**** y 1/2
Ha sido toda una bendición para cualquier cinéfilo el
regreso de Terrence Malick a la dirección - de eso hace ahora más de 20 años
con La Delgada Línea Roja (1998)- y
su decisión de convertirse en un realizador con periodicidad de rodajes más
regular en comparación con su primera etapa en donde las sublimes Malas Tierras (1973) y Días del Cielo (1978) fueron las dos
únicas películas que precedieron a la mencionada al principio. Porque con A Hidden
Life, Malik ha demostrado una vez más su completo dominio del medio
cinematográfico, su condición de autor con mayúsculas y lo que resulta más
llamativo, el hecho de que sigue siendo uno de los mejores directores vivos del
mundo. Capaz de saltar en sus películas a cualquier coordenada en el continuo
espacio-tiempo y con total credibilidad, en esta ocasión Malick se asoma a
Europa y concretamente a la Austria de la II Guerra Mundial (anexionada en
aquel entonces a la convulsa Alemania nazi) para contar una historia de conciencia
y lucha por las convicciones personales desde el prisma introspectivo e
intimista imbuido de cierto halo poético que el cineasta acostumbra a usar en
sus filmes del siglo XXI. El resultado es una película muy bella y deslumbrante
en donde los sentimientos, explicados o intuidos, son los protagonistas y en
donde se sujeta toda la trama, la del conflicto interior del campesino
austriaco Franz Jägerstätter (August Diehl) que firme en sus convicciones
éticas y religiosas decide no alistarse en el ejército nazi alemán y por ello
es encarcelado mientras que su familia sufre el hipócrita rechazo del resto de
habitantes de la aldea en la montaña y él se enfrenta a un futuro muy negro por
desertor.
Rodada en Austria en coproducción con Alemania, con un
reparto de intérpretes germanohablantes y hablado en inglés y en la lengua de
Goethe (en la versión doblada en España sólo se dobla la parte inglesa) A Hidden
Life es una película tanto de sentimientos como de ideas y en donde el
elemento espiritual y religioso ya explotado por Terrence Malick en otras ocasiones
está omnipresente, esta vez en su vertiente cristiana católica y con un tono
antropológico que el director aplica con maestría: la aldea y el paisaje
montañoso austriaco están retratados con una supina belleza pictórica y un
cuidado realismo que hace que nos traslademos allí de cuerpo presente, algo en
lo que también colaboran el vestuario y dirección artística. Los silencios, las secuencias ralentizadas,
los peculiares flashbacks, todo está dispuesto con perfección relojera y a
disposición de la emotividad y la voluntad de conmover al espectador con un
drama más que psicológico. La simbiosis entre un soberbio August Diehl y
Valerie Pachner, que interpreta a Fani la mujer de Franz, es total y regala
elementos dramáticos deslumbrantes. Puede que su excesiva duración- 3 horas- y
su lento desarrollo se hagan incómodos para el espectador, pero como
experiencia cinematográfica merece completamente la pena. Que grande es
Terrence Malick.
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