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Fundidos en negro entre escena y escena. Escenas largas
filmadas en encuadre único. Cine dentro de cine. Si, esta es una película hecha
con recursos de cine de autor/artístico clásico y es que su director, Víctor
Erice, es un maestro del séptimo arte de 83 años con más de 50 de carrera que
con solo cuatro largometrajes en ese largo periodo ha demostrado ser uno de los
mejores cineastas españoles de la historia y que con este Cerrar los Ojos firma,
una vez más, otra obra maestra tras El
Espíritu de la Colmena (1973), El Sur
(1983) y El Sol del Membrillo (1992).
Resulta asombroso como el director vizcaino, ermitaño y poco dado a las apariciones
públicas, siempre consigue sorprender y después de tanto tiempo. Este filme
supone de nuevo un canto de amor al cine y a su relación con la vida real -
como también lo era El Espíritu de la
Colmena- y trata de ser además una
declaración vital del propio Víctor erice con una historia que se imbuye
decididamente en las entrañas de la creación cinematográfica y que tiene como
protagonistas precisamente a un director de cine, Miguel Garay (Manolo solo) y
a un actor Julio Arenas (José Coronado), ambos significativamente
retirados/desaparecidos de la vida pública en el momento que comienza la
historia. El espectáculo cinematográfico que con suma sencillez y por supuesto
maestría y oficio ofrece esta cinta es un regalo para los cinéfilos y por
supuesto para los admiradores de ese tipo de drama intimista tan de corte costumbrista
como poético que influyó decisivamente en el cine español a partir de la
segunda mita de los 70. Pero Cerrar los
Ojos es, por supuesto, más cosas.
Erice, que firma el guión junto con Michel Gaztambide,
utiliza de forma magistral los trampantojos metacinematográficos y su habilidad
narrativa para convertir una premisa típica de thriller en un drama psicológico
y humano muy sugerente y nada forzado en donde las identidades, el silencio, el
olvido, al huida la búsqueda de la felicidad son los temas principales. Con unas fascinantes
escenas iniciales que nos muestran la primera (y única conservada) secuencia del
último filme -ficticio, claro- que Garay
y Arenas rodaron juntos en 1992 poco antes de la misteriosa desaparición de
este último, nos situamos ante un prólogo que de alguna manera será la clave
del resto de la historia pese a que la premisa ficticia que plantea, propia de
una exótica historia de aventuras de Emilio Salgari o Robert Conrad y ambientada
en los años 50, no parezca en un primer momento tener demasiada relación con el
desconocido paradero de Julio Arenas, sobre el que su gran amigo Miguel Garay comenzará
en 2010 una afanosa búsqueda a instancias iniciales de un sensacionalista
programa televisivo. Esa búsqueda será todo un viaje interior para el maduro
Miguel, quien se reencontrará con dramas pasados y con aspectos que el desconocía
de Julio y de si mismo y que marcaron la existencia de ambos La catarsis final
está en un principio lejana de un final feliz para Miguel, pero todo podría cambiar
mediante ciertas ideas que el director pondrá en práctica.
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