Ya habían pasado dos minutos de las
cinco de la tarde, hacía un rato que ya se había entrado en tiempo de descuento,
en ese momento en que el nerviosismo se pone a flor de piel ante el hecho que
de un momento a otro algo ilusionante va a suceder. Algo que le podía cambiar
la vida completamente en el mejor de los casos. O que le iba a resultar
indiferente y decepcionante en el peor. O vete a saber si algo peor ya que
nunca se sabe como salen estas cosas, o incluso podía darse el caso de que nada
sucediese (los retrasos en la mayor parte de las veces no suelen augurar nada
bueno). El estómago le empezaba a apretar y la impaciencia aumentaba. Había
bastante gente en la terraza del bar y todo el rato era un pulular de gente que
pasaba por la calle además de los que llegaban, se sentaban en las sillas o
entraban al local. Pero ninguna de las varias chicas que vio durante los más de
cinco minutos que llevaba allí se parecía a Sandra, la muchacha con la que
había concertado la cita. No había
llegado aún la joven de 37 años de castaña media melena ondulada, ligeramente
rizada y rostro redondeada risueño con ojos aparentemente negros. De todos
modos, él esperaba una mujer cuya complexión era en ese momento una incógnita ya
que en algunas fotos parecía mas regordeta que en otras, concretamente en las
que en teoría eran las más antiguas, así como la textura del cabello, ora
rizado ora liso estaba claro que era altamente variable.
A las cinco y tres minutos- retraso
insignificante y que ni tan siquiera precisó de disculpa por parte de la
retrasada así como tampoco provocó el enfado del que llegó primero- Víctor vio aparecer a Sandra. Como ella
indicó, medía cerca de un metro sesenta y cinco, su cabello castaño parecía mas
oscuro que en las fotos y su figura no era nada mala, algo rechoncha si, pero
armoniosa y sensual, agradable. Llevaba un vestidito negro muy adecuado para
aquellas fechas veraniegas, fino y que con un leve escote que hacía destacar
sus pechos generosos. Su piel estaba bronceada y su rostro se iluminó con una
sonrisa en cuanto reconoció a Víctor sentado en una de las mesillas de la
terraza. Víctor la correspondió con otra sonrisa, aunque más bien se sintió
contagiado de la de Sandra, que a él le pareció muy hermosa. Se dieron un leve
beso en la boca, sin lengua ni saliva e inmediatamente ya estaban sentados el
uno frente a otro. Víctor también le había dado a ella indicaciones precisas de
cómo iba a ir vestido: camiseta negra, pantalón vaquero. Pelo negro, gafas de
sol, 1,80 de altura. En realidad, no resultaba tan “diferente” con respecto a
las fotos como lo estaba en cierta medida Sandra, estaba claro-pensó- que las
mujeres cambiaban de aspecto con mayor facilidad que los hombres con solo
arreglarse el pelo o maquillarse. Otra cosa que le llamó la atención es que
Sandra llevaba gafas, aunque fue recordando más adelante que le había dicho que
en ocasiones las utilizaba aunque normalmente usaba lentillas.
- ¿Quieres tomar algo?- la pregunta
obligada cuando en casos como este. Ella se lo pensó un poco antes de
decir:
- Solo un botellín de agua
Los
primeros minutos siempre eran los más tensos e incómodos. Víctor lo sabía,
Sandra lo sabía, ambos ya se habían visto en esa situación otras veces
anteriores aunque tampoco muchas y los dos ya sabían más o menos el curriculum
del otro en cuanto a citas a ciegas por medio de páginas de contactos. Sandra
quería que esta vez fuese la definitiva tras meses difíciles. Divorciada hacía
menos de un año, no había tenido el valor suficiente o las ganas para iniciar
nuevas relaciones tras algunas citas efímeras. Víctor, que había roto hacía dos
años con su pareja de casi toda la vida, había fracasado en alguna relación
posterior además de alguna otra cita desastrosa y llevaba casi medio año sin
acordarse de las mujeres. A sus casi 40 años ya no esperaba encontrar la nueva
mujer de su vida, pero intuyó que con Sandra algo podía cambiar.
Durante una hora trataron de
conocerse algo más de que lo que ya lo habían hecho por chat o por email. Las
frases fluían y todo parecía que iba bien; las miradas, los anhelos, los
chistes cómplices y algunos deseos y sentimientos compartidos que iban
surgiendo y que anunciaban que algo importante iba a suceder entre ellos dos. A
él le encantaba como ella ponía los morritos, sensuales, al beber del botellín.
Tras dar por terminada su prolongada estancia en la terraza del bar decidieron
dar un paseo por la avenida, cerca del mar. Pero aquella vuelta que empezaron con
un beso de tornillo y prosiguieron cogidos de la mano pronto iba a tornarse en
un pequeño desatino. Los problemas de Víctor con su ex con sus niñas por medio,
las dudas de Sandra sobre la persistencia de sentimientos hacia su ex marido
pese a las dificultades que este le ponía incluido en todo lo tocante a la
manutención de su hijo…y al final, las dudas sobre si los dos deseaban seguir
adelante con eso que ni tan siquiera había empezado. Eran ya casi las siete de
la tarde y parecía que la cosa iba
terminar de un momento a otro. Habían llegado junto a la playa, en donde los
bañistas apuraban la última recta de una jornada veraniega. Junto a la
barandilla de piedra que separaba el paseo del arenal, Sandra pronunció unas
palabras dichas por ella en alguna que otra ocasión anterior a otra persona:
- Será mejor dejarlo por el momento
y darnos un tiempo.
- Puede que tengas razón…pero esto
no tiene por que ser tan complicado- contestó Víctor
Tras una pausa, Sandra dijo:
- Si…puede que no sea tan
complicado, igual podemos conocernos aún mejor, pero mira lo dejamos, al menos
por hoy. Si quieres nos vemos mañana y hablamos un poco más a fondo.
Los dos en realidad sabían que
tenían miedo, ese miedo que se siente cuando en un momento de la vida se anda
desorientado y sin las referencias que antes se poseían. Tenían problemas, pero
esos problemas tenían solución, y los dos lo sabían. La solución, entre otros
medios, podía estar en la otra persona que acababan de conocer. Malditos
obstáculos, si es que una vez los hubo.
Estaban ante la parte mas oriental
de la playa con el sol queriendo descender. Esta se iba tornando pedregosa
hasta el límite de la arena con el paseo que a su vez desembocaba en un
acantilado, esa parte de la playa siempre estaba menos concurrida y por la
tarde casi desierta o completamente sin gente como en ese momento.
- Antes vamos a darnos un baño, si
te apetece- dijo Sandra.
Los dos bajaron a una arena sin
ningún ocupante. El agua del mar se iba tornando purpúrea. Tras meter los pies
se quitaron la ropa confiados en que nadie podía ver que no tenían bañador
puesto y que se quedaban en ropa interior. Pero ante la situación de parcial
ocultamiento con respecto a viandantes y bañistas (al menos eso parecía) Víctor
propuso quitarse también la ropa interior y quedarse desnudos. Así lo hicieron y
Víctor mostró a Sandra un cuerpo tal vez algo blanco para encontrarse en verano
y no muy falto de kilos pero con un torso más bien fornido y piernas musculosas
fruto de varias tardes en bicicleta. Víctor en un momento tuvo ante el un bello
cuerpo femenino, no perfecto ni nínfeo, pero sensual, delicado y proporcionado
con una piel morena que brillaba bajo el sol, pechos grandes y bellos y
hermosas nalgas respingonas. Ambos se dieron cuenta que compartían el hecho de
llevar tatuajes, él en el hombro y ella en la cadera, y el tener la zona
pélvica completamente blanca, cosa que no se podía decir de los senos de
Sandra, tostados sin duda por varias tardes de topless.
Se bañaron, pero el agua tenía una
temperatura que no invitaba a estar mucho tiempo. Se fueron hasta la parte del
acantilado, donde terminaba la playa. Allí se dieron un beso cuya duración
ellos no tan siquiera podrían precisar, se les hizo eterno y tan intenso que ya
no había ni tiempo ni espacio. Sobra la arena y no muy lejos de una zona pedregosa
que llevaba hasta unas grandes rocas los dos se sentaron. Víctor besó el cuello
dulce de Sandra mientras acariciaba su piel increíblemente suave. Los besos
subieron del cuello hasta la barbilla y después hasta el rostro. Víctor lamentó
no haberse afeitado aquella mañana ya que temía dañar el delicado cutis de la
chica, pero esta no dijo nada e iba buscando con su boca el rostro y los labios
de Víctor. Parecía que le gustaba la piel firme pero también suave de Víctor y
especialmente su cara, y a él le entusiasmaba la redonda carita de Sandra y lo
delicada que era al besarla, especialmente sobre sus pómulos redondos y sus
hoyuelos.
Sandra mientras tanto con la mano
buscaba la entrepierna del chico, cuyo miembro estaba ya como un garrote.
Víctor sintió como la mano de su chica le acariciaba sus huevos depilados y
termino agarrándole el pene mientras el comenzó a besarle con frenesí las tetas
de puntiagudos pezones casi negros. Víctor agarró con fuerza los glúteos de la
joven y se dio media vuelta con ella sujeta para ponerla sentada sobre el. Un
ligero empujoncito basto para que el sexo depilado de Sandra se abriese y
devorase el pene de Víctor. Comenzó entonces por fin la danza ritual, con un
primer acto de mujer sobre hombre. El le iba agarrando de la cadera para
facilitar que el cálido horno de la chica le poseyese en intervalos de tiempo
mas cortos mientras observaba su bonito cuerpo saltar y contornarse sobre el.
Le encantaba ver como los pechos de Sandra saltaban, se tensaban y sus pezones
se hacían cada vez más duros. Cambiaron de posición y esta vez era Víctor quien debía entrar en la fortaleza
de Sandra, él se volvía loco con su piel caliente y el ardor de sus muslos,
ella con su pecho sobre el suyo sintiendo su sudor y el ariete incandescente e
incesante que iba encendiendo su interior. Ambos trataban de contener gritos y
gemidos, ocultos junto a una roca, para evitar ser descubiertos, pero la luz de
sol cada vez más menguante era su alidada. Afortunadamente, aquello que pretendieron
empezar hacía unas pocas horas no iba a terminar, ese momento era una de las
razones por las que uno nunca quiere abandonar un barco que acaba de zarpar en
un crucero de lujo aunque no haya seguridad absoluta de que por muy bonito que
sea el viaje y por muy bien que este el barco se vaya a disfrutar del viaje. Esos
momentos, como aquel que estaban viviendo, era al respuesta a muchas de sus
dudas. Estaba claro, iba a merecer la pena.
Sus cuerpos estaban llenos de sudor
y arena, pero no les molestaba. La falta de protección adecuada hizo que Víctor
no retuviese su polla hasta el momento preciso dentro de la vagina de Sandra,
en un momento dado ya estaba en las manos de ella y de allí en su boca. Él
sintió la enorme calidez de los labios de su chica- aquellos que antes hicieron
la felación al botellín- y ella no
pensaba en nada más que aquella cosa caliente estallase por fin. Y ocurrió,
claro. Se limpiaron y lavaron como pudieron con el agua que quedaba en el
botellín que Sandra llevaba en su bolsa, pedido en el bar horas antes; se
abrazaron y se dieron un beso. Contemplaron el atardecer desnudos durante un
rato y poco después ya estaban de nuevo vestidos rumbo al paseo.
Acordaron verse el día siguiente.
Merecía la pena luchar por que las cosas que cada uno tenían pendientes se
fuesen arreglando, ante ellos había ya un futuro que era común y esperanzador. Compartieron
la poca agua que quedaba ya en el botellín y una vez vacío lo arrojaron a un
contenedor. De los de reciclaje, por supuesto.
Bueno, nada nuevo... Las cosas marchan mientras la jodienda (buena) funciona, por el mismo motivo por el que se acaba lo anterior, precisamente porque la jodienda ya no es buena si es que lo fue en algún momento. Bocas y lenguas nuevas, nuevos olores y tactos, cálidas humedades y penes como rocas debido a la novedad. Hay que escoger entre olvidarse del sexo para siempre y sacar adelante a una célula familiar o revolcarse tanto tiempo como se pueda en el adolescente disfrute de los genitales, caiga quien caiga...
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