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El cine está encontrando últimamente un filón en los
temas deportivos basado en acontecimientos reales, algo que demuestra que al
menos se están buscando nuevos temas que explotar y que el mundo del deporte
con su trasfondo tanto de crónicas de superación personal como de enconadas
rivalidades pude ser enormemente atractivo para el público. Una muestra de este
nuevo fenómeno ya lo tuvimos con Rush
(2013), sobre la relación entre los ases del automovilismo James Hunt y Niki
Lauda o la más reciente The Battle of the
Sexes centrada en la figura femenina del tenis Billy Jean King.
Precisamente uniendo elementos temáticos de estas dos películas ha emergido
esta interesante aunque muy irregular Borg
vs. McEnroe, sobre los avatares que rodearon la mítica final tenística de
Wombledon de 1980 entre el apolíneo sueco Björn Borg (Sverrir Gudnason) y el
malencarado norteamericano John McEnnroe (Shia Lebouf) en una coproducción
entre Suecia, Dinamarca y Finlandia que mira al mercado internacional dotando
al filme de apariencia de producción hollywoodiense aunque con algún que otro
elemento europeo. El prácticamente debutante realizador danés Janus Metz
Pedersen realiza un trabajo esforzado -meticulosa recreación de los partidos,
buena disposición estructural narrativa con al utilización de flashbacks y
otros recursos para comprender la compleja psicología de los dos protagonistas-
pero no consigue que está película pueda entusiasmar a seguidores no habituales
del tenis, pese a que el filme en todo momento trata de ser (torpemente) un
drama psicológico.
Como toda película sobre rivalidad que se precie, nos
encontramos ante dos contrincantes antagónicos: Borg, el número 1 mundial en
1980, un muchacho ex niño prodigio del tenis manejado por un codicioso
entrenador, enfermizamente meticuloso, ambicioso y con la consigna de no
expresar jamás sus sentimientos tanto en la cancha como en la vida pública, y
McEnroe, un bocazas faltón, antideportivo, niño caprichoso y odiado por el
público (al contrario que el sueco) pero que en realidad parecía esconder
cierta fragilidad, justo lo contrario que Borg. Esta disparidad de caracteres,
ambiciones y en definitiva visión ante el deporte y la vida está bien recogida
en la película pero por alguna razón parece que se queda corta. Los dos actores
protagonistas se esfuerzan con sus personajes (y ya no digamos en las escenas
de tenis), pero un guión sinuoso y a veces incompleto impide logros
interpretativos mayores. El momento culminante de la final de Wimblendon puede
llegar a aburrir a los que no les interese el tenis, y ni tan siquiera su épico
final resulta todo lo emocionante que debería si, aunque eso si, el mensaje de
conclusión es nítido y claro y un buen ejemplo de como debe de ser la
deportividad. En el futuro seguramente llegarán más películas de este tipo y
puede resultar apasionantes y ser grandes películas, aunque no sea el caso de
esta.
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