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Son contadas las ocasiones en los últimos tiempos en
las que los aficionados al cine pueden ver algo diferente y más o menos
revolucionario y con Living Vincent
hay una ocasión de degustar una película que demás de ser un biopic esforzado y
sugerente (con la ventaja creativa que supone el hecho de poder fantasear sobre
algunos aspectos) es estéticamente algo innovador y con un sentido artístico
que desde luego que se hecha en falta demasiado en el cine de hoy. Esta
insólita coproducción entre Polonia y el Reino Unido nos cuenta los últimos
días del genial Vincent Van Gogh (1853-1890), un pintor cuya tormentosa y muy
cinematográfica vida ya ha sido objeto de otros filmes, algunos tan
emblemáticos como El Loco del Pelo Rojo
(1956), utilizando el recurso de la animación con rotoscopio- dibujo “calcado”
sobre fotogramas de imagen real- una técnica tan antigua como el cine animado
mismo pero con la peculariedad de que un grupo de 125 artistas han pintado en
óleo a mano los fotogramas utilizando el característico estilo pictórico del
holandés consiguiendo así una especie de cuadro de Van Gogh animado que nos va
contando una historia, la del pintor, recreando además en imágenes y secuencias
determinadas algunas de las obras más conocidas del arista: Campo de trigo con cuervos, El doctor Paul Gachet, La iglesia de Avers-Sur-Osie, El Zuavo, Anciano afligido, La Noche Estrellada
y muchos otros más. Dos relativamente recien llegados, la polaca Dorota Kobiela
y el británico Hugh Welchman son los directores responsables de este reto cinematográfico que eleva el cine
de animación a unas altas e innovadoras
cotas declarando además su amor
por el arte y más concretamente por la obra y vida de Vincent Van Gogh con este
casi perfecto y honesto homenaje utilizando magistralmente todos los recursos
de imagen y de narración que el medio cinematográfico puede ofrecer en esta
ocasión aliado casi simbióticamente con el arte de la pintura, consiguiendo un
ejercicio de meta-cine y de meta-narración fascinante.
Lo que se nos cuenta son los últimos años de la vida
de Van Gogh, centrándose especialmente en sus últimos y enigmáticos días en
Auvers (Francia) que terminaron en un aparente suicidio. El hilo conductor y en
cierto modo coprotagonista de la historia es el joven Armand Roulin (Douglas
Booth) el hijo del cartero Joseph Roulin (Chis O´Dowd) - miembros de la celebre
familia inmortalizada por los pinceles de Vincent- quien una año después de la
muerte del pintor parte de mala gana desde Arles a París para entregar una
carta de Van Gogh (Robert Gulaczyck) a su hermano Theo (Cezary Lukaszevicz), pero este también ha
fallecido, por lo que al final dirigirá sus pasos a Avers-Sur-Osie el último
lugar donde vivió Van Gogh para contactar con el que fuera su amigo y galeno el
Dr. Gachet (Jerome Flynn) con el fin de que este le aclare todo lo ocurrido con
el artista. Mientras Armand emprende una investigación casi detectivesca en la
localidad que vio morir a Vincent entrevistándose con conocidos, las imágenes
sobre la vida y los últimos días del pintor se suceden -en esta ocasión con
rotoscopio en blanco y negro sin utilizar la pintura vangoghiana- consiguiendo
una trama ágil y muy interesante adornada con un notable carácter simbólico y
manierista reflejado en la recreación de los cuadros del pintor y ligado a este
cierto aliento poético consiguiendo una gran emotividad de al que no es ajena
la intensidad dramática de la historia y el carácter del pintor, un hombre
siempre al borde de la obsesión y el colapso mental que sencillamente buscaba
hallar la realización personal por medio del arte, algo que su carácter
inestable y atormentado se lo impedía.
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