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Disney sigue ahí venga y dale con las adaptaciones a
imagen real de su inagotable catálogo de clásicos universales de la animación,
una jugada que además de la estrategia mercadotécnica que la ha generado
demuestra tanto falta de ideas originales como una voluntad de
autohomenajearse, algo perfectamente legítimo para la compañía pero que empieza
a ser cansino. Esta vez le ha tocado el turno a un clásico de los primeros años
de los largometrajes (principios de los 40) como es Dumbo una entrañable historia de superación y aceptación al
diferente que viene ni pintada en los tiempos que vivimos y que tampoco
desentona nada en la filmografía del director elegido, Tim Burton, quien repite
para Disney después de su peculiar pastiche de Alicia en el país de las Maravillas (2013) y vuelve al tema de los
personajes con peculariedades incomprendidos y marginados. Hay que decir que
aquí Burton no se toma las libertades del filme de Alicia y aunque ofrece una versión más o menos libre con respecto a
aquel filme de 1941, el espíritu inocente del Dumbo original, aquel pequeño
elefante blanco de burlas por sus largas orejas que conseguía volar gracias a
ellas, se respira por los cuatro costados aunque la historia esta
significativamente alterada y puesta al día en cuanto a su mensaje y con un
enfoque menos fantasioso y en cierto modo más adulto que aquel filme basado en una
cuento para niños escrito por Helen Aberson-Mayer que nunca fue publicado
aunque consiguió ser vendido a Disney en 1939.
Aunque como película de entretenimiento dirigida
principalmente al público infantil y no exenta de chicha y de buen cine Dumbo cumple perfectamente las
expectativas, no consigue ser una película con verdadero relieve dentro de sus
pretensiones ni tampoco se nota mucho la mano maestra de un Tim Burton que
desde hace bastantes años ya no es el mismo, no obstante esto no impide que
estemos ante una película entrañable en el más puro estilo Disney con bastantes
mas matices que la historia original y sobre todo un acabado formal una vez más
de chapó tal y como se espera de Burton, en el que juegan un papel fundamental
una fotografía muy vintage (la historia se desarrolla en los años 10) y con
enorme encanto obra de Ben Davies, una escenografía y unos efectos visuales
espectaculares (los vuelos de Dumbo no defraudan, de veras), y una estupenda
partitura a cargo, como no, del gran Danny Elfman. Este nuevo Dumbo,
excelentemente creado por odenador (como todo el resto animales del film)
consiguiendo una imagen enternecedora pero poco creíble, sigue siendo un
elefantito despreciado por personal y público del circo donde trabaja y cuya
inesperada habilidad consigue redimirle, pero ahora el mensaje varía: donde
antes se rendía culto al éxito fácil (que en esta versión se critica con
decisión) ahora se ensalza el triunfo de la fidelidad en los ideales y el valor
del respeto a personas (y animales), manteniendo la oda a la amistad y al amor
maternofilial de la película original. Nuevos personajes en esta adaptación
firmada por Eheren Kruger irrumpen con significación, como son los niños
hermanos Milly (Nico Parker) y Joe Farrier (Finley Hobbins) los mejores amigos
de Dumbo hijos del artista circense lisiado Holt Farrier (Colin Farrell), otro
personaje que encontrará su redención, el director del Circo Max Medici (Danny
de Vito), el codicioso empresario V.A Vandevere (Michjael Keaton), quien
curiosamente dirige un complejo recreativo que parece el reverso tenebroso de
Disneyland o la altiva pero noble trapecista Colette Marchand (Eva Green). Ya no
hay ningún ratón parlante (aunque se le homenajea) y ni asomo de aquellos
cuervos afroamericanos y el final de la película es políticamente correcto
aunque eso si más logrado que en el filme original. Y es que los tiempos
cambian hasta para historias de toda la vida.
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