***y
1/2
Era
lógico que en una época en la que el cine está demostrando estar enormemente
falto de creatividad y en donde la mayor parte de los estrenos destinados a ser
blockbusters (reales o potenciales) son remakes, reimaginaciones, secuelas,
precuelas o remixes de filmes de éxito/culto preexistentes (y la mayoría de
estas revisiones, bastante deficientes), el anuncio de un nuevo capítulo de la
mítica saga futurista Mad Max fuese
recibido con escepticismo y bastante desconfianza por parte de los seguidores
de la saga y de los fans del cine fantástico. El hecho de que el creador de
aquella trilogía que revolucionó el cine de acción y la ciencia ficción
cinematográfica en los años 80, George Miller, fuese el responsable de esta
nueva aproximación al mito de Mad Max era hasta cierto punto tranquilizador y
visto el resultado final se puede decir con toda convicción que el veterano
realizador australiano ha conseguido en este Mad Max:Fury Road, una película de acción y fantástica con
personalidad propia más allá de aquellos tres filmes que entre 1979 y 1985
hicieron flipar a muchos espectadores con su estética bizarra y su excéntrica y
adrenalinítica puesta en escena y lanzaron internacionalmente a un joven actor
llamado Mel Gibson. No se trata de ninguna secuela de los anteriores filmes, ni
es tampoco un remake propiamente dicho de ninguno de ellos- aunque estoe s algo
matizable, como luego indicaremos- y tampoco es un mero pastiche-homenaje
fácil. Se trata de una digamos reinvención y reseteo del universo Mad Max con
nuevos personajes -aunque su protagonista, Max Rockatansky aún permanece,
claro-, más medios técnicos y un nuevo argumento, pero con el mismo espíritu de
aquellos filmes ochenteros australianos en donde se nos presentaban unas
violentas historias con total inspiración western (clara influencia de Sergio
Leone) trasladadas a un horrible futuro distópico repletas de personajes visual
y comportamentalmente excéntricos (locos, tullidos, deformes, enfermos)
formando una anti-sociedad caótica, destructiva, tribal y primitiva en donde la
supervivencia parece el único objetivo envuelta en vestuarios y looks atemporales y transculturales, vehículos
motorizados imposibles y acción y violencia sádica. Elementos todos estos que
aparecen en este nuevo filme con un tamiz estético más contemporáneo y bastante
sublimados merced a un presupuesto más generoso y a mejores y más modernos
efectos especiales, pero sobre todo a la madurez e inteligencia de Mr. Miller que
ha sabido resituar como dios manda a su más recordada creación cinematográfica
en la imaginación del siglo XXI.
El
británico Tom Hardy (Drive) hereda el
papel que le diera fama a Mel Gibson, el de Max Rockatansky, un ex policía
convertido en héroe accidental tras un Apocalipsis mundial en donde todo tipo
de energía ha desaparecido por completo, aunque en realidad en este filme Max
comparte protagonismo con Imperator Furiosa, una heroína manca, decidida y
belicosa a la que da vida una sorprendente Charlize Theron. Ambos son los
puntales de una historia en la que George Miller ha tomado como clara
referencia la segunda entrega del Mad Max clásico Mad Max 2: El guerrero de la carretera (1981), un filme que ya
difería en su planteamiento bastante con respecto a Mad Max. Salvajes de la autopista (1979) ya que se pasaba de un
futuro en crisis energética y trufado de ultraviolencia gratuita a otro donde sencillamente el hombre había
entrado en estado salvaje y cuasiprimitivo con una hecatombe nuclear por medio;
no tratándose de un remake de aquel Mad Max 2 sino de una reinvención de sus
elementos más significativos. En pleno desierto australiano, el viejo tirano
enmascarado Inmortan Joe (Hugh Keays-Byrne, quien curiosamente fue el villano
del Mad Max de 1979) rige una sociedad similar a un gigantesco hormiguero o
colmena con una multitudinaria casta de acólitos -soldados (casi todos hijos
suyos), reproductoras, extractoras de leche, exploradores- que se encuentra por
encima de unos habitantes famélicos que acceden limitadamente al suministro de
agua que él controla y diferentes prisioneros y esclavos destinados a ser
literalmente explotados. Rockatansky- el personaje difiere algo en su
planteamiento del que encarnó Gibson- , del que poco conocemos salvo que una vez
fracasó en su propósito de salvar a seres queridos, huye de su destino como
suministrador de sangre para transfusiones destinadas a Inmortan Joe y su
séquito cruzándose con otra fugitiva, Imperator Furiosa, una exploradora al
servicio de Inmortan Joe que desobedece una importante misión y huye con un
grupo de mujeres jóvenes destinadas a dar a luz a los descendientes del tirano
en busca de una mítica tierra prometida para desertores. A partir de ese
momento el espíritu del western y la road movie se adueñan de la función con un
espectáculo visual de primera magnitud en donde se corrige y aumenta todo el
universo Mad Max de los 80 y sin caer en el autohomenaje complaciente (aunque
las referencias a momentos y personajes de los tres filmes anteriores son constantes)
ni en la repetición. Muy buenas escenas de acción motorizada de fuerte impacto
visual- la fotografía de John Seale es grandiosa- y una puesta en acción
grandiosa reforzada por cierto regusto poético en las imágenes y en la
milimetrada coreografía del conjunto. Tal vez algunas escenas de acción
resultan demasiado largas y la falta de diálogos lleven a muchos espectadores
al hastío o al desconcierto, pero Miller sabe manejar tan aparatosa material
con soltura y profesionalidad y es capaz hasta de dar cierto aliento dramático
épico shakespeariano a una película de acción desatada y persecuciones deudoras
de los dibujos animados y del cine mudo de coches destrozados y de tornar una
historia potencialmente cargada de testosterona en un alegato feminista que de
paso viene a reivindicar e reivindicar un poliédrico rol de la mujer en el cine
de acción. Y todo ello, dicho sea de paso con efectos especiales en su mayoría
tradicionales (maquetas, prótesis, explosiones reales) Bienvenido de nuevo Mad
Max a las salas de cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario