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No hay quien pare al viejo Roman Polanski. Aunque su
figura no hace mucho volvió a salir negativamente a la palestra e incluso se ha
generado una campaña en contra del realizador, más basada en conocidos asuntos
del pasado que en la veracidad de las últimas acusaciones vertidas hacia él, el
casi nonagenario Polanski sigue rodando y haciendo excelentes películas con
oficio y maestría. Vuelve a rodar íntegramente en francés- algo que en los últimos
50 años solo había hecho en 2012 con la fallida La Venus de las Pieles- y con cierto interés autobiográfico se acerca
a uno de los episodios de la Historia más polémicos y apasionantes de cuantos
ha habido: el affaire Dreyfus. Aquella acusación, juicio y encarcelamiento del capitán
Alfred Dreyfus por supuesta traición al suministrar información militar secreta
a los alemanes en 1895 es una piedra angular de la historia contemporánea en cuanto
a su condición de ejemplo de lucha contra la injusticia y la corrupción del
poder establecido así como muestra de un proceso y linchamiento injusto contra
una persona en la que influyo el secular antisemitismo de la Europa de la época.
Un caso que dividió a Francia y a Europa y al que el cine y la televisión ya se
han aproximado en incontables ocasiones desde los mismísimos inicios del séptimo
arte con Meliès, no aportando nada nuevo ni excesivamente personal en el
aspecto artístico en esta nueva revisión de Polanski pero sin duda el un enorme
buen hacer de esta película en todos los sentidos (ambientación, guión,
interpretación) convierten a este nuevo J’Acusse
en una de las mejores versiones en imagen
del Caso Dreyfus. Y naturalmente, Roman Polanski, no ha dudado en establecer un
paralelismo de uno de los más largos y procesos judiciales de la historia con
su propia crónica en los tribunales aunque esto cae en realidad en el terreno
de la anécdota.
La habilidad de Polanski dirigiendo filmes de época
está patente en esta cinta en donde nos vemos literalmente transportados a la
Francia de finales del XIX y principios del XX con una puesta en escena de capacidad milimétrica.
La narración como en otras adaptaciones del asunto está centrada en la figura crucial
del comandante Georges Picqart al que la vida el versátil Jean Dujardin (The Artist) en lugar de en propio
Dreyfus encarnado esta vez por el últimamente omnipresente Louis Garrel, y su descripción
a lo largo de los más de 6 años en los que transcurre el filme es detallada,
apasionante y con las mediad dosis de drama, épica, denuncia e intriga con poco
espacio para el siempre tedioso cine de juicios y con más cancha al drama
personal de Picqart, un brillante oficial que tras haber sido ascendido dentro
del ministerio de la guerra francés se vio en la tesitura de ir contra aquellos
que habían confiado en él y arruinar su carrera al defender la inocencia de un
hombre acusado injustamente al que miembros del ejercito y algunos políticos de
las altas esferas habían urdido un plan para acusarle injustamente de un crimen
que no cometió. Los poderes del ejército y la política contra la figura más o
menos justiciera de Picqart (los poderosos contra los ciudadanos) es el leiv
motiv de este filme que también se escora aunque no muy directamente a la
denuncia de la corrupción política aunque
lo que más destaca es su capacidad de convertir el episodio histórico en un relato
apasionante y absorbente desde el punto de vista de la ficción con momentos muy
intensos. Eso si, tal vez se echa en falta una aproximación a la división
social que ocasionó en Francia dicho proceso aunque el fin de la película era
contar los pormenores de la historia y siempre desde la visión de un personaje.
Puede que El Oficial y el Espía se trate de la mejor película de Polanski de
los últimos años.
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