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Un biopic no al uso que pese a altibajos varios
termina siendo un filme sólido y curioso. Una figura tan singular y extraña
como el dibujante e inventor Louis Wain (1860-1939) famoso por sus cuadros e
ilustraciones de gatos antropomorfos con una existencia marcada por el
infortunio y la enfermedad mental merecía una película con el mismo punto excéntrico
y marciano de su protagonista si aspiraba a ser más que una simple biografía:
en ese sentido el trabajo del director Will Sharpe cumple con esfuerzo y originalidad
aunque no se haya logrado ninguna obra maestra. Una historia contada a modo de
fábula con imágenes que tratan con esmero de ser arty (imitando el estilo pictórico
de Wain), puesta en escena manierista y metafórica con unas épocas victoriana y
eduardiana retratadas entre el rigor y lo fantasioso, construcción de algunas situaciones
al borde de lo onírico para ilustrar el complejo y excéntrico panorama mental
de Wain y un recurso a un humor inglés al estilo clásico con ecos de Lewis Carroll
y, por que no, Terry Gillian / Monty Python. Es decir, ingredientes convincentes
y deliciosos, que funcionan con tino la mayor de las veces pero en otras se tiende a la
reiteración y a callejones sin salida narrativos. Es podoble, por otro lado,
que la película hubiese sido muy otra sin la participación de se gran actor que
es Benedict Cumberbatch quien logra una desgarrada y poderosa interpretación de
un carácter complejo y esquivo con momento dramáticos verdaderamente memorables
especialmente los que muestran el
deterioro mental de Wain en sus últimos años. Un ser marcado por traumas de su
infancia y por su temprana condición de padre de familia tras la muerte de su
progenitor para sacar adelante a cinco hermanas que permanecieron solteras que
gracias a su férreo tesón y apoyado en sus excéntricos intereses por los gatos
y por la energía eléctrica -elementos que le daban fuerza vital- consiguió una
respetabilidad en el mundo de la cultura británica a finales del XIX pese a que
la tragedia marcaría su vida una y otra vez.
Conviene desprenderse de prejuicios para disfrutar de este filme; hay que saber que nos hayamos ante un filme que tampoco se toma estrictamente en serio a si mismo como biografía y que requiere en todo momento la complicidad del espectador para empatizar con el personaje de Wain y cosas como su obsesión gatuna plasmada en sus dibujos e ilustraciones. En ese sentido el trabajo de Cumberbatch es en gran medida responsable de que la película avance convincentemente pese a algunas irregularidades y que al final podamos decir que hemos visto una historia agradable y emotiva aún con sus elementos más dramáticos o incluso tragicómicos.
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