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Empezamos
el año con buen cine y con unos hermanos Coen que recuperan su mejor pulso con
uno de los mejores filmes de su carrera, el mejor desde El Hombre que Nunca Estuvo Allí
(2001). Joel y Ethan vuelven a apostar por una historia original escrita por
ellos en lugar de hacer remakes o adaptaciones literarias como en No es País para Viejos (2007) o Valor de Ley (2010) que pese a darles excelentes resultados en los últimos años aún
hacían añorar aquel tono iconoclasta, cinéfilo y genial de filmes tan variados
como Muerte entre las Flores, Barton Fink, Fargo o El Gran Lewobsky,
unos filmes que crearon escuela. Pues bien, en esta ocasión los Coen vuelven a no hacer apenas concesiones a la
comercialidad con una película que recupera aquel aliento independiente de sus
mejores filmes y la amargura tragicómica marca de la casa en el límite entre la
comedia costumbrista y el drama mas desgarrado. Ambientada a principios de los
60- la verdad es que los Coen se lucen como pocos cineastas cuando recurren al
pasado más inmediato con una ambientación y atmósfera que parece que nos
transporta cual máquina del tiempo- Inside
Llewyn Davies es un excelente drama costumbrista con la música como
omnipresente telón de fondo y que rinde homenaje a aquel mundillo singular en
los EEUU de finales de los 50 y principios de los 60 que fue el Greenwich
Village de Nueva York, el barrio donde se gestó el movimiento folk que encumbró
a Joan Baez, Phil Ochs, Tim Buckey, Tom Paxton y por supuesto, Bob Dylan y en
donde los universitarios y beatniks trazaron el mapa conceptual de la primera
generación de la contracultura contestataria norteamericana que florecería a lo
largo de la década de los 60. El personaje central Llewyn Davis, excelentemente
interpretado por un nombre a tener en cuenta como es Oscar Isaacs, es un
cantautor folk que trata de iniciar su carrera en solitario a comienzos de los
60 tras pertenecer a un dúo tipo Simon & Garfunkel, pero lastrado por su
precaria situación económica, los problemas con su exnovia y sus dudas y falta
de autodefinición personal no logra hacerse con un nombre dentro de la
incipiente escena folk discográfica. Encuentros y desencuentros con mecenas,
colegas músicos, familiares y extraños que irrumpen por sorpresa pululan en su
desordenada existencia, fiel reflejo de muchos artistas bohemios americanos en
aquella época. Pero la película no se queda en la crónica generacional de los
folksters del Greenwich sino que bucea en el drama personal para mostrar como
un caos intelectual y situacional a veces absurdo e inmerecido y casi siempre
encontrado al azar actúa de frustrante impedimento no solo para los logros personales
sino para cualquier fin noble. Davies, cantautor barbudo de origen italiano,
judío y galés trata de representar al nuevo americano de los 60 idealista pero
topado de bruces y noqueado con una realidad que le venció. Una especie de
trasunto adulto del Charlie Brown del cómic que enseguida se hace con un hueco
en el corazón del espectador en medio de una historia sugerente y minimalista
con un tono de modesta epopeya contemporánea.
A lo largo del filme contemplamos muchos rasgos
característicos del cine de los Coen: personajes (equívocamente) extraños y
casuales, momentos anecdóticos bien insertados, gotitas de comedia en medio de
un drama descarnado o simbolismo metafórico en entornos cotidianos, como ese
gato que recorre la película en momentos clave. Una buena banda sonora con
algunas canciones originales interpretadas por el propio Isaacs (algunas pseudo
versiones de temas ya existentes) tratan de ilustrar el estado anímico e
inquietudes de los protagonistas con homenajes a Peter, Paul & Mary, The Clancy
Brothers o Kenny Rogers de la mano de trasuntos de estos intérpretes además de
la propia (lejana) inspiración del personaje de Llewyn Davis, el oscuro
cantautor Dave Van Ronk. Merecen
destacarse el fragmento durante el cual la película se torna en road movie y
que supone un inteligente homenaje al Jack Kerouak de On the Road y a todo el rollo beat de Kerouak y Allen Gisnberg (con intervención de John
Goodman, un fetiche para los Coen) y los instantes finales con el encuentro del
protagonista con su meta y todo lo que viene después en una parábola sobre el
fracaso y el eterno retorno. Un nuevo
acierto de estos dos hermanos de Minnesota, unos de los mejores cineastas de
los últimos 30 años.
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