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El cine argentino con mayores pretensiones lleva
camino de identificarse irremediablemente con Ricardo Darín. Esto no tiene por
que ser necesariamente muy buena señal para la industria cinematográfica de ese
país ya que así parece depender en demasía del concurso de un actor que por
otro lado nunca defrauda en sus interpretaciones. Sea como fuere, este filme
esta claro que aspira a ser algo más que otra película de Ricardo Darín y en
ese sentido aquí se nota la mano maestra de un director que busca claramente
que el cine argentino esté a la altura del mejor cine de todo el mundo:
Santiago Mitre, responsable de dos de los últimos grandes aciertos de la
cinematografía de su país como son El estudiante (2011) y La patota (aka Paulina)
(2015), ha acertado con este curioso thriller político-psicológico lleno de
enigmas y que en un momento dado parece convertirse en un filme fantástico pero
sin que se llegue plenamente a tal situación.
Con un planteamiento de salida en clave de
política-ficción la película se estructura principalmente como una crítica a la
corrupción pública y las miserias de las políticas en Iberoamérica y la difícil
relación entre todos esos países, “hermanos” en teoría pero cada uno con sus
propios intereses en medio de una situación económica y política mundial en la
que a ellos les toca cargar con toda la mierda en todos los sentidos producida por el hemisferio norte y por sus
propias contradicciones y deficiencias como países. Una conferencia de
presidentes sudamericanos (y de México) en un apartado hotel en medio de los
nevados andes chilenos es el escenario en el que vemos moverse al presidente
argentino Hernán Blanco (Darín, excelente como de costumbre), dispuesto a
formar parte de una alianza petrolífera hispanoamericana siempre que converja
con los intereses de su país y no dé demasiada ventaja a otros estados. Pero al
mismo tiempo el gobierno argentino recibe un inquietante chantaje personal por
parte del ex yerno de Blanco mientras que Marina (Dolores Fonzi), la hija del
presidente, llega sorpresivamente al hotel y no tarda en experimentar un
desconcertante episodio de desequilibrio mental. Así, Hernán Blanco se verá
envuelto en dos importantes dilemas: por un lado uno personal concerniente a su
hija, su inquietante cambio de
comportamiento y las amenazas de su ex marido y por otro lado un enrevesado y
maquiavélico juego de negociaciones político. Es esta como se ve una historia
esquizofrénica con un enrevesado componente psicológico de carácter casi
paranormal - en donde la hipnosis, muy bien tratada en este filme, juega un
papel fundamental- y una intriga política más bien metafórica y gélida (como el
entorno donde nos situamos), con una resolución desconcertante que tal vez encuentra
su explicación en una línea de diálogo del filme (en donde se habla
precisamente de la metáfora). Lo mejor de todo es que las dos historias sin
llegar a fusionarse debidamente se llegan a tocar de soslayo en no pocos
momentos provocando la sensación de que estamos ante un relato tan engañoso
como interesante en el que solo mediante los códigos del cine fantástico
podamos hallar una explicación de lo que hemos visto. Con influencias del
thriller nórdico o el Kubrick más retorcido y apostando por la estilística del
cine europeo, La Cordillera, es una
película inusual y extraña que triunfa en su propósito de mostrar las
consecuencias de la ambición política en la corrupción moral de una manera dual
y descarnada por medio de un personaje muy complejo como es este presidente
argentino que encarna Ricardo Darín. Un buen reparto internacional panamericano
en donde interviene Daniel Jiménez Cacho como un presidente mexicano bastante
sibilino además del mismísimo Cristian Slater como un emisario del gobierno USA
con una mefistofélica propuesta, tan empaque a una película que generará
división de opiniones pero que resulta enormemente fascinante.
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