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El
absurdo de la guerra y su efecto devastador en el ser humano. Este es el
mensaje que transmite esta estupenda película estonia nominada al Oscar 2014 a la mejor película
extranjera y que además constituye una insólita muestra de una cinematografía
desconocida fuera de su país, la de Estonia (aunque con participación
georgiana). Una curiosa mezcla de drama intimista y cine bélico visto desde
otra perspectiva, la de sus protagonistas fuera del entorno bélico propiamente
dicho en un paréntesis-aparte de vivencias y sentimientos en la cotidianidad. Pero Mandarinas
no es una película de guerra, es un drama humanista visto desde la perspectiva
de su personaje central, un sencillo y maduro carpintero fabricante de cajas de
madera para mandarinas que en su condición de miembro de la minoría estonia en la Georgia de principios de
los 90 y por lo tanto de extranjero y parte neutral observa con tristeza y
desconcierto los desastres y calamidades convivenciales del comienzo de la guerra
civil de Georgia que enfrentó a los georgianos y a los chechenos de Abjasia,
mientras que terrible dicha situación atraviesa su drama personal. En Abjasia
es donde vive Ivo (Lembit Ulfsak), nuestro protagonista retirado en
pleno bosque en una vivienda unifamiliar cercana a donde vive su compatriota
estonio y amigo Margus, dedicado al cultivo de mandarineros, con el que
comparte el desarraigo del refugiado. Testigos de algunas escaramuzas y
combates de la guerra que se suceden delante de sus viviendas, ambos hombres
aceptan el hecho de que dos soldados heridos cada uno de un bando diferente
descansen en al casa de Ivo para recuperarse de sus heridas tras salvarles.
Naturalmente, la coincidencia en un espacio tan pequeño de un belicoso y
autoritario chechenio y un más tranquilo pero inquinoso georgiano que se odian
literalmente a muerte no será ningún camino de rosas.
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