La Momia, el
escalofrío que vino de la antigüedad
Las momias, cadáveres conservados a lo largo de años y
siglos por diversas técnicas de embalsamamiento o preservación que mantienen
casi intactos (aunque con cierto deterioro) piel y otros órganos, son unos
elementos que desde luengo han provocado el espanto de la humanidad durante
toda la historia: muertos incorruptos y yacientes, algunos de miles de años que
aún están ahí de cuerpo presente, testigos eternos y mudos (porque “estarán”
eternamente) de la historia después de haber vivido en épocas tan remotas
como el antiguo Egipto o el imperio Inca.
Su aspecto, no obstante, dista casi siempre de ser ya humano, puesto que el
proceso de momificación unido al paso
del tiempo otorgó a estos difuntos reyes, militares, funcionarios, nobles,
monjes, artistas o sencillamente gente de a pie, apariencia monstruosa. Y ya se
sabe que en subconsciente humano, la monstruosidad lleva parejo el mal. De todas las culturas de momificación a lo largo de la historia, las
momias del antiguo Egipto son sin duda las más fascinantes. Producto final
tangible por así decirlo de toda una cultura y y una religión estrechamente ligadas
con el culto a la muerte y a los difuntos, las momias egipcias por si solas son
una presencia turbadora e imponente, encerrada en sarcófagos hallados en
excavaciones arqueológicas o en las vitrinas de un museo.
La inquietante y horripilante fantasía de que una momia
(egipcia, a ser posible) pueda volver a la vida entronca con el mito de los
no-muertos (zombies, vampiros…) y desde principios del siglo XIX las momias han
sido unos de los personajes de la ficción de horror más recurridos y sugerentes
por lo imponente de su condición de reliquia humana de épocas remotas y su
naturaleza física deshumanizada y semimonstruosa. Una vez más, las momias de
una cultura antigua tan fascinante, misteriosa y enigmática como la egipcia,
han sido las favoritas de los creadores de obras de ficción adscritas al género
terrorífico: hay que tener en cuenta la existencia de creencias en los siglos
XIX y XX sobre “maldiciones de los faraones” supuestamente provocadas al
profanar momias de reyes egipcios. La primera obra en donde una momia apareció
en su encarnación tradicional en el mundo de la ficción, es decir, como un
difunto que regresa de la muerte - un personaje sobrenatural y maligno- fue en
la novela The Mummy!; or a Tale of the
Twenty Second Century (1827) de Jane C. Loudon, adscrita al género ciencia-ficción. Otra temprana novela sobre momias egipcias
que vuelven al mundo de los vivos es The Jewel of
The Seven Stars (La Joya de las Siete
Estrellas) (1903) de Bram Stoker, creador de Drácula, y en la que se han
basado muchas películas sobre el tema de las momias vivientes. Pero, una vez
más, fue el mundo del cine de la mano de la mítica productora Universal el que
expandió el personaje terrorífico de “la momia” como un monstruo arquetípico de
la imaginación del siglo XX: el filme The
Mummy (La Momia, 1932) de Karl
Freund fue quien popularizó la imagen de la momia egipcia como el imponente
personaje vendado (revelando en ocasiones su monstruoso rostro momificado) de
andares de muerto viviente e instinto asesino. Boris Karloff dio vida en aquel
filme a Imhotep, el sacerdote egipcio momificado que resucita tras ser
descubierto en una expedición arqueológica de principios del siglo XX. La universal produjo hasta principios de los
50 otros cinco filmes sobre la momia, pero con un nuevo egipcio momificado
llamado Kharis. La Hammer británica producirá durante los años 50,60 y 70 varios filmes sobre la momia, el primero de
ellos un remake de filmes de la Universal con Cristopher Lee como Kharis. Las
películas de Universal y Hammer son responsables de la imagen iconográfica de
la momia en la cultura popular a lo largo de los años, presente en nuevas
versiones cinematográficas, ilustraciones, disfraces, libros, etc. Un mito
evocador y sugerente, la momia es una de las más significativas encarnaciones
del horror humano a la muerte y sus misterios.
Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
el hombre y el monstruo
Es posible que el Dr. Jekyll y Mr. Hyde (dos personas en una
sola) no sea un “monstruo clásico” a la manera de los que se han presentado en
estos posts, pero es sin duda un mito de la ficción terrorífica. El hombre
bondadoso que involuntariamente se transforma en un sujeto maligno queriendo
precisamente eliminar todo atisbo de maldad en su comportamiento es un relato
que ha fascinado a varias generaciones desde que en 1886 Robert Louis Stevenson
publicó The Strange Case of Dr. Jekyll
and Mr.Hyde (El Extraño Caso del Dr.
Jekyll y Mr. Hyde), una de las mas conocidas y aclamadas novelas de terror
y fantasía de la historia, singular por su cierto transfondo filosófico (la
dualidad entre el bien y el mal en un mismo individuo) y científico-psiquiátrico
(el trastorno disociativo de la personalidad que puede acarrear una doble
identidad). Además, el sustrato moral de la historia es bastante notable en
tanto que resulta una disertación del comportamiento humano. Por todo ello, el
mito de Jekyll/Hyde es algo más que un icono terrorífico, es un tipo universal
estudiado y explotado hasta la saciedad y no solo en el ámbito de la ficción.
El novela breve de Stevenson contaba la investigación del
abogado Gabriel John Utterson sobre la extraña relación financiera y personal
que el respetable y bondadoso médico Henry Jekyll comienza a mantener con un
siniestro personaje llamado Edward Hyde, un hombre de rasgos monstruosos y
comportamiento amoral que será acusado de varios delitos, entre
ellos el de asesinato. Utterson termina descubriendo tras la muerte de Hyde y a
través de una carta de Jekyll, que Jekyll y Hyde eran la misma persona: el
médico pretendía aislar totalmente cualquier conato de impuso maligno e ideó
una poción que al tomarla le transformaría en una persona libre de toda atadura
moral. Edward Hyde será la nueva personalidad de Jekyll; al principio Jekyll
disfrutaba de una nueva condición de ser sin normas, pero tras darse cuenta que
la ausencia de barreras morales le llevaba a cometer el mal y el crimen el
médico decidirá librarse - sin éxito- de aquel ego maligno, pero pronto su
metamorfosis se hará involuntaria sin la intervención de pócima alguna dejando
patente que la parte oscura y maligna de su personalidad le ha devorado. El
éxito de la novela fue fulminante y pronto conocerá adaptaciones teatrales (la
primera al año siguiente de su publicación) y ya en el siglo XX un sin fin de
películas, series de televisión, adaptaciones radiofónicas, teatrales, etc. Casi
todas las adaptaciones de la obra no han sido fieles a la novela original,
centrándose siembre desde el punto de vista de Jekyll y dejando patente desde
el principio que Jekyll y Hyde eran la misma persona cuando la obra se centraba
en la investigación de Utterson sobre la relación entre ambos y solo al final
se descubre la doble personalidad del galeno.
En la novela se describe a Hyde como un hombre
extremadamente feo, desagradable, de comportamientos rudos, violentos y
maleducados y más joven y bajo que su alter ego Henry Jekyll. Aunque en las
diferentes revisiones de la historia Hyde continua siendo un personaje amoral,
maligno y criminal en la mayoría de las veces se le retrata físicamente como un
monstruo de rasgos horribles, piel de color inusual y colmillos; en ocasiones incluso con altura
extraordinaria, garras o con fuerza
sobrehumana. Entre las diferentes versiones cinematográficas de la
historia –casi siempre con el mismo actor en los dos papeles- cabe destacar la
de muda de 1920 con John Barrymore, la de 1931 dirigida por Robert Mamoulian
con Frederic March como protagonista y la de 1941 con Spencer Tracy: todas
ellas ayudaron a la consideración de Edward Hyde como un monstruo clásico de la
ficción terrorífica, presente también en videojuegos, novelas u obras no
relacionadas. No obstante, la simplificación o desvirtuación que las
adaptaciones y la cultura popular hacen muchas veces sobre el/los personajes
(el tema ha sido satirizado a menudo e incluso Mr.Hyde ha llegado a ser una
mujer) no debe de desviar la atención sobre la importancia de un carácter
mítico y arquetípico en la historia de la ficción universal cuya esencia no es otra que el mensaje de que todos llevamos dentro una semilla del mal, un
monstruo que puede surgir cuando uno menos se lo espera y que es nuestra misión
controlarlo. Algo enormemente escalofriante
El Jorobado, la
deformidad causa horror
El mito del jorobado ha terminado por incluirse por derecho
propio en la galería de personajes clásicos terroríficos, presente en nuevas
revisiones sobre los mitos del horror, salas de los horrores de museos de cera,
parodias, etc. No se puede hablar de este personaje como un ente
singular al igual que el Conde Drácula o el Monstruo de Frankenstein ya que en las
diferentes fuentes donde ha aparecido ha sido las más de las veces un personaje
diferente y en ocasiones con roles y comportamientos bien distintos de un relato a
otro, a excepción de aquellas adaptaciones sobre la fuente en donde se puede
decir que surgió el mito literario del jorobado: la novela El Jorobado de Notre Dame (1829) de Victor Hugo, un clásico de la
literatura romántica. Allí nació el personaje de Quasimodo, el modelo posterior
del jorobado en la ficción, un carácter más trágico que gótico o terrorífico.
Quasimodo, un joven jorobado del siglo XV, contrahecho, de rostro
monstruosamente deforme e intelecto infantil es el imposible enamorado de la
bella y bondadosa joven gitana Esmeralda y recluido y escondido de la sociedad
en la catedral parisina de Notre-Dame trata de protegerla de Frollo, el cruel
archidiácono de la catedral y enamorado también de ella que en venganza por su
rechazo le ha acusado de un crimen que ella no cometió. De la inmortal novela
de Victor Hugo ha habido varias adaptaciones a la pantalla grande, la más
notable la de 1939 con un inolvidable Charles Laughton como Quasimodo. El
maquillaje grotesco del actor, con el rostro asimétrico y sus ojos desnivelados-
que ya se estableció en sus líneas maestras en el que lució Lon Chaney en la
adaptación muda de 1923- así como sus
andares encorvados a causa de la joroba han marcado el retrato que no solo de
Quasimodo se ha hecho en lo sucesivo en diferentes medios, sino de los
“jorobados terroríficos” en general.
Aunque el Jorobado de Notre Dame ha sido la representación
más genuina del modelo del jorobado que se ha hacho en la ficción – y
siempre como un personaje romántico, tragico, injustamente despreciado e
incluso temido a causa de su deformidad- la conceptualización del jorobado como
un personaje netamente terrorífico e inquietante viene del mundo del cine
cuando comenzaron a figurar jorobados como ayudantes de inventores locos o
criados de villanos y personajes desasosegantes o terroríficos. Nace entonces el
mito existente en la actual de “Igor”, el jorobado deforme residente en
castillos siniestros ligado a historias de ultratumba. Ya en el Frankenstein
(1931) de James Whale aparecía un ayudante de Frankenstein jorobado llamado
Fritz, y en dos de sus secuelas Bela Lugosi interpretaba a Ygor, un delincuente
deforme (que no jorobado), pero que sin duda alguna influyó a la hora de
incluir un personaje jorobado o monstruoso llamado así en el universo Frankenstein
en no pocas revisiones posteriores sobre la historia, si bien en algunas
versiones posteriores (filmes) el ayudante jorobado de Frankenstein o el
científico de turno recibía otro nombre distinto a Ygor. En el rol del jorobado
ayudante o criado la deformidad facial y el aspecto monstruoso son secundarios,
así como la inteligencia residual, pero en todas y cada uno de estas
caracterizaciones el “Igor” o jorobado tiene una gran lealtad a su amo. Se
puede decir que la asociación definitiva del jorobado de Frankenstein con el nombre de Igor se
produjo con el filme paródico El Jovencito
Frankenstein (1974) de Mel Brooks, con Marty Feldman incorporando a un
cómicamente descacharrante Igor (pronúnciese Ai-gor). Y es que el jorobado
ayudante es un personaje bastante filón para parodias y sátiras. Caso diferente,
como hemos visto, es la figura romántica del jorobado de Notre Dame, un
personaje mucho más rico en matices: no tan popular ni terrorífico como otros
monstruos, Quasimodo muestra, eso sí, el tópico erróneo e irracional de que en
la monstruosidad reside inevitablemente el mal cuando este en realidad era un
ser bondadoso.
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