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Menos
mal que todavía existen cineastas que se atreven con retos que van más allá del
cine como objeto de consumo y que aún confían en las posibilidades artísticas y
comunicativas del cine. Que surjan obras como Boyhood es una buena señal y una excelente noticia para amantes del
sétimo arte ya que este filme es, sine xageración, todo un regalo. Richard
Lilnklater, director independiente que en su filmografía cuenta con films casi
de culto como la trilogía de Antes de…
protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy o Fast Food Nation además de algún desliz comercial, ha dedicado doce
años para rodar y producir este inusual filme en realidad solo con 39 días de
rodaje. Un curioso ejercicio experimental con el tiempo y su transcurso como
base, consistente en registrar el paso temporal vivido por los actores
protagonistas del filme para trasladarlo al de los personajes que interpretan.
Y como sujeto central del “experimento” un niño de 6 años que Linklater eligió
como protagonista de esta historia en un filme que iría contando
(ficticiamente) su infancia, pubertad, adolescencia y primera juventud hasta
los 18 años con todos los cambios personales, psicológicos y comportamentales
del personaje de Mason al que ha dado vida durante 12 años en periodos de
rodaje de una semana anual Ellar Coltrane, cuyo desarrollo y maduración han
sido captados durante las cámaras durante ese periodo de tiempo, permitiendo
lógicamente a Richard Linklater meterse sin problemas en varios proyectos en
ese tiempo. Parte de una vida a casi “a tiempo real” es lo que cuenta esta
película, una historia que en otros filmes no tendría casi trascendencia pero
que aquí con esa fascinante mixtura entre el lenguaje intrínseco (que no
formal) de la filmación doméstica, el falso documental, el psicodrama y el
espíritu del diario de un niño o adolescente, resulta bello y deslumbrante.
La
vida en el estado de Texas del pequeño Mason arranca en 2001 siendo un niño de
6 años animoso pese a no vivir una situación familiar ideal debido a sus padres
divorciados y concluye con un Mason dispuesto a entrar en la universidad con un
intenso bagaje vital aprendido durante su infancia y adolescencia que la
película ha mostrado con claridad y minuciosidad y que incluye decepciones,
situaciones familiares tensas, desengaños sentimentales o cambios de domicilio
y colegio. Todo la historia, sencilla e identificable, se va agrandando por
momentos gracias a la autenticidad que muestran todas y cada una de las
situaciones que año tras año viven sus protagonistas, cambios, cambios y más
cambios que vienen a decir a través del personaje del niño y adolescente Mason
que la vida es un continuo proceso de adaptación sobre todo para aquellos que
como él, han empezado a vivirla. Alrededor del protagonista, los demás
personajes también aprenden a asumir los cambios durante esos 12 años (y no
solo los físicos, que también observamos) como la madre de Mason, interpretada
por Patricia Arquette, una mujer en continua búsqueda de la pareja ideal que
casi siempre termina en decepción pero con un amor inmenso con por sus hijos
que guía todas y cada una de sus acciones, el padre ausente (Ethan Hawke) que
se resiste a ser el progenitor con quien los chavales pasan temporadas de
diversión y caprichos y trata de aleccionar a sus vástagos por medio de las
decepciones que la vida le ha ocasionado, y Samantha, la hermana mayor (Lorelei
Linklater, hija del director) otra muestra de la evolución temporal desde la
niña estudiosa del principio a la joven adulta algo desengañada pero algo
optimista del final.
Pese
a la dificultad que ha entrañado el rodaje de este filme (presumiblemente,
sobre todo en ajustar el guión año tras año cuando se retomaba la filmación) no
hay nada que chirríe ni ningún fallo en el transcurso de la historia, todo está
finamente hilado. Se ha acertado introduciendo diálogos sobre temas de
actualidad del año en cuestión o acontecimientos de las diferentes etapas, como
la campaña presidencial de Obama en 2008 o la mediática publicación de uno de
los últimos libros de Harry Potter. Además, temas musicales de alguno de los
años (la película comienza con uno de los temas más definitorios de 2001, Yellow de Coldplay) -además de algún
oldie más antiguo y temas más recientes como el precioso Hero del grupo Family of the Year- refuerzan el carácter de
“realidad ficticia” de este estupendo espectáculo cinematográfico sazonado de
emoción contenida nada histriónica y bien administrada, dama crudo y duro como
la vida misma, momentos de sonrisa con inteligentes insertos de comedia
costumbrista y una sensación de estar contemplando algo único en una pantalla. En
los momentos finales del filme, es cuando comprendemos el significado de esta
película y el por qué la mayor parte de sus participantes se han tomado la
molestia de trabajar en el durante más de diez años. De momento, la mejor
película del año, un filme que todo amante al cine debería ver.
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