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Los intentos por resucitar la saga The Exorcist (si es que alguna vez debió
serlo) en los últimos años, tanto en la televisión como ahora en el cine, simplemente
caen en el terreno del marketing y reducen a uno de los mejores títulos del
cine de terror de la historia del séptimo arte en una gallina de los huevos de
oro en donde se trata más de explotar la película como artefacto pop que
cualquier otra cosa. La película de 1973 dirigida por William Friedkin basada
en una novela de William Peter Blatty que el mismo adaptó ha sobrevivido y envejecido
más o menos bien pese a su premeditado efectismo, cosa que no se puede decir de
las que habían sido sus dos secuelas hasta el momento y de las dos precuelas paralelas, filmadas con
el mismo afán mitómano-rentabilizador que esta nueva secuela. Producida por
Blum House, empresa responsable del reboot de la saga Hallloween- otro título mítico
del terror de finales del siglo XX- , The
Exorcist Believer aunque se esfuerza por respetar el espíritu del filme original
con la aparición estelar de personajes de aquella como Chris McNeill, la inolvidable
y sufrida madre de la pequeña poseída Regan -de nuevo interpretada por la
nonagenaria pero todavía estupenda actriz Ellen Burstyn- y con una adaptación actualizada
algunas veces acertada y otras no tanto de aquellas terroríficas innovaciones formales
(imágenes subliminales, movimientos salvajes de cámara, maquillajes
truculentos, efectos sonoros turbadores), termina naufragando por su falta de
personalidad, su supeditación a los postulados más fáciles del terror efectista
actual y en definitiva por un desbarajuste global al querer contentar al mismo
tiempo a los seguidores de al película clásica como a los consumidores del
fantaterrorífico de hoy. Esta nueva entrega medio siglo después del filme
original, sin obviar buenos momentos y un guión con su intríngulis (en donde el
demonio poseedor ya no es Pazuzu), resulta estéril y nada novedosa. La dirección
de David Gordon Green, eso si es esforzada y voluntariosa tratando de hacer un
producto más o menos digno cuando se llegue a comparar con la fuente original, pero
a todas luces este nuevo Exorcista no
deja de ser un refrito de manual.
De nuevo nos encontramos con posesión diabólica a menores de edad, con al novedad que en este caso se trata de el endemoniamiento simultáneo de dos niñas, Angela Fielding (Lidya Jewett) hija de un padre viudo, Victor (Leslie Odom Jr.) educada agnósticamente y traumatizada por al ausencia de su madre fallecida al nacer ella, y su amiga Katherine (Olivia O´Neill) hija de un matrimonio de firmes creyentes baptistas: las dos jóvenes actrices realizan un estupendo (e inquietante, por supuesto) trabajo muy en la estela del que realizó en su momento Linda Blair e incluso con menos golpes de efecto, mientras que los intérpretes adultos se limitan a cumplir el expediente salvo tal vez una Ellen Burstyn que es la única que aporta clase y credibilidad a la historia con su conexión con la historia original. La matriarca McNeill ayudará a los padres de las criaturas a organizar un complejo exorcismo que incluirá ritos y exorcistas de diferentes religiones y que en la película trata de figurar como el su elemento culminante sin que al margen de lo previsible aporte nada épico ni memorable. Excelentes efectos visuales, si, momentos terroríficos bien conseguidos por la utilización de la sugestión más que de los explícito, también (esa si es una virtud del primer film bien asumida), pero da la perenne sensación de que estamos más bien ante un remake que una secuela en donde por supuesto no falta una recreación de los inolvidables pentagramas de los primeros compases de Tubular Bells de Mike Oldfield. Se anuncian dos secuelas posteriores más pero muy posiblemente no aportarán mucho más.
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