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Triunfadora en el Festival de Málaga y con el Oso de
Plata de la Berlinale a la mejor interpretación protagonista para la debutante
de 8 años Sofía Otero, 20.000 Especies de
Abejas esta siendo la más agradable sorpresa del cine español en lo que
llevamos de año. Una historia basada en la mirada infantil dentro de un entorno
de adultos que pululan alrededor de los niños en un principio casi ajenos a su
visión del mundo o de alguna situación concreta es algo que bien tratado suele
devenir en un relato maravilloso y en eso como bien es sabido el mundo del cine
no ha sido ajeno: serían muchas las referencias pero si tuviésemos que
quedarnos con una como referencia más o menos inmediata a este filme ahí está El Espíritu de la Colmena (1973) de
Víctor Erice. En 20.000 Especies de
Abejas además de recurrir a la metáfora del mundo de estos insectos (y esta
vez no solamente en el título) no son pocas las concomitancias con aquella obra
maestra de los 70, empezando por el intimismo casi poético de la visión de una
niña, aunque aquí el elemento costumbrista tiene un papel mayor; pero lo más
importante es que este es un excelente filme con personalidad propia y que
además toca de forma muy convincente la situación y problemática de los niños y
niñas transgénero desde el antes comentado prisma lírico e intimista pero sin
despegar los pies del suelo.
El debut en el largo de Estíbaliz Urresola Solaguren
no ha podido ser mejor y confirma el momento de gracia en el que se encuentran
las realizadoras dentro del cine ibérico y también el extraordinario momento
del cine vasco. El guión firmado por la propia Urresola es inteligente,
deslumbrante y sólido no dejando prácticamente ninguna puntada sin hilo dentro
de un contexto realista y costumbrista presentado con un realismo exorbitante
que refuerza los momentos de mayor intensidad dramática, dispuestos en la
historia de manera muy meditada y siempre teniendo como epicentro a su pequeña
protagonista. Aitor junto con sus dos hermanos y su madre Ane (Patricia López
Arnaiz, una vez más excelente) pasa el verano en el pueblo de la madre de Ane (Itziar
Lazkano), pero lo que en un principio debiera ser un verano feliz no lo esta
siendo para él ya que no se siente niño: en realidad es una niña, que comienza
rechazando su nombre de nacimiento para ponerse primero el más neutro y ambiguo
Cocó y posteriormente el nombre por el que quiere que la llamen: Lucía.
Lógicamente no serán días fáciles para ella por la incomprensión de amigos,
vecinos e incluso de su propia abuela, que ve en ella una obra fracasada más de
su poco apreciada hija, una mujer también llena de dudas y
contradicciones. La apicultura, el arte
de la escultura en cera y todo lo relacionado con las abejas en general es un
elemento simbólico que sobrevuela el filme y que tiene en el personaje de la
tía abuela, interpretada por Ane Gabarain, su catalizador.
Y obviamente hay que referirse al grandísimo trabajo interpretativo de Sofía Otero, quien borda su complicado papel (es una niña que interpreta a una niña que ha nacido con cuerpo de niño) y que consigue adueñarse con su encanto de la película irradiando la mezcla perfecta de inocencia, melancolía y miedo infantil con momentos dramáticamente casi perfectos.
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