al público tal y como se le ha conocido
siempre (y aquí es donde entra también el tema mariquitas locazas y un rollo de
sexo bastorro que solo asiladamente tienen su gracia)
El
largo reparto cumple y muy bien con una puesta en escena teatral muy
restringida en el espacio (aunque no todo se desarrolla en el avión) pese a que
la mayor parte de los personajes sean muy forzados y algunos prescindibles:
Antonio de la Torre, Javier Cámara, Cecilia Roth, José Luis Torrijo
(descubrimiento importante), Raúl Arévalo, Javier Cámara, Lola Dueñas o Hugo
Silva son algunos de los actores presentes en el vuelo, mientras que Paz Vega y
la cada vez más prometedora Blanca Suárez protagonizan un poco convincente
episodio desarrollado en Madrid y Antonio banderas y Penélope Cruz tienen inofensivos pequeños papeles como
operarios del aeropuerto. Almodovar se lo ha pasado bien, que duda cabe, pero
lamentablemente el público podrá tener otra opinión.
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