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Martin Scorsese no solo no ha hecho ningún filme malo
desde los comienzos de su carrera a finales de la década de los 60 del siglo XX
si no que todavía sigue firmando obras maestras, y como sabemos ya lleva unas
cuantas, muchas, en su filmografía. Aún cuenta con capacidad de sorprender no
pone reparos en tocar todo tipo de temas
y por que no en realizar denuncias históricas como la que lleva a cabo en este
magistral filme basado en la novela homónima de David Grann. Ambientado en las
décadas 1920-1930 el filme se zambulle la vergonzosa historia de los crímenes
de la Nación Osage en el condado Osage en Oklahoma, asesinatos perpetrados con
alevosía por ricos terratenientes blancos contra los aún más ricos miembros de
la comunidad indígena Osage con el fin de arrebatarles la fortuna y
posesiones que gracias al descubrimiento
y explotación de petróleo en sus tierras habían conseguido convirtiéndose en
los ciudadanos más acaudalados de EEUU. Un buen trasfondo para que Scorsese
puede explayarse en especialidades temáticas de su cine que le convirtieron en
leyenda: el papel de las mafias y el crimen organizado en la historia de EEUU,
retratos de antihéroes con conflictos internos de conciencia, la difuminación
de los límites entre lo correcto y lo incorrecto o el viaje de crecimiento y
cambio personal. En esta ocasión además Marty
matiza aún más lo a veces antropológico (y étnico) de su cine para ofrecer una
visión defensora del papel de los indígenas norteamericanos en el desarrollo de
la conciencia de su país al tiempo que da una lección magistral de cómo una
historia real (o una historia real novelada, como en este caso) puede
convertirse en una obra de autor gracias a una estupenda adaptación de guión,
firmada por el propio director y el gran libretista Roth (Forrest Gump, Munich o el
filme de Scorsese Infiltrados)
El neoyorquino vuelve a contar por sexta vez con
Leonardo DiCaprio como protagonista en
el papel de Ernest Burkhart, un botarate excombatiente en la Gran Guerra que
llega sin oficio ni beneficio a finales de los años 10 al condado de Osage para ponerse al servicio
de su codicioso tío, el ganadero y supuesto filántropo Henry King Hale, al que
da vida Robert De Niro, quien no trabajaba con Scorsese desde Casino en 1995 (por fin el actor fetiche
legendario del director coincide con su actual intérprete emblemático). Hale y
sus colaboradores en realidad están amasando fortuna gracias a las propiedades
petrolíferas con las que se quedan tras las supuestas muertes accidentales o
suicidios de sus anteriores propietarios, los indios Osage, los cuales gracias
a su riqueza conviven en aparente armonía con los ciudadanos blancos, han
adquirido costumbres del norteamericano blanco e incluso se mezclan familiarmente
con ellos gracias a matrimonios interraciales. Ernest, un delincuente
vocacional, participará de las maquinaciones de su tío para eliminar a la
población Osage, lo caul no impedirá que se enamore y case con una miembro de
dicha tribu, Molly (Lily Gladstone), el verdadero personaje central de la
película y cuyo devenir y destino marca el rumbo de la historia y todo el conflicto moral subyacente. Killers of the Flower Moon apuesta
decididamente por el drama psicológico - centrado en los personajes de Molly y
Ernest- pero sin renunciar ni mucho
menos al cine denuncia, al western
revisionista, al cine negro, el thriller
policial o a detalles pseudofantásticos desde un prisma poético inspirados en el acervo norteamerindio: son más de tres
horas de película y en todo ese metraje Scorsese se permite jugar con varios
recursos, ir cambiando géneros e intrincar la historia como solo él sabe.
Es posible que en sus compases finales -con el inevitable juicio de por medio- la película se torne algo más previsible, pero no se tarda mucho en sacar cartas sorpresa. Como de costumbre, Scorsese sabe sacar tajada de un reparto casi coral en donde Lily Gladstone destaca con su turbadora pero fascinante presencia como una mujer india en un drama interno en donde no sabe por donde salir pero que deja un mensaje claro de lealtad a su pueblo por encima de todo (y es que el tributo que este filme realiza a los indígenas es notorio y abrumador por su exuberante sugerencia). Di Caprio y De Niro, dos generaciones de Scorsese Boys, están a la altura de su valía - De Niro no obstante tal vez se mete en el pastiche de otros personajes suyos, como resulta habitual en los últimos tiempos- y también nos encontramos con Brendan Fraser, Jesse Plemons, Scott Sepherd,John Lithgow y varios competentes actores indígenas además de Gladstone, como lal veterana Tantoo Cardinal o Tatanka Means. Con 81 años Martin Scorsese sigue haciendo obras maestras, que gran noticia.
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